Argentina se enrumba
Lo que acaba de suceder en la Argentina reviste una importancia superior a la que sugiere el hecho de que se celebraran unas primarias abiertas para decidir quiénes serán los candidatos a las elecciones legislativas de octubre. Se trata, nada más y nada menos, que del Rubicón que Mauricio Macri debía cruzar para que él y algunos millones de compatriotas suyos puedan dar a su país un vuelco hacia la modernidad tras siete décadas de populismo y autoritarismo intermitentes, y de deterioro institucional.
Las PASO, como se denomina al proceso de primarias abiertas, son un invento muy extraño que no viene al caso explicar en detalle, pero tienen una virtud: permiten anticipar lo que sucederá en las elecciones reales. En otras partes, las primarias sólo sirven para dirimir las rivalidades internas y definir las candidaturas de los distintos partidos. En la Argentina, sirven para eso pero también para dirimir las disputas entre candidatos de distintos partidos. Por tanto, se trata, en la práctica, de unas elecciones generales anticipadas. Precisamente por ello, las conclusiones más importantes de lo que sucedió el domingo pasado son de alcance nacional. En este caso, no sólo permiten medir al gobierno y la oposición de cara a las elecciones parlamentarias, sino también proyectar escenarios presidenciales.
La conclusión principal de las PASO es que Mauricio Macri obtuvo una victoria determinante para el futuro de su gobierno y, más trascendentalmente, para el modelo de país que él y algunos millones de compatriotas suyos, hastiados del declive de tantos años, tienen en la cabeza.
Macri (Cambiemos) obtuvo 36% de los votos y su principal contrincante, Cristina Kirchner (Unidad Ciudadana) logró 21%. Por detrás quedaron el justicialismo (del que Kirchner se separó), el disidente peronista Sergio Massa (Frente Renovador) y otros.
El triunfo de Macri es significativo por muchas razones. La primera es su amplitud nacional. Hasta hace poco el bastión de Macri era la capital. Contaba con alguna presencia en el interior, en las grandes ciudades, insuficiente para hablar de un proyecto nacional. Su situación en la provincia de Buenos Aires, donde se concentra buena parte del clientelismo tanto kirchnerista como peronista, era precaria. Su triunfo angustioso contra Daniel Scioli en las presidenciales de hace dos años no le daba una base sólida, en suma, que permitiera pronosticar su supervivencia en el cargo a la hora de enfrentar la inevitable batahola política de la oposición.
Pero si Macri puede hacer aprobar las reformas con la nueva composición parlamentaria, desde el punto de vista estrictamente político su estrategia gradualista será percibida como exitosa, algo que, de cara a la oposición populista, representa una ventaja psicológica.
Es cierto que en esas presidenciales se había producido un fenómeno extraño. María Eugenia Vidal, del partido de Macri, había ganado las elecciones para la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Pero esto era considerado un hecho aislado y coyuntural, sólo explicable por el desprestigio del gobierno de Cristina Kirchner y las denuncias graves contra el candidato oficialista de entonces.
Para colmo, conspiraba contra Macri el "ajuste" económico que debió realizar al llegar al poder, con el fin del "cepo" cambiario, el aumento de las tarifas y el recorte de algunos gastos. También le estaba haciendo la vida difícil lo mucho que tardaba la inversión privada en volver al país. Ni Durán Barba, el asesor ecuatoriano que lo ayudó a ganar las presidenciales, creía que Macri estaba en condiciones de obtener en estas PASO un resultado como el que ha obtenido. En un país donde el populismo es una característica cultural antes que una corriente política, la impaciencia popular por lo mucho que estaba tardando en llegar la recuperación, sumada a la agitación social del kirchnerismo contra el gobierno "hambreador", auguraba unos resultados pobretones o, en todo caso, insuficientemente victoriosos.
Si ese resultado se hubiera dado, el escenario se habría tornado peligroso para Macri, pues sería casi imposible articular una mayoría parlamentaria que votara por las reformas pendientes -sobre todo la laboral, la fiscal y la del Estado-. Sin esas reformas, la posibilidad de transformar el país e impulsar el despegue habría quedado cancelada. La consecuencia sólo podría haber sido el crecimiento del populismo opositor y, como tantas veces ha sucedido con gobiernos no peronistas, la caída prematura del gobierno.
Pues bien: Macri ha ganado en casi la mitad de las provincias argentinas, sumando a las que ya tenía consigo (o al alcance de la mano) otras que ni el más esperanzado macrista hubiese creído posibles: distritos electorales como La Pampa, San Luis, Neuquén y nada menos que Santa Cruz, el bastión del kirchnerismo, ahora han votado mayoritariamente por los candidatos del gobierno federal. Una verdadera hazaña.
Pero quizá más importante aun que este éxito nacional sea lo sucedido en la provincia de Buenos Aires, emblemática por donde se la vea y electoralmente decisiva tratándose del 40% del electorado. Lo que se ha producido allí es un empate técnico entre el candidato del gobierno, Esteban Bullrich, y Cristina Kirchner. Todavía están contando los últimos votos, de manera que no se sabe a ciencia cierta quién ganará, pero es probable que lo haga Cristina Kirchner por un pelo. Las encuestas vaticinaban que ella ganaría con holgura.
