Columna de Fernando Villegas: "El día después"

Piñera y Guillier ANATEL

Habituados a concebir la vida como un reality show más que como realidad, son demasiados los chilenos que hoy desestiman y les quitan peso a los numerosos y crecientes signos de conflicto social que se han incentivado -no hay explosiones, sino incendiarios- e ido acumulando en los últimos años.




Chile es el país del "eso no pasa aquí". En los años 60 y con una jactanciosa y desdeñosa mirada hacia los vecinos, en especial a Bolivia, se decía de los cuartelazos y golpes militares que "eso no pasa aquí". A principios de los 90, ya con fuertes señales de narcotráfico localizadas en el norte, se dijo "eso no pasará de allá". De la corrupción en el Estado que en ar-tículos de prensa aparecía como afectando a otros países del continente el comentario era "eso no puede pasar en el nuestro"; luego era de rigor la consabida y reconfortante historia del turista que había tratado de sobornar a un carabinero y terminó preso. Y a la vista de autoridades de alto vuelo de Argentina o Brasil envueltos en escándalos financieros se afirmaba, ya lo adivinan, "eso no pasa aquí". Al parecer nunca nada "pasa aquí".

Hay varios mecanismos productores de la ceguera selectiva que fundamenta tan descomunal necedad. Primero y principal es el sentimiento chovinista -como consuelo recordemos que no es pecado exclusivo de los chilenos- inclinando a poner la tribu a la que se pertenece en una posición superior a las demás en la jerarquía de los valores y las virtudes. El segundo, también global, es el deseo de no querer ver y ni siquiera especular sobre posibles eventos desagradables que pudieran ocurrir de modo que no sólo NO se les presta atención, sino, más aún, se eliminan de la conciencia los signos, síntomas y pródromos de esa eventual desgracia o tropiezo. El tercero es lisa y llanamente falta de inteligencia para ver más allá de la punta de la nariz y de esa carencia estamos sobradamente provistos. El cuarto es la mala memoria.

De estos polvos…

Habituados a concebir la vida como un reality show más que como realidad, a creer que las cosas no existen si no están frente a sus ojos en el episodio de la noche, son demasiados los chilenos que hoy desestiman y les quitan peso a los numerosos y crecientes signos de conflicto social que se han incentivado -no hay explosiones, sino incendiarios- e ido acumulando en los últimos años. En su afán por borrarlos, negarlos, los adjudican sólo a lo que se ventila en las redes sociales y aun dentro de estas a lo que hace media docena de tuiteros patológicamente aficionados a la agresión y el insulto. Fuera de eso dicen no ver ni sentir ninguna crispación, ningún desbalance. Se pregunta uno qué originó esa miopía. Lo cierto es que ya no hacemos uso en el análisis de la simple noción de que los procesos sociales se desarrollan en pequeños pasos sucesivos, no a saltos; tampoco recordamos que al comienzo sus manifestaciones son casi imperceptibles y se desenvuelven en cámara lenta; tal vez también hemos perdido de vista el algo más complejo fenómeno de los cambios del cambio, la manera como los mecanismos de causalidad se modifican en intensidad, cualidad y aceleración según las etapas de la trayectoria histórica. Quizás, además, somos víctimas de demasiadas raciones de cine y televisión que nos han llevado a confundir la historia, que es proceso lento pero inexorable, con un libreto, los cuales desarrollan el melodrama con inusitada rapidez y rasgos en exceso marcados, ritmo frenético al cual se agrega la exageración o, para usar una palabra que alguien puso de moda, la "hipérbole". Por eso, si no hay un redoble de tambores anunciando que llega el momento culminante, a menudo nos sorprende cómo lo aparentemente inocuo, rutinario y hasta casi invisible de súbito da lugar a una coyuntura decisiva. Para decirlo coloquialmente, ya no recordamos la verdad de ese viejo refrán que dice "de esos polvos estos lodos". Y así es como somos incapaces de aceptar el hecho de que lo comenzado de manera casi insignificante bien puede convertirse, luego de varias iteraciones, en fenómeno masivo y disruptivo.

