Diario de vida de un ex gordo

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Como un corpóreo de sí mismo describe sus años de obesidad Richard Sandoval (30), el periodista autor de Tanto duele Chile (2017). Año a año, el director de Noesnalaferia repasa los episodios de bullying escolar que sufrió por flaco, las burlas de sus amigos por ser gordo y su recorrido deportivo para bajar los 20 kilos que hasta hace cinco meses lo hacían sentirse el hombre más feo de Chile.




Soy vanidoso, pero yo creo que toda la gente es vanidosa. En mi caso, lo que me hace serlo es que yo quiero ser lindo, pero también creo que todos queremos ser lindos. Seamos francos: ¿quién quiere ser feo? Hoy me encuentro más rico, pero pasé por muchas etapas antes. Mis amigos, por ejemplo, me molestaban cuando hacía cosas en público. Para el lanzamiento de mi libro, en mayo de este año, me dijeron: "Oye, guatón Richard, si los botones de tu camisa pudieran hablar, te denunciarían por intento de homicidio". Yo me reí. Es que como gordo te tienes que tragar ese tipo de tallas, pero además -hasta hace cinco meses- no estaba sólo en la gordura: tengo muchos amigos gordos, así que las bromas sobre el tema son de primerísimo nivel para molestarnos entre todos. Tallas de elite del tipo "amigo, te quedan chico hasta los lentes" son habituales entre mis cercanos. Y todos, aunque no sea tan chistoso y nos sintamos mal a veces, nos tenemos que reír como si aceptáramos como algo natural nuestra gordura.

1997: La primera vez

No todo fue gordura. En 1997 tenía diez años y todo en mi infancia tenía que ver con que era flaco. El tema habría pasado desapercibido en el colegio si no fuera porque me llevaron a una sala de nutrición. Me dio tanta vergüenza. Era mi primera vez, estaba en sexto y la nutricionista llamó a mi mamá para retarla porque tenía que comer de tal o cual manera. Desde entonces, que fuera flaco se transformó en un tema y mis compañeros creían que tenía menos edad por lo débil que me veía.

2000: La era del bullying

Cumplí tres años siendo pesado mes por medio. A los 13 se supone que debería haber pesado 50 kilos, pero pesaba apenas 38. Todos se reían de mí. Me molestaban, además, porque era muy flaco, muy mateo, muy correcto y porque los profesores me querían mucho. "¡Exquéletor!", me gritaban. Nunca tuve mala conducta hasta ese año. Como estaba tan bajo peso, me llamaron más seguido que de costumbre a nutrición y le enviaron una citación a mi mamá. Esa vez me enojé. Llegué a la sala y de pura lata, vergüenza y culpa la rompí. Frente a mí había una compañera que me vio y la muy mala onda me acusó.

Luego vinieron las burlas. Algunos dicen que molestar a los flacos no es bullying, pero a esa edad todo es susceptible de serlo y duele mucho más. Me daba rabia que me molestaran por algo que no podía controlar. Mi mamá me decía: a ellos, los guatones, les gustaría ser flacos como tú, pero era un consuelo que en verdad no funcionaba. Yo quería dejar de ser así.

2001: El feo

Me pegué el estirón y me cambié de colegio. Veo fotos de ese año y era horrible: muy alto y muy flaco. No me sentía bien con mi físico, así es que empecé a hacer ejercicios para tener más espalda y cuerpo. Los resultados llegaron recién en tercero medio cuando mi cuerpo se sincronizó con el de la gente de mi edad. Los brazos los tenía más anchos igual que las piernas. Ya no se reían de mí. Estuve así hasta que entré a la universidad. Por fin había mejorado un poco mi autoestima, pero me faltaba algo todavía: más cuerpo.

2006: Depresivo-corpulento

Entré y, al poco tiempo, me salí de la universidad. Tenía traumas emocionales vinculados a la pérdida de mi padre e inmadurez. Como no tenía nada que hacer, empecé a ir de manera irregular a un gimnasio para sacar cuerpo. Mi masa muscular aumentó y mi cuerpo me tenía conforme.