Este empate implica la alta probabilidad de que en las legislativas de octubre el oficialismo derrote al kirchnerismo en la provincia bonaerense, ya que la dinámica de las cosas empujará a los votantes de Sergio Massa, el disidente del peronismo que quedó muy por detrás, a votar por el macrismo para cerrarle el paso a la ex presidenta, a quien detestan.
Es cierto que también existe la posibilidad de que muchos votantes del justicialismo apoyen a Cristina Kirchner, que corrió por fuera de ese partido, en esos comicios. Pero, hechas las sumas, la probabilidad de que Bullrich supere a la ex presidenta es mayor que la probabilidad contraria. Y en todo caso lo que importa es esto: el oficialismo, que tenía cerrada a cal y canto esa provincia, bastión del peronismo tradicional y el populismo clientelista, ahora se confirma allí como una fuerza determinante. Cuenta con la lealtad de una gobernadora, María Eugenia Vidal, que es la política más popular de la Argentina. Ella será, probablemente, candidata presidencial del macrismo en 2023 (en 2019 será el propio Macri, autorizado a buscar una reelección).
El kirchnerismo ha quedado reducido, como fuerza importante, a una de las cinco secciones de la provincia bonaerense -aquella que concentra pobreza, subvenciones y clientelismo- y a otras tres provincias más (de un total de 23 más la capital federal). No significa que dejará de ser una fuerza política considerable: de hecho, aun perdiendo en la provincia, Cristina Kirchner será senadora con toda seguridad tras los comicios de octubre y dispondrá a partir de diciembre de una plataforma política de alcance nacional para seguir con su prédica opositora y agitar la calle. Pero los comicios recientes demuestran que no tiene posibilidades serias de volver a ser presidenta. Además, su capacidad de intimidación frente al peronismo, donde tiene tantos rivales, se reducirá mucho tras estas primarias abiertas.
La figura de Macri, en cambio, crece y ello será de vital importancia para la aprobación de sus reformas después de que amplíe su bancada parlamentaria tras las elecciones legislativas.
Como no logrará una mayoría absoluta aun si obtiene una victoria parecida a la que ha logrado en las PASO, necesitará votos del peronismo disidente. Tal como funciona la política argentina, obtenerlos depende de tres cosas: la negociación del oficialismo con los parlamentarios peronistas, la presión de la Casa Rosada sobre los gobernadores peronistas de ciertas provincias que tienen mucho ascendiente sobre esos parlamentarios y la capacidad de los líderes peronistas nacionales, en este caso Cristina Kirchner, para intimidarlos.
Todas estas variables arrojan, tras las PASO, ventajas para Macri y desventajas para Cristina Kirchner. Si las reformas son aprobadas, Macri habrá podido demostrar que su estrategia fue la correcta desde el principio. ¿Cuál estrategia? La del gradualismo por oposición al radicalismo que le pedían muchos críticos del populismo desesperados por avanzar lo más rápido posible en el cambio de modelo y aprovechar la derrota peronista de las presidenciales de 2015 para ir desmontando la herencia kirchnerista antes de que el peronismo pudiera reagruparse.
Macri, consciente de que en siete décadas ningún presidente no peronista electo por el pueblo pudo terminar su mandato, tenía la fijación de romper el "maleficio". Para ello optó por el gradualismo aun sabiendo que la lentitud de la recuperación podía jugar en contra suya. Más le temía a la reacción popular si aplicaba un "shock" radical de entrada y a su aprovechamiento por parte del kirchnerismo y el peronismo en general.
Hay argumentos para ambas posturas y muchos casos de reformas radicales que han logrado para quien las aplicó buenos resultados. Pero si Macri puede hacer aprobar las reformas con la nueva composición parlamentaria, desde el punto de vista estrictamente político su estrategia gradualista será percibida como exitosa, algo que, de cara a la oposición populista, representa una ventaja psicológica.
Esas reformas son indispensables. La economía por fin -después de un lustro de recesión o estancamiento- muestra indicios de recuperación. El crecimiento de este año estará entre el 2,4 y el 2,8%, el crédito está creciendo y los índices que miden la expectativa del consumidor registran cifras esperanzadoras. Lo que no hay todavía es el chorro de inversión privada que se esperaba, pero muchos empresarios nacionales y extranjeros han dejado saber que tienen planes de poner su capital a trabajar en la Argentina si Macri les demuestra que puede acabar con la tradición de presidentes no peronistas derrocados. Esa demostración se sellará con los comicios legislativos de octubre. La perspectiva de un Macri reelecto en 2019 empieza a tener un efecto anímico en el mundo de la empresa. Si Macri logra, con sus reformas, poner en marcha el entusiasmo inversor, las cifras de crecimiento recobrarán su antigua lozanía y la oposición kirhnerista lo tendrá cada vez más difícil.
Una conclusión adicional de las PASO es que los rivales de Macri han quedado muy empequeñecidos, empezando por Sergio Massa, que no superó el 7% a escala nacional, y el radicalismo, que es parte de la coalición oficialista. Los radicales fueron barridos en la capital por una Elisa Carrió -aliada complicada e independiente de Macri- cada vez con mayor peso político nacional.
El proyecto de modificar la tradición populista argentina ha dado otro paso importante. Buena noticia para América Latina.
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