Columna de Fernando Villegas: Vida, pasión y muerte…
En la DC hay demasiados bandos en lucha y demasiados propósitos o imposibles o incoherentes y siempre contradictorios.
Dirigentes nacionales, provinciales, comunales y militantes activos de la Democracia Cristiana acaban de probarnos cuán cierto es lo que dijo Sigmund Freud en Más allá del principio del placer, libro donde postuló que en el alma humana habita no solo un impulso hacia la vida, "Eros", cuya manifestación más intensa es el deseo de reproducirse y sus suspirantes anexos espirituales, sino también un impulso hacia la autodestrucción, "Thanatos", el cual suele manifestarse como el daño que de vez en cuando nos infligimos por causa de un oscuro deseo de castigarnos, pero que, en ocasiones, aparece también con un definitivo y respetable balazo en la sien. Ambas modalidades fueron ofrecidas en la reciente asamblea de la colectividad y en la que con una votación se hizo naufragar la candidatura de Carolina Goic en un océano de incertidumbre. Consternada, anunció sumirse en un proceso de reflexión de cuya profundidad y a pedido del respetable público emergió brevemente a la superficie para advertir que regresaría si el señor Rincón deponía SU candidatura. A eso se sumó la batahola de los diputados que acusaron a Goic de posar de víctima por hechos que son de su autoría. Ni Moliere podría haber imaginado una comedia con más peripecias.
Al escribirse estas líneas la desolación y furia de quienes apoyan a Carolina es irremediable, pero a su vez la obcecación porfiada de quienes desean su caída es irredimible. Por eso, aunque regrese a la carrera, el daño está hecho. Hay demasiados bandos en lucha y demasiados propósitos o imposibles o incoherentes y siempre contradictorios. Algunos sueñan con usar a Carolina para ganar fuerzas y un mejor pacto con la NM y que garantice la continuación de sus cargos; otros fantasean con convertirla en pabellón patrio de una Democracia Cristiana regresando a la pobreza evangélica; incluso un sector ha sustituido el lema "hay que derrotar a la derecha" por "hay que derrotar a la izquierda", aunque solo susurrado, jamás proclamado. En medio de tan movediza mezcla es difícil prever en qué se traducirá el relanzamiento de Carolina, salvo más de lo mismo, confusión y desintegración. Con estas algazaras político-mediáticas la DC va rápidamente encaminándose a un estado de insubsanable catatonia política.
¿Cómo se llegó a esto?
De la esencia…
Es de la esencia de los partidos de centro no contar, ni siquiera cuando viven el entusiasmo propio de toda inauguración, con un ancla ideológica sólida que promueva y hasta imponga conceptos, valores y doctrinas que dificulten vaivenes ruinosos y/o ridículos. El solo hecho de intentar una síntesis de principios a menudo irreconciliables siembra semillas de destrucción; estas pueden dormir por décadas si el medioambiente político es apacible y nadie fuerza posturas extremas, pero aparecen y fructifican lujuriosamente apenas eso ocurre. La decé ya lo vivió en los años de Frei, lo vivió en los de Allende y lo vive ahora en los de Bachelet, en los tres casos por la misma razón.
Esa "misma razón" es la vaguedad nebulosa del credo democratacristiano, ya aparente en su endeblez el día mismo cuando la colectividad nació desprendiéndose del tronco conservador. La fe cristiana puede ser suficiente si se trata de salvar el alma y acceder a la Vida Eterna a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, pero es mucho menos precisa y operativa cuando se trata de dilucidar el qué y el cómo de la vida en sociedad. No basta hablar de "humanismo cristiano" para definir un camino claro respecto de impuestos, propiedad, el bien o el mal de las desigualdades, etc. No bastó en el pasado y no ha bastado ahora. Inevitablemente, si las circunstancias fuerzan una definición sobre esos tópicos, los elementos contrarios apenas pegados entre sí con el adhesivo de la retórica se van a separar y seguir sus propias lógicas. Lo hemos visto en los temas tributarios, de educación, de salud, de relaciones exteriores, en todo. En cada ocasión dentro de la decé han surgido voces pidiendo menos, otras exigiendo más y algunas sin saber qué pensar ni decir ni pedir. La confusión e indefinición se da entonces por partida doble: entre facciones con ideas distintas y dentro de individuos que no tienen idea. Cuando eso no ha sucedido es solo porque el tema no ha sido activado.