2010: Hacerse hombre

Volví a la universidad. Me encontraba más mino. Siempre usaba sudadera y empecé a trabajar como garzón de la señora que dirigía el casino. Ya tenía un poco de plata y comía donde trabajaba. Escenario perfecto. Un día, un amigo me dijo: "Tenís guatita, Richard". No dije nada. Es que yo nunca pensé que podía tener guata, no sabía lo que era eso. Me gustó tenerla. Me la agarraba, la sacaba y la hundía como chiste. Pero la grasa se me empezó a acumular en distintos lados del cuerpo. Me salieron hasta pechugas. El cambio, eso sí, me gustaba, porque tenía más cuerpo. Me sentía más maduro, cosa que en la época importaba mucho.

2012: El dinero, la gula y la bebida

Acumulé la suficiente cantidad de grasa. Ya había vuelto a la universidad, empecé a trabajar en un medio de comunicación y a tener un sueldo que para mi edad era bastante bueno. A raíz de eso empecé a comer cosas que nunca antes había comido como el sushi o la chorrillana. Hay que considerar que yo vivía en San Bernardo, mi familia no tenía mucha plata y la bebida siempre fue cosa de fin de semana para celebrar algo, así es que también empecé a tomar mucha bebida. Mi consumo de McDonald's y Burger King era excesivo. Amaba la doble cuarto de libra y para el postre comía mucho chocolate, galletas y snaks, porque era rico. Nunca tuve cuestionamientos, aunque ya notaba que me estaba poniendo enorme.

2014: Richard, el "terrible" gordo

Todo explotó. Me encontré con una ex compañera del colegio que me gustaba y en la época escolar no me pescó porque era muy flaco. "Richard, ¡estai terrible gordo! La cagaste. Tenís la media cara", me dijo como notificándome y como si yo no me hubiera dado cuenta. Ahí ya no me hizo gracia. Me di cuenta de que estaba realmente gordo y que me veía feo. Era heavy mirarme al espejo y encontrar que me veían tan feo. Flaco me veía bonito, tenía facciones. Pero yo ya no era más que una masa redonda con ojos. Los rasgos ya no existían. Mi cuerpo era ancho y me molestaba la generalidad de la masa en todos lados.

En un carrete, en el departamento de un amigo, no sé por qué todos los hombres estaban en un baño que era muy grande. Yo entré. Vi una pesa. Había pasado mucho tiempo antes de subirme a una pesa y entonces estaba en apenas 84 kilos. Cuando miro lo que marca la balanza, no lo podía creer: cien kilos. Ahí me di cuenta de lo mal que estaba. Me quedé quieto, callado, me estremecí y me dio una electricidad en el cuerpo. Fue una especie de shock. "Estoy mal", pensé. Ni siquiera me había dado cuenta más allá de mi incomodidad conmigo y con situaciones íntimas donde me incomodaba estar gordo. Desde entonces, sólo pensaba: "¿Dónde y cómo acumulé 20 kilos de más?". Pero ese es justamente el problema de la gente que empieza a engordar y a engordar y terminan obesos mórbidos, porque uno no se da cuenta. No es de un día para otro, entonces tú crees que está todo bien hasta que te das cuenta de que tienes papada, que no te cabe algo, que las camisas empiezan a quedarte mal.

2015: "Igual estoy rico"

Seguí comiendo mucho, pero me hice consciente de mi gordura. Asumido en lo que era, empecé la búsqueda del mejor perfil para sacarme fotos y selfies. Aprendí que siendo gordo se levanta la pera, se hunde la guata y se aguanta la respiración. En las fotos me veía más cachetón que cabezón, pese a mis técnicas para verme flaco. Posaba, posaba y posaba. Según los cánones universales, las caras alargadas con las mejillas medio hundidas son más bellas que la que yo tenía –y tengo-. O sea, mis cachetes gigantes. Además, me cansaba más rápido y eso implicaba no sólo ser gordo, sino que también andar sudado. Como empecé a tener más notoriedad por mi sitio Noesnalaferia, tuve que ir a premiaciones y entrevistas donde fotografiarse era obligatorio.

