Crítica de Música: Canto que era valiente
Fue reaccionario, poco político con la "negra" todavía en romería por las calles de Buenos Aires, pero Alberto Cardemil sinceró un miedo histórico, visible a millas para los que piensan como él, cuando admitió a comienzos de esta semana que a Mercedes Sosa no la habían dejado entrar al país en los 80 por ser de "extrema izquierda" y porque, a partir de eso, quizás qué otras cosas pudo haber hecho la folclorista en el Chile de Pinochet.
Intimidar con los versos de Violeta, quizás, se preguntaban los que veían partir a la folclorista de 74 años escoltada por los mismos cultores de un canto, de una vieja-nueva canción, que ya no existe más, que se empieza a quedar sin voz.
Lo decía el mismo Horacio Salinas, de Inti-Illimani, en estas páginas: que con la partida de Sosa le invadía la sensación de que se acababa una época, de esos días en que la canción -confirmando la tesis de Cardemil- podía ser provocadora, subversiva, incitadora. Derechamente hablando, peligrosa para el régimen de turno.
Todavía sobran los motivos, qué duda cabe, pero hoy la canción protesta en Chile vive en la marginalidad. En las rimas incendiarias de algunos colectivos de hip hop y en el grito acelerado de un puñado de punketas. Y en la vieja guardia de tipos como Mauricio Redolés, Sol y Lluvia y pocos más.
Allá en la periferia, cantándoles a unos pocos, alimentando la conciencia de los menos. La inercia en Chile también es musical y cuando muchos se llenan la boca con la nueva cantautoría, con los jóvenes trovadores, pocos reparan que esa moda es más forma que fondo. Más poncho y pelo largo que consecuencia y lucidez. Quizás es porque han cambiado los objetivos y al final del día nadie se sustrae de la tentadora posibilidad de un contrato discográfico o de aparecer en la televisión o meter un video a MTV.
Américo, uno que es ídolo popular y que cantó para Sebastián Piñera, dice que lo hizo por dinero y es de los muchos en el país que cree que es mejor no meterse en problemas. Que un artista no debe dar a conocer su opinión política. Porque no conviene y porque no es bueno para el negocio.
Y los que lo hacen, los de siempre, lo hacen amparados en la oficialidad. Casi cumpliendo con el deber de "tener que estar" para apoyar al candidato oficialista de turno o para pagar viejas deudas. Nos falta civilidad, aparentemente. Como en otros países, donde declararse políticamente no es lío para nadie. Porque en estos días en que todo se parece a todo, en que nadie quiere arriesgar nada para no perder seguidores, sobran los miedos y falta la voluntad.
Salinas cree que algo termina y tiene razón: los próceres de la Nueva Canción, como su Inti-Illimani y Quilapayún, están fracturados, tocando en bandos distintos y peleándose penosamente a través de los medios. Opinando poco, siendo más políticos que los políticos, apostando a ciegas por un recambio que no viene. Esperando que aparezca otra voz como la de Mercedes Sosa que pueda matar de susto a la autoridad.
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