Claudio Narea vuelve al liceo donde todo empezó

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Por primera vez, el músico volvió a tocar en el colegio donde se formaron Los Prisioneros y hasta se sentó en la misma sala.




Sobre la mitad del show, en pleno patio del actual Liceo Andrés Bello, en San Miguel, Claudio Narea se acerca al micrófono y anuncia que dejará tres copias de su autobiografía en la biblioteca del establecimiento, por si a alguien le interesa saber un poco más de su vida. Tarea perdida. Los cerca de 500 alumnos que se han agolpado a escasos metros comienzan a gritar descontrolados "¡Sexo! ¡Sexo! ¡Sexo!", en alusión al clásico del conjunto, pero también estimulados por la inigualable sensación adolescente que ofrece vociferar con libertad esa palabra, un triunfo que sólo se comprende cuando se tiene 15 años.

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Al músico no le queda otra que ceder: "El mejor gancho comercial/ apela a tu liberalidad…". El desorden es total, los empujones, los manotazos y las patadas alcanzan hasta a un inspector que se ha infiltrado entre sus dirigidos, y los más enterados cantan el coro a todo pulmón, como si se tratara de barrabravas alentando el partido de sus vidas. Por unos segundos, dan ganas de volver a creer en el poder más primitivo de la música, esa expresión que despojada de las ambiciones corporativas, las entradas a precios imposibles y las poses publicitarias obsequia instantes como éste, goce y pasión en estado puro.

La última vez que Narea se colgó una guitarra y tocó en estos mismos rincones fue hace lejanos 35 años, el 14 de agosto de 1982, cuando como alumnos de Cuarto Medio, se subió por primera vez a un escenario junto a Jorge González y Miguel Tapia. Eso sí, en ese entonces no eran Los Prisioneros, sino que Los Vinchukas. Tampoco eran un trío, ya que eran cuatro, elenco que completaba uno de sus amigos, Alvaro Beltrán. Y el Liceo Andrés Bello no se llamaba así, sino que Liceo Nº 6 de Hombres: el mismo colegio donde en 1979 los tres jóvenes se conocieron e iniciaron al grupo de rock más trascendente de la historia chilena.

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Y también el mismo recinto donde ninguno de ellos jamás volvió a presentarse. Hasta ayer. "Nunca cuando éramos famosos se nos pasó por la cabeza volver. A uno no se le ocurre volver a tocar en el colegio. Y está muy bueno, porque los chicos se sienten muy identificados", expresa el músico, ya después del final del espectáculo, instalado en el mismo auditorio de la primera tocata, el que se mantiene sin grandes modificaciones y donde recuerda con admirable precisión el lugar que cada uno de sus antiguos camaradas ocupó ese día, además del listado de canciones: Cuánto vale el show; un cover de Should I stay or should I go, de The Clash; Orgullo; King Kong el mono y un bis con otras dos versiones de la agrupación inglesa. Todas piezas arqueológicas de la prehistoria Prisionera.

"Aunque antes de nuestra presentación, nos tocó acompañar a un compañero que hizo temas de los Beatles. Entonces se podría decir que la primera canción que hicimos alguna vez en un escenario fue Hey Jude", precisa el instrumentista. Pero en el retorno de ayer no hubo tributo a The Beatles, pero sí a Los Prisioneros. Los momentos más coreados fueron Quieren dinero, Mentalidad televisiva, la mencionada Sexo y el emotivo cierre con La voz de los 80, interpretada por alumnos nacidos casi todos a partir de 2002 o 2003, cuando el decenio ochentero ya parecía producto de la ciencia ficción.

En el inicio de la cita, el director del liceo, Guido Pacheco, le dio la bienvenida al sanmiguelino y su banda, entre las burlas y los abucheos de los estudiantes. "¡Por favor, una de las características del andresbellino es el respeto!", debió recalcar en el minuto en que la mofa masiva parecía salirse de la raya: para Narea, sus ex aliados en Los Prisioneros o para cualquiera que hace 30 años haya asistido a uno de sus conciertos, ver al resto del mundo mostrándole los dientes a la autoridad era parte del libreto. La historia casi siempre es cíclica.

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Tras el llamado al orden, de nuevo el caos. El cantante incita a los presentes a acercarse mucho más a los músicos, a una distancia casi mínima, lo que obliga al mismo director y a uno de los inspectores a hacer lo que puedan para tranquilizar a los suyos, en una secuencia digna del delirio beatlemaniaco. No me ves, parte del último álbum solista del intérprete, es el primer golpe.

Además de los éxitos de Los Prisioneros, otra secuencia de genuina exaltación vino cuando el protagonista de la jornada recordó a otros ilustres que pasaron por esas aulas. "Aquí también estudió el… ¿cómo se llama? Karol Dance", cuenta Narea, detonando entre pifias, risotadas y bramidos irónicos e ininteligibles. Lo mejor era seguir cantando. Antes de La voz de…, el artista se lanzó con el himno de la escuela, con una letra claramente demasiado distinta a Sexo, pero cuyas primeras líneas curiosamente parecen sintetizar lo sucedido ayer: "Oh Liceo/ confiados acudimos a buscar en tus aulas la verdad/ la semilla de luz/ que recibimos en canciones de amor florecerá".

Pero existió otro instante en que no sólo hubo canciones de amor. "¿Les gusta el reggaetón?", preguntó el ex Prisionero al curso de alumnos que hoy ocupa la misma sala del primer piso donde junto a González y Tapia concluyeron la Enseñanza Media. Aún más, la consulta la lanza sentado en la misma ubicación donde estudió antes de la fama. Algunos le responden que el rock "la lleva". Otros que les gusta el trap, esa versión más hardcore del perreo.

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Una situación similar vivió en una charla antes del recital, cuando habló frente a un grupo de jóvenes sobre su vida, como parte del proyecto FEP, iniciativa del Consejo de la Cultura y del Ministerio de Educación que busca llevar distintas variantes artísticas a los colegios. Ahí algunos le contestaron que seguían a Pedropiedra o a los metaleros Avenged Sevenfold. El hombre de Profetas y Frenéticos los motivó de vuelta a ser más curiosos, a husmear en el pasado de la música y a oír algunos ilustres del blues o el jazz. Pero también se declaró admirado que sus oyentes no mencionaran al reggaetón como su opción, destacando que en otros establecimientos no pasaba lo mismo, como una pequeña muestra de orgullo liceano compartido.

Como recompensa, uno de los alumnos levantó la mano: "Le quiero agradecer por haber venido hasta acá con nosotros. Y también por su carrera… ¡usted es un Dios!".

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