El día que Bam Bam selló su gesta
El entonces entrenador y algunos de sus ex compañeros rememoran para <b>El Deportivo</b> la importancia de Iván Zamorano en ese Real Madrid de 1995 y en ese inolvidable título de Liga.
Había marcado Bebeto para el Deportivo. Jorge Valdano, el DT del Madrid, sintió como si le clavasen "un puñal en el estómago". Ángel Cappa, su ayudante, se agarró al "peso del pasado" como una metáfora desgraciada pero posible. El Real Madrid llevaba cuatro años sin ganar la Liga. Pero entonces apareció Iván Zamorano, uno de los imprescindibles en aquella primavera del 95 y en aquel Madrid que desfallecía frente a la agonía. El balón ya no iba tan rápido hasta que lo cogió Amavisca y le tiró el pase largo a Iván, porque no había tiempo que perder para escuchar la música de los campeones. Zamorano entonces se responsabilizó de ella. Paró esa pelota con el pecho y agarró un derechazo que acabó con cuatro años de frustración. Hizo retumbar a 130.000 personas en el Bernabeú y a millones de compatriotas en Chile que enloquecieron con motivo. La diferencia es que Zamorano tenía una ventaja sobre todos ellos cuando bajó ese balón al piso. "Sabía que ahí estaba lo que necesitábamos". El miércoles se cumplen veinte años de ese día, de ese gol, de esa hazaña.
Al terminar, Zamorano buscó un momento de intimidad en el que, sobre todo, se acordó de su padre. "Él me enseñó la pasión por el fútbol. Murió cuando yo tenía 13 años". Una manera de resumir entonces el impacto de un futbolista del que Valdano jamás se olvidará. "En pretemporada me sobraba uno de los dos extranjeros y sentí que uno de ellos era Zamorano". Las estadísticas del último año, en el que estuvo 19 partidos seguidos sin marcar, no jugaban a su favor. Pero Zamorano no se resignó con la facilidad de los números. Valdano recuerda que "se dedicó a defender su posición y lo hizo con una calidad inolvidable". Las dudas se quedaron sin aliados. Invadido por el amor propio, Zamorano llegó hasta los 28 goles por arriba y por abajo, con la derecha y con la izquierda como en aquel remate frente a Busquets, el portero del Barça, la noche del 5-0.
"No hacía nada mal", recuerda Alfonso, uno de los delanteros de aquel Madrid. "Sin ser el más rápido ni el más fuerte ni el más creativo, Iván pasó a convertirse en uno de los mejores goleadores del mundo. Pero, sobre todo, porque él era un reflejo de su propia pasión, y la pasión es ambiciosa por naturaleza".
"Correr, sobre todo, correr"
Zamorano, en realidad, era algo más que el brazo ejecutor. No sólo era gol. También era la vida, la tenacidad o la desesperación frente a la derrota. Un número nueve insaciable. Un ejemplo viviente, de 28 años, "fabricado a partir de una resurrección que le permitió reconquistar lo que había perdido", explica Valdano. "Él aceptó quedarse, desafiar lo que yo tenía decidido y, de repente, me dejó sin motivos. Fue una de esas poderosas lecciones que nos da el fútbol a los entrenadores y que realmente fortaleció nuestra relación".
Zamorano jugó 3.092 minutos totales de aquel año en un Madrid, en el que la pelota era como un acto de fe. "Nosotros sabíamos que si se perdía un partido o un campeonato siempre habría más oportunidades, pero si se pierde un estilo entonces se pierde todo". Por eso ocurrieron cosas tan extraordinarias en aquel Real Madrid en el que Fernando Redondo impartía justicia con la pelota; Luís Enrique, el actual DT del Barça, jugaba de interior derecho y Amavisca, sobre todo Amavisca, se glorificó por la banda izquierda. Hizo una sociedad tan magnífica con Zamorano que la única manera de olvidar es la de morir. "En un Madrid que tenía jugadores del talento de Laudrup, Redondo o Martín Vázquez, nosotros poníamos la diferencia", explica el propio Amavisca. "Nos gustaba correr, sobre todo, correr, y ese equipo admitió nuestros deseos como si llevásemos toda la vida en el Madrid".