Cincuenta años, 20 años…
Si acaso los 50 años pasados desde la coronación de Eduardo Frei Montalva completaron el desvanecimiento -"el tiempo que todo lo borra" decía Lucrecio- de las proposiciones programáticas inspiradas en encíclicas papales y piadosos ensayos de Jacques Maritain, 20 años de cómoda gestión bajo el palio de la Concertación disiparon también el capital de honestidad y coherencia moral que, para desgracia del género humano, solo prospera o se sostiene en condiciones espartanas, al margen de la tentación, nunca jamás en el suculento ejercicio del poder y el goce del privilegio. Este deterioro es más marcado en los que tienen débiles frenos ideológicos, pero aun quienes los poseen fuertes suelen perder el Buen Camino si hay demasiadas estaciones intermedias bien provistas con los bienes de este mundo. Como fruto del desgaste de ambos procesos históricos, hoy la dirigencia democratacristiana, salvo las excepciones que confirman la regla, solo posee dos cosas: por un lado, un catálogo de frases hechas que apenas tuvieron contenido en el pasado y ahora ninguno, al punto que, es de lamentarse, sus fatigosas peroraciones sobre el "centro", su afán de hacer de padre adoptivo de la "huérfana clase media", sus llamados al "bien común", su cacareada inspiración cristiana y todas las demás expectoraciones provenientes de dicho sector suenan ininteligibles como un eco llegando con retraso; por otro lado, poseen una feroz determinación a seguir donde están, ganar otros cuatro años en el poder y evitarse la tan difícil subsistencia en el ámbito privado, el cual, en su crueldad, evalúa a los ciudadanos no como prometía el idílico comunismo, esto es, exigiendo de cada quien según sus capacidades, sino al revés, retribuyendo a cada quien según sus capacidades.
Por eso no es casual que los dirigentes históricos que rechazan las actuales posturas y apuestan por un camino propio sean quienes están ya literalmente jubilados tanto de la colectividad como del Estado, razón por la cual no tienen nada que perder. Desde su ya ganado confort material pueden darse el lujo de jurar votos de pobreza.
Vida, pasión, etc…
Tal ha sido la vida, pasión y muerte de la decé. Vivía cuando luchaba por principios que aun en su vaguedad insuflaban su quehacer con un hálito épico o siquiera inocente; conoció la "pasión" al enfrentar la adversidad de muchas derrotas y la sordera nacional ante sus prédicas humanitarias, si acaso no muy llenas de sabiduría, al menos de ingenuidad; conoce ahora la muerte, porque convirtió esa pasión en vulgar miedo y resentimiento ante la posibilidad de ser apartada del erario nacional. Puede que su cuerpo siga respirando, pero su espíritu ha fallecido -como el de otras colectividades- porque olvidó lo que era. El puro afán de poder por el poder, el poder para seguir en el poder, en breve, el poder amnésico que ya no sabe para qué es constituye un pobre remedo del sentido y la finalidad. En subsidio envuelve ese vacío en hipócrita y relamida retórica, ayer humanista y hoy populista. Todavía celebra sus rituales, sus asambleas, sus primarias, sus elecciones internas, pero todo huele a simulacro. Mutó en sociedad de socorros mutuos, donde no hay cabida para la lealtad ideológica sino solo para un práctico "hoy por ti, mañana por mí". Cascarón hueco y sin alma, la Democracia Cristiana recuerda hoy esas catedrales europeas solo visitadas por turistas japoneses. Quizás un día la insoportable levedad de dicha condición despertará a Thanatos y los llevará a una jornada como la de esa noche del 4 de agosto de 1789 cuando la nobleza francesa cometió harakiri rindiendo sus derechos feudales. Tal vez lo haya sido, en escala menor, la de la votación. Un insuperable cansancio agobia todo aquello que ha extraviado su destino.
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