El remendón del Nobel

[Guillermo Torres] Lleva 45 años arreglando los zapatos de Bellavista. Hace tiempo tuvo un cliente especial: Pablo Neruda.




Cuando instaló su negocio en 1967 en Dardignac -justo entre Constitución y Pío Nono-, Bellavista era un barrio residencial muy tranquilo. Hoy es un polo nocturno que a don Guillermo no le gusta. "Todo cambió el 82, cuando se le dio libertinaje a la gente", dice.

En los 45 años que lleva en el barrio ni siquiera ha ido a tomarse una "cañita" al Venezia, donde iban los más célebres escritores en los 50, como Pablo Neruda, uno de los clientes más fieles de Torres también por esos años. El Nobel de Literatura vivía en La Chascona; era vecino de Bellavista.

Guillermo lo veía pasar por afuera de su negocio. No lo había leído, pero sabía que era "alguien importante". Por eso, un día se animó a saludarlo. Se presentó y lo invitó a pasar a su zapatería.

Cuenta que el poeta calzaba 43 y que usaba zapatos normales, varios de ellos hoy exhibidos en el museo La Chascona. Cuenta, también, que su esposa Matilde Urrutia tenía muchos zapatos. "Más de 500 pares. Eran todos preciosos, traídos de afuera", recuerda.

Torres es el personaje que abre las historias del libro Historias con oficio, del periodista Mario Cavalla y el fotógrafo Richard Salgado. El es el rostro de la portada.

Dedicado a reparar el calzado de los vecinos de Bellavista por décadas, don Guillermo ya se siente cansado. Aprovechando que su arrendatario le pidió el local de vuelta, cuenta que cerrará en mayo. No le vino mal la noticia. "Ya tengo 70 años y me quiero ir pa' la casa", asegura este habitante de La Florida.

Heredó el oficio de su hermano, quien trabajaba en una fábrica de zapatos poniendo tapillas. Cuando Guillermo tenía 14 años, decidieron trabajar juntos y empezaron a fabricar calzados para venderles, en principio, a sus amigos. Luego se compraron máquinas para reparar las piezas y les fue bien.

No es que ya no le lleguen zapatos para remendar. De hecho, todavía llegan quienes mandaban a arreglar sus zapatos cuando ellos estaban en Colón con Vespucio. Todavía tiene pega -"tengo más de 200 clientes frecuentes", dice- pero está cansado.

Pese a lo inminente del cierre del negocio de toda su vida, está tranquilo. Es católico practicante, de rosario diario y de rezos continuos a San Pancracio, el santo del trabajo. Por eso se siente en paz: "Siento alegría porque cumplí, hice todo lo que tenía que hacer. Demostré que soy una persona educada y que gracias a eso pude conocer a gente bonita que me ha querido, me ha respetado, que hoy me saluda y me tiene cariño. Esas son ganancias. Yo no creo que en este rubro haya otra persona como yo", afirma, sin sonar pedante.

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