Aventuras y desventuras de la madre de Papelucho
Marcela Paz: una imaginación sin cadenas, de Ana María Larraín, es la primera biografía que se adentra con decisión en la vida de la autora nacional.
Le costó decidirse a Ester Huneeus (1902-1985). Primero, a los 16 años, fue simplemente una "lectora" que decía traducir artículos del inglés para la revista La Semana Cinematográfica. Luego ocuparía el seudónimo de Gotta Vonovon, después firmaría artículos en El Diario Ilustrado como P.Neca y participaría en concursos literarios con nombres inventados: Paula de la Sierra, Liselotte, Retse y Nikita Nipone. Incluso, en la única exposición en que mostró sus esculturas, Huneeus lo hizo bajo otro nombre: Ada Romo. A los 29 años se decidió: Tiempo, papel y lápiz (1933) llevaba la firma de Marcela Paz.
Mujer de familia y reticente a participar en la escena literaria, mantuvo su vida en la esfera privada. "Papelucho soy yo", llegó a decir en un arrebato flaubertiano, mitificando su personalidad: ¿Ella también había vivido una niñez hiperkinética, arrebatada por la imaginación y envuelta en aventuras? Sí, pero Ester Huneeus fue algo más que la inspiración para su inolvidable personaje. Y el libro Marcela Paz: una imaginación sin cadenas (Ed. Universitaria), de Ana María Larraín, intenta dilucidar quién fue.
Impulsada por la familia de la escritora, se trata de la biografía más completa. Hasta hoy sólo existía el libro Marcela Paz: un mundo incógnito (1992), de Virginia Cruzat, concebido para los niños lectores de Papelucho. Larraín, en cambio, reconstruye el contexto histórico en que escribió Huneeus. Lo mejor está en el cúmulo de información biográfica, mucha desconocida: fue educada por institutrices, estudió escultura, creó un hogar para ciegos, se casó tarde y enviduó a los 52, con cinco hijos pequeños.
La familia bestia bruta fue su primer libro. Tenía 13 años y escribió algo así como una versión de los chistes de la época. Fue un éxito que la llenó de felicitaciones, flores y bombones. Pero el texto desapareció en las manos de la elite de inicios del siglo XX. Ahí se movían los Huneeus. Conservadores, Francisco Huneeus y Teresa Salas no optaron por una educación clásica para sus hijos: prefirieron a las institutrices, ojalá irlandesas, para que les enseñaran francés, inglés y alemán. "El colegio era muy peligroso, sobre todo en asuntos de higiene, salud y pestes", decía la madre.
Ester nunca estuvo totalmente de acuerdo con sus padres: "Me decían: '¡Si te portas mal, te voy a mandar al colegio!'. Me portaba peor, pero no hubo caso, ¡no me pusieron nunca!", recordó. No todo eran travesuras infantiles. Lectora desde pequeña, quería conocer a sus ídolos: escribió cartas a Selma Lagerlöf y Stefan Zweig. La primera le mandó una foto. Otro que respondió fue Charles Chaplin, pero le envió una imagen sin bigotes.
En la adolescencia, la atormentó su imagen. "Te confieso que me creí habilosa. Pero tuve siempre ante mí esa personalidad antipática de la habilosa fea y práctica", escribe Ester en uno de los cuadernos que le dedicó a cada uno de sus cinco hijos. Según Larraín, la tímida Ester encontrará refugio en una "tríada independentista: permanecer soltera, experimentar una sensibilidad frente a lo social y expresarse a como dé lugar con un talento distinto".
UN HOGAR
Iba a cumplir 18 años. Junto a una amiga vitrineaba en la tienda Gath y Chávez, buscando el género para el vestido del "baile de estreno en sociedad". Ella no quería, pero su padre la convenció. En medio de las compras, Ester dio de bruces con su vocación social: un ciego pide limosnas. Cuatro años después, en 1924, crea el Hogar de Ciegos Santa Lucía. Primero en su tipo en Latinoamérica, será dirigido celosamente por Huneeus hasta los años 50.
Hasta los 30 años, sin hombres a la vista, trabaja en el "talento distinto". Con el segundo carnet de manejar extendido a una mujer en Chile, maneja un Ford que su abuela le regaló en 1922 y agarra el hábito del cigarrillo. Nunca lo dejará. Gana algunos concursos literarios con sus cuentos y, tras estudiar en Francia con Raymond Rivoire, en Chile se dedica a la escultura. Muestra su trabajo en una exposición en 1931, aunque bajo el nombre de Ada Romo. Dos años después, estrena a Marcela Paz en el libro de cuentos Tiempo, papel y lápiz. "Tiene una inventiva genial", dice el crítico Alone.
Su carrera literaria se desvía. Haciendo clases en la Universidad Popular Juan Enrique Concha en 1934, conoce al ingeniero José Luis Claro. Al año siguiente, se olvida de la bandera de la soltería y se casa en Pirque con un vestido hecho por ella. Paralelamente, en una agenda del año 34 escribe la primera versión de Papelucho. En ese texto, el niño sufre por la separación de sus padres. Recién en 1947 el libro será publicado con varias diferencias. Un hito en la literatura local.
Entretanto, Ester tiene hijos. Cinco entre 1936 y 1942. Y está atenta a los tiempos: "Desde hace cuatro días gobierna en Chile el Frente Popular. Es una banda de desalmados", anota en un cuaderno. Pero la política no es lo suyo. En 1950 publica con poca suerte la novela La vuelta de Sebastián y tres años después su vida cambia: su esposo José Luis muere. Tiene 52 años y cinco hijos por educar. Dicta clases de cerámica, pero, por sobre todo, es el ascendente éxito de Papelucho el soporte del hogar: el libro se traduce al francés y pronto será una saga de 12 tíulos.
Huneeus se transforma en Marcela Paz. Funda la revista Pandilla, recibe el premio Hans Christian Andersen y el Nacional de Literatura. Papelucho es un ícono. En privado, como Ester, se acerca al Hogar de Cristo, se dedica a la obra social y a mediados de los 70, de tarde en tarde, recibe en su casa a su sobrino en segundo grado, el sacerdote Mariano Puga, quien le cuenta de la lucha para defender los Derechos Humanos en el país. Privadamente, ella le regala cientos de ejemplares de Papelucho para distribuir en poblaciones. En público se limita a decir cosas así: "Yo escribo para entretenerme".
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