Cuando el "sí" ante Dios nunca existió

Las nulidades matrimoniales católicas son pocas: 232 en 2012. La Iglesia reclama falta de fe, en un mundo de vericuetos canónicos que se juzga -y se paga- en Chile.




No es en Roma ni con la firma del Papa. Error. Pese a la mitología que rodea al tema, la nulidad de los matrimonios católicos se decide, fundamentalmente, en casa; en el quinto piso de un escondido edificio frente a la Catedral metropolitana, donde funciona el Tribunal Eclesiástico de Santiago. ¿Segundo error? Esto tampoco quiere decir que el asunto sea rápido y sencillo.

Para la Iglesia, el matrimonio es un sacramento indisoluble. Es decir, no hay autoridad en la Tierra que pueda anularlo. "El vínculo debe ser válido, y para ello los contrayentes tienen  que haber entregado su consentimiento de manera consciente, libre y voluntaria", explica el diácono César Gómez, canciller y notario del tribunal.

Esto significa que las nulidades matrimoniales son una instancia en la cual, tras un proceso canónico -que suele extenderse por más de un año-, el matrimonio es declarado nulo al determinarse que no se dieron las condiciones para que ocurriera. Por lo tanto, no es que se anule, sino que jamás existió. Y, según el propio tribunal, las causas pueden ser variadas, como presiones al momento del "sí", "inmadurez" o "tara sicológica" de alguno de los cónyuges, y/o la imposibilidad de "realizar una relación sexual completa", entre otras.

USOS Y COSTOS DEL PROCESO

El proceso de nulidad matrimonial se rige por el derecho canónico. Consta de varias fases, desde una demanda e investigación hasta la etapa de pruebas, autos, testigos y alegatos. El fallo lo dictan tres jueces (en el tribunal de Santiago hay 15), pero siempre se requiere de una segunda sentencia. Por eso, todas las causas pasan después al Tribunal Nacional de Apelación, que las revisa y vuelve a fallar. Cuando hay disparidad entre ambas instancias, el caso sí viaja al Vaticano, donde el Tribunal Apostólico de la Rota Romana zanja definitivamente el asunto.

En cuanto a la tramitación de las causas, para Santiago, por ejemplo, en cinco o seis, de cada diez, los demandantes desisten y no terminan el proceso. "Cada vez son más los que se desaniman y no perseveran; al parecer creen, equivocadamente, que se trata de algo rápido y casi rutinario", se explica en el tribunal. Pero del total que se acoge, el 85% termina en una sentencia favorable, con fallo de nulidad.

El costo del proceso es otro tema.  Asciende a $ 1,2 millones. Sin embargo, "solo una de cada tres personas paga realmente el valor total. Las otras dos cancelan una cantidad acorde a su realidad o incluso nada, tras un informe de nuestras asistentes sociales. Se pueden sugerir cuotas y aportes simbólicos menores. Nadie se queda sin proceso por no tener dinero", asegura Jaime Ortiz de Lazcano, vicario judicial del Arzobispado de Santiago.

El punto que preocupa a la Iglesia es el escaso número de estas nulidades. "Si uno mira la estadística de los últimos años, se puede ver  un descenso, irregular, pero sostenido de las causas que entran al tribunal", asegura Ortiz de Lazcano.

Durante 2013 hubo 141 causas que recibieron sentencia de primera instancia. En 2010 esa cifra era de 140. Si se examinan las cifras de la segunda instancia, el Tribunal Nacional de Apelación, a donde llegan todas las causas de Chile, se observa que en 2010 las causas cerradas fueron  163, mientras que durante 2012 crecieron a 232.

Para el vicario judicial, la señal no es buena: "Lo normal es que con el tiempo aumentaran (las nulidades), ya que el tribunal es cada vez más visible (...). Uno de los problemas es la falta de fe. La sociedad y la cultura cambian. Hoy, el hecho de que un casado (por la Iglesia) se separe, se junte con otra persona y se vaya a vivir con ella, genera menos remordimiento de conciencia, menos problema personal respecto del sacramento".

Jaime Coiro, vocero de la Conferencia Episcopal, coincide en este punto. "En la sociedad hay cada vez más separaciones. Por lo tanto, debería haber muchos chilenos interesados en al menos preguntar qué pasa con su sacramento del matrimonio. Pero no. Muchos le dan a este ámbito de la vida un uso de tipo farmacológico. Cuando necesitan otro sacramento, como el bautizo de un hijo o su nueva pareja quiere casarse por la Iglesia, recién van y consultan".

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