Chile presentó frente a México una Marea Roja

El volumen de ataque de la selección ante los aztecas asombró al mundo. No sólo por la cantidad de variantes, sino que además por el alto número de jugadores que aparecieron siempre en el área rival.




A la hora de repasar más detalladamente la maciza actuación de Chile en Santa Clara, sale a relucir un aspecto que bien grafica lo que fue la Roja en ataque. De los siete goles que convirtió el equipo de Juan Antonio Pizzi, todos los culminó dentro del área, incluso alguno, como el de Alexis Sánchez, con un pase extra casi en área chica. Ninguno tuvo su génesis en un balón detenido. En resumen, una aplanadora como pocas veces se vio a una selección chilena en tierras extranjeras.

Bien se puede decir que la Roja recuperó la memoria frente al combinado de México. Especialmente de mediocampo hacia adelante, donde todos los movimientos lucieron armónicos, fluidos. Con toques cortos, veloces, impredecibles para el rival, que de tanto correr detrás del balón se fue entregando con los brazos abajo. Chile brindó una clase de desdoblamientos ofensivos, ocupación de los espacios internos y externos, y sobre todo de saber qué hacer cada vez que tuvo el control de la pelota. Algo de lo que precisamente careció en la fase de grupos del torneo.

Si bien todos los aplausos se los llevó Eduardo Vargas con su póker de goles, buena parte del éxito de la Roja estuvo en el triángulo conformado por Díaz, Aránguiz y Vidal. Aprovechando que el técnico Osorio no dispuso una presión asfixiante en el medioterreno, los volantes chilenos se movieron a sus anchas, con toda libertad y tiempo para pensar. Y a partir de ahí el cuadro de Pizzi se hizo dueño del partido, agregándole a la posesión, que en la primera fase fue a ratos inoficiosa e inofensiva, ahora una mayor verticalidad y profundidad, generando daño en cada ataque.

Los números de los tres mediocampistas chilenos durante el partido retratan por una parte la eficacia en la administración del balón, pero desnuda también la feble planificación azteca a la hora de pelear el partido en esa zona. En el primer tiempo, por ejemplo, entre Vidal, Díaz y Aránguiz sólo perdieron cuatro balones en total. Una muestra de la eficacia en ese rubro. que se reflejó ademas en un aspecto clave: el avance en bloque de la Roja, ejerciendo superioridad numérica en la última zona del campo.

Chile no avanza, ataca. O al menos ante México así lo hizo. Una diferencia que se marcó a partir del manejo del balón y también de la integración de todos los actores al circuito. El sábado nadie quedó al margen de la elaboración o búsqueda de espacios, ni tampoco se permitió un quiebre entre las diversas zonas del campo.

El primer gol fue un anuncio del libreto aprendido por Chile. Siete hombres en posición de ataque, distribuidos a lo ancho de la cancha, generando distracción con movimientos a los espacios vacíos. Fútbol total. En ese contexto, México nunca supo reagruparse cada vez que perdió el balón y cometió el pecado de muchas veces plantear duelos individuales con los atacantes de la Roja. Un verdadero suicidio teniendo enfrente a hombres que rompen líneas como Vidal, Aránguiz y Beausejour, aprovechando las diagonales de los delanteros.

El tercero, obra de Sánchez, también merece una observación. El equipo, lejos de salir a esperar al rival en el segundo tiempo, mantuvo su voracidad ofensiva, al punto de salir a presionar con siete hombres la salida de México. En esa presión alta, que necesita de mucha coordinación y convencimiento de parte de los jugadores, Díaz estaba a menos de diez metros del área azteca. Justamente él es quien fuerza el error de Herrera, para que Vidal intercepte el balón y construya una pared de lujoso mármol con el tocopillano.

Así se construyó la obra maestra de la Selección. La que posiblemente quedará en la historia como la mejor presentación de un combinado chileno en el extranjero. Con las bases de la verticalidad y desdoblamiento ofensivo que cimentó Marcelo Bielsa, a las que Jorge Sampaoli supo agregarle un refinado gusto por la posesión y elaboración. Y que ahora Pizzi, al que muchos apuntaban como el gran responsable del bajón del equipo, supo rescatarlas del baúl, cuando muchos ya las suponían extraviadas para siempre, para darle forma de una Marea Roja. México nunca la vio venir. El mundo tampoco. Ahora resta saber si lo que se vio en Santa Clara fue un espejismo o finalmente este grupo recuperó la memoria en el momento justo, antes de las dos últimas batallas de la Copa América Centenario.

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