Chile tiene Super Bowl
Un redactor de El Deportivo vivió la final de la Liga Nacional de Fútbol Americano al interior de uno de los equipos: desde el calentamiento y la arenga hasta el partido mismo a un costado de la cancha. Un deporte extraño en el país que genera pasiones desbordadas.
"¡No hay mañana, no hay mañana!", grita el assistant coach Pepe, mexicano, 60 años, gurú del fútbol americano. "¡Es ahora o nunca! ¡51 semanas trabajando para llegar a esto!". El coach sigue gritando. El resto escucha en silencio, la mayoría mira el suelo. Están concentrados. Nadie respira. Hay tensión.
Habla ahora Gonzalo, el head coach del equipo: "¡Ni tomamos vacaciones para llegar a esto! ¿Y por qué? ¡Porque lo amamos! ¿Sí o no?". Y todos responden, al unísono: "¡Sí, coach!". "¿Son mejores que nosotros?". "¡No, coach!". "¿Vamos a ganar?". "¡Sí, coach!".
Son Los Felinos, el equipo de fútbol americano más popular de Chile. Vienen de La Florida, nacieron hace seis años, llenan estadios. Y ésta es su tercera final. Las últimas dos las perdieron. Están en el camarín del Estadio Arturo Vidal de San Joaquín y en 30 minutos más jugarán el Super Bowl de Chile, el primero de la historia: este año, las dos ligas del país (LCFA y FEDFACH) se unificaron y se creó la súper liga. Llegar aquí tomó un año. Son los mejores de la Confederación Sur.
Al frente está Húsares, de Huechuraba, los primeros de la Confederación Norte. Cuatro veces campeones de la FEDFACH, el rival más fuerte que podían enfrentar. Es el equipo en el que jugaba Diego Schmidt-Hebbel, el ingeniero comercial que asesinó La Quintrala. Su camiseta, la 82, está vacante. Nadie la usa. Y es su cábala: antes de cada partido rezan frente a ella.
El coach Pepe los reúne, algunos se arrodillan. Es el partido más importante de sus vidas, les dice. "¡No hay mañana!", grita. Y todos lo repiten, fuerte: "¡No hay mañana!". El Deportivo está en el centro del círculo, entre dos jugadores de casi 100 kilos. Rezan, cada uno a la divinidad en que cree, porque todo salga bien, que no haya jugadores lesionados. Que se queden con el título.
-¿Nervioso, coach?
-Una cuota de ansiedad. Es todo o nada- responde Pepe, ex jugador de los Frailes de Tepeyac, el equipo más reputado de México.
En las tribunas hay unas 600 personas, la mayoría hinchas de Felinos. En la cancha un grupo de porristas anima al público. La voz del estadio avisa que los equipos saldrán en cualquier minuto. Están listos: la última arenga.
En el túnel, rumbo a la cancha, todos saltan, se gritan. Tienen la adrenalina en el cielo. El 29, Cristóbal, llora a mares. La mayoría del equipo tiene menos de 21 años. Son de clase media, vienen de familias de esfuerzo. Nunca les ha sobrado nada. El fútbol americano, para ellos, lo es todo. Y vuelvo a ver a Cristóbal, que sigue llorando, y pienso que sí: este el partido de sus vidas.
Cantan el himno nacional, se saludan con Húsares y el partido empieza. Está trabado, tenso. No se parece al de la fase regular, cuando ganaron 30-14 los de La Florida. Ésta es la final y, según el axioma, un partido aparte.
Los dos primeros cuartos -de 15 minutos cada uno- terminan en cero. En el medio tiempo, mientras otro grupo de porristas se presenta en la cancha, el coach Gonzalo grita. Está furioso. Les dice que lo están defraudando, que parecen distraídos. Los jugadores se toman de las manos, para conectarse, y escuchan a Pepe. Les vuelve a gritar que no hay mañana. "¡51 semanas de trabajo!". Se juramentan ganar.
Parten el tercer cuarto atacando y están cerca de marcar. Brayan (veintitantos años, 186 centímetros y 130 kilos) me mira y me dice que van a ganar: "¡Vamos a ganar!", repite. Le creo.
Pero Húsares convierte y suma seis puntos.
Felinos vuelve a atacar, se les ve firmes, pero el árbitro tira el pañuelo al suelo y corta la jugada. No entiendo qué ocurre, pero Brayan está furioso. El coach Gonzalo corre. "¡Nos están robando!", grita alguien desde la tribuna.
El juego se reanuda y Húsares hace otro touchdown: 12-0 y sólo un cuarto por jugar. Felinos están fuera del partido, se dedican a gritar, a reclamarle al árbitro. Al otro lado de la cancha, la banca de Húsares celebra, se saben ganadores. Es cosa de tiempo. Pero los Felinos descuentan: seis puntos abajo y cuatro minutos por jugar, una eternidad.
Pero los naranjas están desconcentrados. Pierden la pelota en ataque y Húsares corre toda la cancha. Vuelve a marcar. No queda nada. Los hinchas, que son casi todos familiares de Felinos, siguen insultando al árbitro. Termina el último cuarto: 21-6. Es el final.
Húsares celebra, es su quinto campeonato. Felinos, otra vez, se quedan sin nada. Están destrozados. Los más grandes abrazan a los más chicos. El coach pide que aplaudan al campeón: lo hacen sin ganas. Saludan al árbitro. Se acabó todo. 51 semanas para, por tercera vez, caer en la final.
La fiesta es de Húsares; Felinos llora.
-Y mañana, coach, ¿qué hay mañana?
-Bueno, mañana a empezar otra vez. Ya nos tocará.
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