El dinosaurio Anacleto
La historia de la canción infantil es simple. Un dinosaurio llamado Anacleto, sin saber por qué, sobrevive a la extinción de sus congéneres, su rareza lo transforma en una atracción, pero la compañía que le brindan sus admiradores no lo conforman. Extraña a los suyos, pertenece a otro tiempo y a otro lugar, se siente solo. Una querida amiga, siempre interesada en la política, me escribió esta semana que no sabía por quién votar en las próximas elecciones. "Me siento como el dinosaurio Anacleto", me dijo.
Es época de dinosaurios abandonados. Hubo un cataclismo de baja intensidad, en cámara lenta, y apenas percibido. Lo que podría haber sido un proceso de cambio progresivo, en algún momento acabó como mutación inesperada que rompió antiguos vínculos, arrasó con el paisaje y abusó de las confianzas hasta extinguirlas. No desaparecía una especie, lo que se acababa eran las antiguas lealtades, el modo de mirar a quienes representaban el establishment. El imperio de la negación les impedía ver a quienes estaban en el poder que había comenzado para ellos una pequeña edad de hielo.
Primero fueron los líderes. En el nicho ecológico progresista, el niño terrible perpetuo, el que jamás guardaba silencio, el que se jactaba de haberse adelantado a todos los reclamos, el eslabón perdido de la izquierda insatisfecha, acabó hundido en la insignificancia luego de darse el gusto de hacer campaña en jet privado a cuenta de un conglomerado extranjero que coimeó a la mitad de los gobiernos de Sudamérica. En el extremo liberal del hábitat, el candidato predilecto del barrio El Golf apenas logra sacar la voz después del almuerzo más caro de la política reciente.
Asimismo, quien era tenido como el más sabio de la manada terminó rodeándose de admiradores que en lugar de atraer a los escépticos y convocar a los más jóvenes, los aleccionaban o derechamente se burlaban de ellos, como si menospreciándolos lograrían alzar al viejo líder y traerlo de vuelta. Modularon su voz y su imagen a la medida de las conferencias de los happy few –aquellos que miraban el cataclismo desde un palco protegido- y acabaron llevándolo, con eficiencia y racionalidad de paper académico, al sacrificio público a la hora del té.
El imperio de la negación había soportado los escándalos de corrupción y financiamiento ilegal, pero no contaba con las cualidades como para trastrocar la imagen de su propio reflejo: eso ocurrió durante el período de refichaje, un proceso tristísimo en su forma, una especie de teletón sin épica, en donde acabó desnudándose el cuerpo macilento de un puñado de partidos que hasta hace algunas horas querían convencernos de que tenían un lugar ganado para conducir nuestros destinos gracias a la cantidad de militantes con los que contaban. Durante meses se los vio rogando por atención en las calles. Nuestra firma era su sueldo.
Esta semana ha quedado definida la siguiente etapa en el camino a la extinción. El partido de la moral híbrida proclamó una independencia manejada, como es tradicional en esa agrupación, en el lenguaje de las medias tintas. La candidata ofrece una mirada de centro, lo que en jerga chilena quiere decir no quedar mal con nadie, menos con el arzobispado, y asegurar escaños y directorios para los apellidos de rango de la aristocracia de la falange. En el progresismo moribundo, en tanto, sostienen un candidato inesperado, cuyas principales intervenciones durante la semana han sido para desdecirse de las declaraciones anteriores.
Hacia la derecha la oferta es reelegir a un expresidente que, en su nueva versión, ofrece orden y deberes en una campaña que parece dirigida a satisfacer a los oficiales en retiro del Ejército. Llamó "extremistas" a sus adversarios más jóvenes, emulando los discursos del general que puso de moda los adjetivos triples cuando hablaba del "marxismo-leninismo-ateo". En el horizonte de este candidato hay promesas de crecimiento que detalla flanqueado por sus edecanes ultraconservadores. Sus declaraciones son básicamente críticas al actual gobierno, las que suele formular entre sus visitas a líderes evangélicos y su declaración ante la fiscalía para explicar la naturaleza de sus negocios durante su anterior mandato.
Los representantes de la mutación de 2011, finalmente, han demostrado tener músculos para desplegarse en las calles y capturar a los descontentos con la ventaja que da la pureza de espíritu de los recién llegados. El pasado para ellos, más que historia, es un archipiélago de eventos ocurridos desde el golpe de 1973 en adelante, salpicados de imágenes de héroes desgajados de su entorno y su época, transformados en íconos de esténcil callejero: un perfil de Salvador Allende, una frase de Pedro Aguirre Cerda, alguna foto de Clotario Blest que se cuelga en el Facebook. Es la generación que quiere verse nueva, pero que conserva la tendencia de la izquierda a fragmentarse y a elevar liderazgos surgidos de la burguesía con tendencia al paternalismo. ¿Es lo mismo darle cauce al descontento que gobernar? ¿Es posible que una coalición de identidad difusa -no son de izquierda, dicen, porque incluyen a liberales- sostenga un liderazgo importado del periodismo? ¿Un like de Facebook equivale a un voto?
Habrá que buscar algo viejo, algo nuevo y algo amarillo para recibir la época que se avecina, la de los deshielos.
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