Box clase ejecutiva en lo alto de Santiago

Un ring de verdad y una panorámica de la ciudad desde un piso 13 es lo que ofrece un gimnasio en plena calle Teatinos. Sus usuarios son gerentes y profesionales de terno y corbata en busca de acondicionamiento físico y, por qué no decirlo, un par de moretones de sana competencia en el cuadrilátero.




El premio por llegar temprano a las clases del club de boxeo White Collar, en el piso 13 del céntrico Hotel Panamericano, es algo inusual. Luego de ponerse los protectores, vendas y guantes respectivos, los alumnos pueden medir sus puños en el ring con el profesor Belisario Traipe, un boxeador de nivel olímpico y compañero de categoría de Martín Vargas y Cardenio Ulloa, dueño de unas manos del tamaño de una cabeza humana.

Cristián es médico, pero antes de partir a su jornada nocturna, en una clínica privada para cuidar a otros, se para en el cuadrilátero frente a Traipe con las rodillas flectadas y alza los codos hasta las costillas, en guardia para protegerse el abdomen y la cabeza. De ahí en adelante comienzan los 10 minutos más largos de su día: el profesor le golpea la frente con suavidad, le toca los costados con la rapidez del rayo y Cristián responde con lo que tiene contra un veterano del ring. De tanto en tanto, el profesor le va recordando que debe proteger el estómago mediante golpes que le arrancan un quejido. El doctor entiende la lección de esta coreografía brutal y cariñosa a la vez. Después de tres asaltos, le palpitan las sienes y le suda el torso, como si hubiese estado saltando una hora seguida.

"Y eso que sólo te maquillé", le dice el profesor mientras chocan los guantes.

Otros 41 alumnos asisten a este exclusivo "club de la pelea", que funciona en el corazón de Santiago, en la calle Teatinos. "Cerca de unos 20 son abogados, que tienen su oficina por acá cerca; el resto, profesionales banqueros, economistas, gerentes y dueños de empresas que vienen a botar tensiones o darle un giro a una vida sedentaria", dice Traipe, y bromea con otro de los asistentes que es neurocirujano y que tiene que ir a operar dentro de pocos minutos.

"No olvide sacarse los guantes", bromea el ex boxeador olímpico.

La idea de poner un boxing club se le ocurrió hace tres años a Serafín González, gerente del Hotel Panamericano. Lo hizo para explorar localmente la tendencia europea de los gimnasios de boxeo exclusivos para corredores de Bolsa y otros ejecutivos. Entonces contrató a Belisario, que tenía la experiencia necesaria y que había sido instructor del legendario Club México.

"El gimnasio lo abrimos sin ningún inscrito. Desde el principio tuvo un costo alto, porque hay un montón de personas fanáticas del boxeo que no pueden ir a practicarlo a lugares populares, donde sólo se entrena para competir y subir al ring", cuenta Traipe recostado contra las cuerdas. "En el Club México o la Federación de Boxeo impera otro ambiente y, probablemente, se le cerrarían las puertas a alguien que desea hacer este deporte sólo por hobby".

En el Club White Collar se pagan $ 50.000 mensuales, y eso da derecho a subirse a la tarima y practicar con equipamiento profesional (sacos de boxeo, guantes y protectores). Eso, además del uso de camarines de calidad hotelera, provistos de espejos de cuerpo entero, duchas masajeadoras y toallas a granel.

El instructor recuerda que tiempo atrás, después de la práctica, iba bajando en el ascensor del hotel y un niño le decía a su mamá que quería ser boxeador. "Era la época en que el club tenía talleres para niños menores de 12 años. La mamá estaba espantada y le decía 'cómo se te ocurre, ¿acaso quieres quedar mal de la cabeza?'", dice Traipe.

Históricamente ha existido ese prejuicio frente al boxeo. Las personas tienen en la memoria las imágenes de peleas brutales en campeonatos mundiales donde se dan con todo, pero la cosa no es tan así cuando alguien lo practica como un deporte, según indican los entendidos. "Eso fue lo que le dije a la señora esa vez", dice el profesor. "Que cualquiera puede aprender a boxear, pero no necesariamente por eso va a pelear o lastimarse".

Bajo esa lógica, las clases se dictan a personas desde los 15 años. Una importante cuota de ese público son mujeres, que llegan al gimnasio tanto en búsqueda de un método de defensa personal como para acondicionarse físicamente. "Las chicas son más constantes y, a veces, más certeras que los hombres. Es que a ellas se les enseña desde el comienzo cómo evitar lesiones en las muñecas, entonces los golpes son más medidos. Pero el entrenamiento tiene la misma intensidad que el de los hombres. De hecho, ellas se enojan si sus compañeros las tratan con cuidado, y yo, por mi parte, debo enseñarles por regla cómo se siente un golpe en los brazos o el estómago, para que de verdad se esfuercen en evitarlos más adelante", cuenta Traipe. Y agrega: "Hay varias que se acercan al club después de perder una pareja o de haber sido agredidas, porque buscan recuperar su autoestima".

Marisa Saavedra es contadora auditora y tuvo una razón más simple para entrar a las ligas. "Durante mucho tiempo probé con gimnasios, spinning y aeróbica, y me aburría. Con el club de boxeo, el vacío lo llené el primer día", dice.

En el camarín de los hombres, Cristián Padilla, de profesión médico internista, cuenta que también se paseó por todos los deportes, pero que el boxeo siempre fue un tema pendiente para él. "A diferencia de una pichanga, esto es más intenso y se botan tensiones en muy poco tiempo. Desde que empecé con el boxeo me encuentro mucho más ágil que antes". Cristián toma aire antes de enfrentarse al profesor. "Como médico no me genera conflicto, porque soy un aficionado y acá se protegen todas las partes nobles del cuerpo", agrega.

Muchos de los asistentes al ring llegan entusiasmados luego de ver algún documental o alguna película sobre púgiles, como la saga Rocky. En esos casos se les explica que acá es todo lo contrario; que se viene a liberar tensiones, a adquirir control y no a sacar calugas ni a agarrarse a combos por una hora y media.

Otro boxeador, que prefiere no revelar su identidad, se reparte entre su trabajo como responsable del call center en una empresa de seguros, su matrimonio y sus estudios de posgrado. "Mi trabajo es súper sedentario y estresante. El boxeo es una catarsis que mejora el carácter, porque uno se vuelve una persona mucho más tranquila", explica.

Belisario Traipe dice ser un agradecido de la vida por trabajar enseñando algo que él ama y que, al final del día, deja algo más que moretones en sus aprendices. Marisa, por ejemplo, asegura que desde que practica el box se siente más confiada cuando camina sola por la calle.

El entrenador envuelve sus manos con vendas para recibir a los alumnos de la tarde. "Yo quedo satisfecho cuando veo que la gente acá choca sus guantes y no pelea disgustada o asustada. Pero lo que más me emociona es ver un buen momento técnico, caballerosidad y respeto en el ring", dice antes de que suene la campana.

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