Mi imagen, entonces, ya no era sólo una percepción mía, sino que algo que queda registrado en la cabeza de todas las personas aunque me hubieran visto una sola vez por la tele, por un diario, por internet. Cínicamente me ponía frente al espejo, buscaba mi mejor ángulo y decía: "Igual estoy rico". Me autoengañaba, me subía el ánimo sólo.

2016, sexNO

Nunca me fue mal en el amor por ser gordo, pero sí me costaban más las cosas y las situaciones más íntimas me complicaban. No me sentía tan cómodo, ni sexy, ni me atrevía a jugar porque no estaba contento con mi físico, pero siempre me encontré rico igual. En 2016 entré a trabajar a Súbela Radio y al mismo tiempo se inició el clímax de mi gordura: llegué a pesar más de cien kilos. Nunca tuve enfermedades, ni diabetes, ni hipertensión.

Era el fan número uno de la señora de las sopaipillas de afuera de la radio. Invitaba a mis colegas y cuando iba sólo pedía todas las sopaipillas posibles. Generalmente seis. Yo llegaba y le hablaba en tercera persona a la señora que atendía: "¿Le da otra sopaipilla al guatón Richard?", decía. Ella contestaba: "Aquí va otra para el guatón Richard".

2017, de "yo, corpóreo" a deportista

Hay dos entrevistas que marcaron el fin de mi era de gordo: Pedro Piedra y Tiago Correa. El primero es un músico chiquitito y flaquito. Al lado de él, yo era una bestia. Era el corpóreo de Richard Sandoval. Y con el segundo fue peor porque él es el hombre más rico de Chile y yo tuve que hacer grandes esfuerzos de autoproducción para esconder la guata. Si tuviera que escribir esta historia, se llamaría "Yo, corpóreo". En mi recorrido de gordo me he sentido el ser más horroroso. La gordura caló hondo a principios de año y empecé a encontrarme super feo. Ahí me preocupé.

Héctor, mi hermano, es profesor en el gimnasio en el que me inscribí en febrero. Fui de manera muy irregular, pero estaba tan gordo –y a los gordos les cuesta menos bajar- que bajé cerca de cuatro kilos. Volví al gimnasio una semana antes del lanzamiento de Tanto duele Chile, mi libro, para entrar en una camisa. Después de eso, empecé a salir en la tele y me veía derechamente guatón. Un día, un troll me dijo: "Guatón tetón". Yo le dije: "¿Cómo que tetón?". Hace poco promocionaron una actividad mía en la Feria del Libro de Santiago con la foto del día de mi lanzamiento y me cargó, porque me veía horrible, se me veía un botón abierto y mis amigos se rieron mucho de mí.

Desde junio voy sistemáticamente al gimnasio. En cinco meses he bajado 18 kilos. Cuando estaba pesando 90 tenía la cara más delgada, me encontraba más bonito y me gustó bajar de peso. No estaba en mi mejor momento emocional y esto me ayudó mucho. Me prometí a mí mismo que iba a ser flaco. Tengo guardados todos los papelitos de las pesas desde que empecé a ir al gimnasio. Es hermoso.

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Empecé a andar en bicicleta. Desde entonces subo el cerro Chena en San Bernardo, al principio llegaba a la mitad y me tiraba al suelo casi a llorar y vomitar. Quedaba colapsado. Ahora subo el cerro cinco veces seguidas y siento cero cansancio. Tengo una emoción, alegría y orgullo por mí.

Me he puesto más vanidoso, porque me encuentro más bonito. La gente se ríe de los gordos, pero el trabajo para bajar de peso es enorme y eso nadie que no haya sido gordo lo sabe. Siento una emoción, alegría y orgullo por lo que he logrado. Con esto me empecé a dar cuenta del valor de la superación en todo sentido, además de sentirme más seguro en todo ámbito. Estoy en 82 kilos y mi objetivo es llegar a 80 para el Carnaval de Río de Janeiro, Brasil, en febrero. Y creo que lo puedo lograr. Aprendí que puedo hacer más de lo que pensaba. Tanto, que me dieron ganas de tatuarme la frase de Massú: "Nada es imposible, hueón, ni una hueá".

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