Nuestra historia está llena de ejemplos de esa desmemoria, de esa inconsciencia histórica y estrechez de mirada. Desdeñando las potencias de lo que en el presente aparece sólo como meramente anecdótico, puntual y transitorio, de modo natural e irreflexivo creemos que lo hoy día visible sólo como semilla jamás será visto mañana como fruto. No habiendo grandiosas señales bíblicas en el Cielo ni un Moisés separando las aguas, nos decimos "no pasa nada". Y por esa razón cuando oímos proyectos extravagantes anunciados en tono hostil afirmamos que son cosa de "sólo unos pocos termocéfalos".

Desarmar los ánimos

Y sin embargo basta revisar la historia nacional e internacional para verificar que las crisis importantes se preparan no a partir de meras intrigas políticas del momento, sino a base de temperamentos colectivos exaltados y belicosos o siquiera iracundos y suspicaces que se han desarrollado gradual y acumulativamente hasta formar masas críticas de ciudadanos sin ninguna intención de acordar y pactar nada. De cómo eso finalice, de cómo de esas nubes salte el rayo, si será en la forma de simple parálisis política, disturbios, asonadas, huelgas surtidas, más elevadas tasas de crimen, estancamiento económico o cualquier otro resultado negativo depende de las circunstancias, de las temperaturas de la mutua hostilidad y de lo irreconciliable de las tesis en juego, PERO en todos los casos el resultado es malo y el combustible es siempre la ausencia de concordia y el exceso de resentimiento.

Chile no está libre de esa peligrosa crispación ni se deshará de ella mañana, terminado ya el proceso electoral. No debiéramos enterrar la cabeza en la arena y recitar el mantra "no habrá apocalipsis y no pasará nada". Los ataques feroces contra candidatos y personas corrientes, la facilidad con que hemos visto estallar grescas por el menor motivo, los caudales de hostilidad y violencia acumulados en La Araucanía, la notoria irritabilidad del ciudadano común, las brutales descalificaciones por posturas políticas y valóricas, todo eso no ha sido simple efecto de la campaña presidencial ni es monopolio sólo de las redes sociales ni tampoco es obra de "unos pocos" como tantos desean creer en sintonía con la canción "aquí no pasa nada"; al contrario, expresan furores y rencores profundos, intensos y transversales. NO TODOS los ciudadanos están en esa actitud ni lo estarán, pero se olvida que para gatillar un conflicto no hace falta la participación masiva y total de la población, sino basta la existencia de minorías sustantivas que estén en pie de guerra, de militantes y activistas atrapados dentro de lógicas suma-cero, de "esos pocos" que copan el espacio público y encienden todas las mechas. Es, por ejemplo, para mencionarlo una vez más, el caso de La Araucanía.

Por eso la primera tarea de quien gane hoy debiera ser la de desarmar los espíritus de sus partidarios y adversarios hasta donde sea posible; es de ese modo como se aísla a los exaltados en su delirio y disminuye su capacidad de afectar a los demás. Debe hacerse porque estamos embarcados en el mismo buque. Cualquiera sea la mitad de chilenos que esta noche se hunda en el despecho y la depresión y la mitad que se ufane y exalte en el triunfo, mañana lunes ambas mitades seguirán a bordo y se hundirán o navegarán juntas. Tal vez la era de los grandes acuerdos no sea ya posible, pero siempre es posible siquiera un mínimo común denominador. Y ese denominador común es no sólo la civilidad y el respeto a las normas, sino sobre todo no olvidar que ninguno de los bandos tendrá una mayoría suficientemente abrumadora ni en la urna ni en el Congreso ni en la calle como para armar o desarmar el país a su antojo. No se debiera ver nunca la política como un juego agónico de supremacía, aplastamiento y victoria, sino como lo que es, como negociación, transacción y acuerdo civilizado. La democracia no ha de ser alguna variante pura o diet de la demencial consigna "Voto+Fusil" que voceaban ciertos tontones del año 70. La mitad más uno o más dos no da derecho a pisotear a la mitad menos uno o menos dos.

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