El "11" al interior de un blindado
Un patrullaje por Peñalolén y Macul a bordo de un vehículo lanzagases permite conocer la violencia que surge en la noche del 11 de septiembre.
Las llamas en el parabrisas iluminan de golpe el interior del carro blindado "J-015". La visión en el vehículo, también conocido como lanzagases, es nula y los impactos de piedras, disparos y bombas incendiarias que dan en su coraza de acero lo remecen de un extremo a otro. En el exterior, los gritos y amenazas de encapuchados se mezclan con las órdenes del coronel de FF.EE. de Carabineros Hugo Inzunza: "¡Acelera; cuidado con la molotov de tu izquierda; salgamos rápido!". La noche del 11 de septiembre acaba de comenzar. El reloj marca las 21.00 en punto y el carro policial transita por avenida Grecia al poniente para disolver a grupos violentistas que bloquean caminos, destruyen señaléticas o intentan saquear locales comerciales.
Las calles están vacías y, en algunos sectores de Peñalolén y Macul, sólo las barricadas iluminan el entorno. A medida que el vehículo avanza, el olor a pólvora, gas lacrimógeno y neumático quemado se intensifica. También lo hace la tensión de sus tres tripulantes. Pocas horas antes de iniciar la misión, el subdirector de Carabineros, general José Luis Ortega, advirtió a 40 uniformados que patrullarían el sector que "esta noche se presta para que soldados de grupos narco muestren su poder de fuego. Jóvenes de 12 o 14 años demostrarán que tienen los cojones para disparar y, si pueden, matar a un carabinero".
Por los vidrios blindados del vehículo se pueden ver las dos realidades de la conmemoración de los 40 años del Golpe Militar: por un lado, están quienes recuerdan a víctimas de violaciones a derechos humanos con velas, claveles y fotos colgadas en el ingreso a sus casas. Por el otro, están quienes "aprovechan la oscuridad para causar daños", dicen en la policía.
Con el transcurso de las horas, las comunicaciones radiales se interrumpen con un llamado de emergencia: "¡Central, necesitamos refuerzos, nos están atacando desde cuatro puntos distintos con armas cortas y molotov!", grita el jefe de una patrulla emboscada en avenida Américo Vespucio con El Valle. Son las 23.10 cuando las balizas se encienden y el acelerador se pisa a fondo. Pocas cuadras antes de llegar al lugar, la velocidad se reduce para evitar "ataques relámpago" que puedan terminar en incidentes graves. Dentro del carro el equipo recarga la escopeta antidisturbios y el armamento lanzagases, mientras que, detrás de las barricadas, encapuchados rellenan botellas con combustible, recogen piedras y apuntan a los policías con un láser color verde.
La orden del coronel Inzunza pone en movimiento al "J" con un objetivo claro: disuadir a los violentistas. A medida que avanza, encapuchados salen a su encuentro. Una botella con pintura negra impacta con certeza en el parabrisas y tres bombas molotov estallan por sus costados. El carro está en llamas, el conductor carece de visibilidad y el ataque se intensifica. Sólo el actuar del carro lanzaaguas detiene -por un instante la agresión. El mismo chorro de agua sirve para limpiar los vidrios, lo que deja en evidencia un impacto de una bala en el vidrio del conductor. En paralelo por la radio interna se enfatizan a "los equipos a no actuar de forma temeraria". Al igual que en Peñalolén, en otras seis comunas de Santiago, están sembradas de barricadas, mientras los equipo policiales enfrentan una de las noches más violentas del año.
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