Artesanía fashion

<img alt="" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200911/586904.jpg" style="padding: 0pt; margin: 0pt;" width="50" border="0" height="15">  Las técnicas tradicionales latinoamericanas han fascinado a muchos diseñadores.<br>




Atrás quedó el minimalismo de los 90, que se alimentó con siluetas y texturas de inspiración oriental. Durante la primera década del siglo XXI y con el eclecticismo como norma, las más importantes pasarelas del mundo acogieron referencias provenientes de países latinoamericanos. En su incesante búsqueda de referencias multiculturales para llevar a sus diseños, muchos modistos top comenzaron a fijarse en los bordados de los indígenas peruanos, en los tejidos de las culturas andinas, en los tallados en madera que abundan en la cuenca del Amazonas.

Sabiendo que la estética tradicional latinoamericana era cada vez más valorada en el primer mundo, muchos diseñadores se internaron en las sierras, en las selvas, en los reductos indígenas más pobres, para buscar artesanos talentosos. Unir expertise manual con diseño de punta era su leitmotiv, además de educar estéticamente a estos pueblos para que pudieran hacer algo más sofisticado -y más fashion- que tradicionales souvenirs para turistas. En el camino, muchos han dado vida a fundaciones, cooperativas y otros organismos solidarios, para ayudar a estas comunidades en su camino hacia la superación de la pobreza. ¿Algún ejemplo? Los tejidos que el diseñador transandino Martín Churba realiza con 600 artesanas del norte de Argentina. O las prendas de la peruana Titi Giulfo, quien, auspiciada por una empresa minera, trabaja con comunidades de la zona de Huancavelica, al centro-sur de su país.

Así comenzó a nacer una nueva visión que valora el trabajo hecho a mano, con los costos que tiene su lentitud. Una corriente que ha sido bautizada como moda ética, porque respeta la mano de obra y el cuidado del medio ambiente, al estimular la realización de artículos cuya factura no involucra procesos contaminantes, en contraste con el concepto fast fashion, que se basa en la alta rotación de ropa en las tiendas y la fluctuación rápida de tendencias.

En estas páginas, dos exponentes de la moda ética que se han centrado en la creación de accesorios hablan sobre sus razones para abrazar la moda de raíz indígena.

CAROLINA RESTREPO: PURO CORAZON
Un tal Jean Edouard tiene la culpa. Enamorada de este joven que trabajaba con el gobierno belga en asuntos relacionados con los países en vías de desarrollo, la colombiana Carolina Restrepo (32) armó sus maletas y partió de su Medellín natal para irse a vivir a Perú. Dejó atrás una naciente carrera en diseño de moda -trabajó para Diesel y la marca de trajes de baño Onda de Mar- sin tener una idea muy clara de qué iba a hacer en su nuevo país. Hasta que un viaje le abrió los ojos.

"Fui con mi esposo a ver un proyecto para las víctimas de la violencia familiar y social en Ayacucho, en la sierra peruana", cuenta. "Allá conocí mujeres artesanas que hacían bordados y tejidos para llevar un ingreso a su hogar. En ese momento no tenía ningún plan en mente, pero quedé cautivada por los colores y las texturas de sus artesanías. Al pensar qué podía hacer para darles más trabajo nació mi línea de bolsos, que integra el diseño -mi parte- con su habilidad manual".

Hoy, Carolina produce con estas mujeres no sólo bolsos sino también otros accesorios, que comercializa en Perú bajo la marca Puro Corazón. También vende en Colombia, Japón, Italia, Venezuela, Dubái, Corea, Panamá, Canadá, Francia, Estados Unidos y en Chile, en Mis Raíces (Vitacura 5480, of. 54) y en la tienda del Museo de Artes Visuales, en José Victorino Lastarria 307.

Su última colección, llamada Pumatúa (que se puede ver en estas fotos, tomadas en Iquitos), se basa en un supuesto romance entre una cacatúa y un puma, y se realizó con la colaboración de la destacada ilustradora Catalina Estrada. Carolina la presentó en París, en la feria Le Showroom, con gran éxito de ventas. Especialmente entre el público japonés, que amó sus detalles en punto cruz, sus coloridos bordados rellenos con hilos de algodón y cintas, el estampado artesanal y los apliqués con pedacitos de tela.

"Habrá casos en los que trabajar con indígenas sea sólo una moda, pero para mí es algo que tengo metido en las entrañas", concluye la diseñadora. "Yo decidí seguir esta opción lenta y difícil pero bonita, porque me llena el espíritu poder aportar con un granito de arena a las personas involucradas, con quienes tengo un vínculo muy estrecho. Tratamos de ayudarles a progresar como grupo independiente, para que tengan máquinas y herramientas que les ayuden a crecer. Es un proceso largo, pero saber que tiene un crecimiento sostenido deja muchas satisfacciones. Si se busca hacer negocios fácilmente, este no es el camino".

ALFONSO MENDOÇA: EL REY DE LA MADERA
En muchas tiendas de artesanía fina de Colombia hay servilleteros, platos y fuentes de madera con resina y coloridos dibujos de loros y aves tropicales, además de pulseras tejidas con filamentos de caña flecha (planta conocida también como caña brava o caña amarga) y al menos un 'sombrero vueltiao', todo un símbolo de la región de Córdoba, tejido con esta misma fibra.

Ambas técnicas tradicionales se unen en los collares y pulseras de Alfonso Mendoça, quien encontró  las manos más expertas para su creación en la zona de San Antero, epicentro colombiano del tallado en madera, y en Tuchín, donde la tejeduría de caña es el principal sustento de la población. Además, Mendoça trabaja el tallado de madera con un grupo de reclusos de la cárcel de máxima seguridad Las Mercedes de Montería, en Córdoba, cosa que lo llena de orgullo. "Son gente muy aplicada en su oficio artesanal, y lo mejor es que desde la cárcel ellos pueden ayudar a sus familias, que están desprotegidas", dice.

Ultralivianos, impermeables, de grandes dimensiones y muy coloridos, los collares y brazaletes de este joven de sólo 26 años conjugan estas técnicas tradicionales con dibujos que son un cruce entre lo abstracto, lo impresionista y lo étnico. Hay referencias al arte pop de los 70 y a la pintura naif; textos que recogen frases típicas de pueblos del Caribe; diseños que se inspiran en las formas de la naturaleza. ¿Su meta? Producir "accesorios funcionales y vanguardistas, que se adapten a prendas sencillas, con tonalidades planas, y puedan ser llevados por las mujeres como piezas de arte con carga cultural y fashionista". Algo que, sin duda, ha logrado.

Alfonso comenzó con su marca en 2005, sin una formación académica o técnica relacionada con la moda: es comunicador social egresado de la Universidad Pontificia Bolivariana y hasta ese momento se había dedicado principalmente a la fotografía. Rápidamente sus creaciones comenzaron a aparecer en revistas y producciones de moda de su país. Hoy, en su pequeño taller en la localidad caribeña de Chimalito, un barrio pobre de la ciudad de Lorica, se crean accesorios que no sólo se venden en las ciudades más importantes de Colombia, sino también en Venezuela, El Salvador, República Dominicana, Panamá y México. Chile está en su mira. Y en sus sueños, Milán, París, Londres y Nueva York.

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