"Era muy difícil no admitir a Zamorano, casi imposible", recuerda Alfonso que hoy, a los 42 años, es entrenador del filial del Mallorca. "Un buen chaval, que entraba en el vestuario y te alegraba la vida, que en el campo te solucionaba los partidos, sobre todo por arriba, y que te contagiaba el hambre de un futbolista que necesitaba sentirse importante. Su desafío era el de todos".
El resultado fue un año, sinceramente, inolvidable en el que Valdano no acepta tópicos. "Aquella temporada jugamos muy bien al fútbol, y eso no puede ser ningún tópico. Pero si personalizo en el caso de Iván me quedo con algo más que un título de Liga. Me quedo con una relación que 20 años después se manifiesta cada vez que volvemos a encontrarnos. Hemos dado, incluso, juntos conferencias por el mundo acerca de la gestión de conflictos en la empresa. Y, si mal no recuerdo, en el Mundial de Brasil coincidimos y es un placer el cariño, el recuerdo compartido que nos queda de ese año o de ese gol que va a cumplir 20 años. Pero el tiempo es así de interesante, porque admite estas posibilidades".
Días perfectos
Hoy, la ventaja está en el recuerdo de días que pudieron ser perfectos. "Al menos, diferentes", matiza Alfonso. "Entonces existían nueves puros en los equipos. Gente como Zamorano o extremos como Amavisca, porque se jugaba más por fuera. Una cosa así como la que luego viví yo en el Betis con Finidi por la derecha y Jarni por la izquierda. Pero ahora ya casi siempre es distinto. Los equipos acostumbran a jugar más por dentro. Hay más pases interiores que han cambiado la manera de jugar al fútbol".
Una manera que se relató en el gol definitivo de Zamorano en el que la pelota pasó de un área a otra con tan solo tres toques hasta la estocada final. Pero la realidad es que, si hoy Zamorano rejuveneciese 20 años, volvería estar ahí, a emocionarse de sí mismo. "Volvería a reconquistar su sitio, no tengo ninguna duda", explica Valdano hasta que se acuerda de que hoy, 20 años después, ya no es posible. El tiempo hizo su trabajo. A los 47, Zamorano ejerce de DT y Amavisca no duda de que ha de ser un grande. "El hombre que yo conocí, sí, sin ninguna duda", aprueba.
"Tiene diálogo y conocimiento". Alfonso lo corrobora. "La última vez que vi a Iván fue en México, en Veracruz, en un partido de los veteranos del Madrid y estaba espléndido, tan solo un poco más mayor. Pero, por lo que intuí, su hambre de fútbol seguía siendo la misma de siempre, porque hay cosas que no cambian".
En realidad, un futbolista es como un torero: nunca lo deja. Nunca deja de parar balones con el pecho ni de rematar a portería con todas sus fuerzas como hizo Zamorano el 3 de junio de 1995. Tenía 28 años y no se había dejado vencer ni por nada ni por nadie. Tenía mucho ímpetu, pero no se desordenaba casi nunca. Por eso aquel año fue el de su plenitud. Superó a todo lo que había conocido antes en el Sevilla y a todo lo que conoció después cuando se marchó al Inter de Milán. Siempre fue un futbolista competitivo, incapaz de no cumplir sus objetivos, que es lo que hoy, 20 años después, nos permite felicitarle por su otro cumpleaños.
De paso, recordamos a las nuevas generaciones, a los que no le vieron jugar nunca, que era un tipo muy pasional hasta en las celebraciones. Valdano tal vez se haya olvidado de esa fotografía, la de la victoria, pero nunca de esos vuelos de Iván, los de la temporada 94-95 en los que recortó distancias con la perfección. Quizá por eso para felicitarle como merece sólo haya que volver a revivir esa frase de Ángel Cappa, el ayudante de Valdano, en la que avisa que "el futuro del fútbol está en el pasado" y que posiblemente resuma a tipos como Zamorano, insustituible en el recuerdo y digno aspirante al título de mejor futbolista chileno de todos los tiempos. Arturo Vidal, hasta el día del juicio final, tiene competencia, no poca competencia.
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