Alta suciedad: el último día en que la basura reinó en Santiago

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El paro de los recolectores y funcionarios públicos dejó esta semana a la emblemática comuna con una mezcla de imágenes y aromas penetrantes. En medio de los residuos, muchos santiaguinos seguían haciendo su vida como podían. Ésta es la crónica de cómo en la capital se impuso la cultura de la basura.




Cristóbal (11) saca un pedazo grande vidrio de una caja plástica roja y se lo muestra a Vicente (10):

-¿Este sirve?

-Ese sí. Agárralo de lado y lo tiras a la pared de frente.

Cristóbal le hace caso. El tiro que desintegró el vidrio fue lanzado a una de las paredes traseras del Liceo Bicentenario Italia de la comuna de Santiago. Los niños van a mirar las consecuencias del impacto y celebran con palabras perfectamente moduladas. Inmediatamente después, toman artículos tecnológicos de la basura para tirarlo a la misma pared.

-¡Cacha! Esta es una placa madre de un Play 2.

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Cristóbal y Vicente están sucios. También hediondos. Es jueves en la tarde y sus padres creen que se encuentran en una pichanga con otros niños del barrio, pero su secreto es que están jugando en una esquina de Santiago atestada de frutas, bolsas, ropa, comida descompuesta y artículos tecnológicos. Es la basura acumulada de las dos semanas del paro del sector público. Basura con la que Cristóbal y Vicente se divierten, y que llaman "el paraíso", uno que se conforma de grandes bloques de mugre y hedor ubicados en exceso en la calle Maule de la comuna de Santiago. La situación es de emergencia sanitaria. Ellos lo saben, pero lo ignoran.

Arriba, casi a tres cuadras, la escena de las de bolsas y escombros se repite. Las moscas, esta vez, merodean en todo el sector. Rosa Duarte (62), casi como si estuviese acostumbrada, pasea a su nieta en coche a un costado del desastre. "Preferí pasar por acá y no por el sol, aunque sé que ella (su nieta) va a aspirar todo este olor malo", dice. En su cuadra, existen dos contenedores que la municipalidad de Santiago dispuso para dejar la basura que se genera en las casas e industrias del sector. Ambos colapsaron. Esmeralda Aceval, integrante de la junta de vecinos, asegura que vienen personas de otros lugares a dejar sus restos ahí. "Lo que hay que hacer es guardar la basura en las casas y sacar los contenedores", asegura.

Antes del paro, el día en que Felipe Alessandri salió electo alcalde de Santiago, Aceval se dispuso conversar con él para pedirle solo una cosa: retirar ambos contenedores que ubicó la gestión de Carolina Tohá, en su cuadra. La petición se efectuó. "Esto va más allá del paro. Nosotros vivimos con basura. Ahora es peor, pero esto no es nuevo", indica apuntando un colchón y una lavadora oxidada que se encuentra a su lado. El mismo relato es el de José Jiménez, dueño de la botillería Esquinazo: "Esto no es nuevo. Ya es parte de la realidad chilena. Al final, me incomoda la basura, sí, pero más me incomodan las decisiones políticas sobre la comuna".

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Un hombre viste jeans rotos, zapatillas Nike, lleva una mochila con una espada adentro y una bolsa transparente con ropa de niña que parece nueva:

-Con esto se me disparó la venta.

Héctor Bravo (41) lleva dos semanas sumergido en la abundancia –según lo que ven sus ojos- del paro. Según él, noviembre ha sido uno de los meses de mayor venta e ingresos. "Con tanta basura acumulada, tengo para regodearme", cuenta. En la situación de emergencia vio una oportunidad que, dice, sabe que incomoda, pero "tengo que aprovechar no más". Habitualmente, pasea por comunas buscando basura que puede vender en el Persa de Los Morros o la feria principal de La Pintana. Nunca, asegura, cuenta la procedencia. Una cuadra hacia el norte, hay un amigo de Quinta Normal de Bravo que lleva una aspiradora en una mano y una caja con seguro de tela color rojo en otra. "Esta caja es para mi hija", dice Julio Pereira (53). La oportunidad que vio él en la basura que dejó el paro de funcionarios públicos son los regalos de Navidad para sus dos hijos y su esposa.

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"Hace poco me encontré diez lucas metidas en un sillón que botó una familia", cuenta Cristóbal. Los niños que juegan con los escombros no saben que hubo un paro, que duró dos semanas, que hubo emergencia sanitaria y que arrastró servicios nacionales de servicios básicos.  Tampoco que hay un anuncio de retirar la excesiva basura de sus calles. Vicente y Cristóbal no tienen Facebook ni celulares tecnológicos. Uno quiere ser astrónomo y el otro veterinario. Antes de que anochezca tienen que volver a sus respectivos hogares. "Ojalá los niños salieran a jugar con nosotros", dice Cristóbal.

Vicente y Cristóbal, por supuesto, tampoco saben que, a esa hora, el paro se había levantado, que los recolectores se preparaban para salir literalmente a barrer Santiago y que la imagen de la basura amontonada sería sólo un recuerdo, un mal recuerdo para la mayoría.

Y si Vicente hubiera sabido eso, no repetiría, en su inocencia, los planes que ya armaba para su inesperado reino de la basura:

-La semana pasada, con mi hermano, encontramos un cinturón de marca casi poco usado y veinte lucas en monedas de diez pesos. Le voy a decir que vengamos a la basura la otra semana, pa' ver si encontramos cosas que la gente ni sabe que le pueden servir.

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