El siglo de tres tiendas santiaguinas
Tres familias han logrado mantener por cien años abiertas las puertas de sus locales, no exentos de cambios con el paso de las generaciones. Aquí cuentan sus historias.<br><br>
Las Rosas Chicas
"Hay dos teorías sobre el origen del nombre: la primera, que dos abuelas mías se llamaban Rosa, y la segunda, que en el barrio ya existía una panadería más grande, llamada Las Rosas", cuenta José Alvariño, sobrino bisnieto del fundador y administrador de la fábrica panificadora Las Rosas Chicas, ubicada en pleno barrio Brasil y que este 2014 cumple 110 años de existencia.
Todo partió en 1904, cuando José Grandal, un comerciante gallego, decide instalar una modesta panadería para abastecer a quienes habitaban la manzana. "Y en 1938 pasó a mi abuelo, José Alvariño Grandal; en 1964, a mi padre, Francisco; y por último, en 1982, yo quedé a cargo, pero desde que tenía 10 años estuve metido en la fábrica. De hecho, vivíamos en unos cuartos que hoy son bodegas", agrega.
Primero producían sólo pan amasado, pero a mediados de los '50, junto con el creador de la fuente de soda Dominó, Pedro Pubill, comenzaron a producir panes de completo y de hamburguesa. "La gente no los conocía entonces, fue toda una innovación", afirma Alvariño.
Cambios ha habido. Si en sus comienzos el lugar tenía unos 600 m2 de superficie, hoy supera los 2.000 m2. "Justo al lado de la fábrica había un cité de 12 casas, que luego compramos, y hoy es el lugar donde se estacionan los vehículos para la carga y distribución", agrega Alvariño. Además, el adobe y la maquinaria antigua fueron reemplazados por aparatos traídos desde Austria. "En 1982 instalamos una sucursal en Luis Pasteur, en Vitacura, donde trabaja mi madre, quien es la cara visible del local y atiende el mostrador, manteniendo así el sello familiar de la panadería", dice, orgulloso.
Plásticos Apud Nazar
Pelotas saltarinas, tapas de W.C., bolsas, tapices, envases, relojes, colgadores, linóleos de todos colores: ejemplos de que el plástico se moldea para fabricar un sinnúmero de cosas, y así lo entendieron en la tienda de la familia Apud Nazar, instalada en 1910 por Juan Nazar, oriundo de Belén, en la esquina de Puente con Rosas, y que, con el pasar de los años, se hizo conocida como "La casa del hule" entre los santiaguinos. Hace cinco años, el nieto del fundador, Francisco Nazar Apud, está a cargo de ella, reemplazando a uno de sus siete hermanos. "En sus inicios, mi familia comenzó con gomas para manteles, cortinas, para impermeabilizar camas y cosas así. Toda esta variedad fue llegando hace una década, con las importaciones desde Asia", cuenta Nazar.
"Es curioso que en este rincón del centro hubiera varios locales de la colonia árabe: frente a nosotros estaba la librería de Antonio Musalem; al lado, el Pre Unic de la familia Abuhabda y, más allá, un punto de venta de la Sociedad Textil Yarur", cuenta Manuel Carvajal (72), que lleva trabajando más de 50 años en el local, desde el tiempo en que la calle Puente no era un paseo peatonal, sino un ir y venir de carretones y microbuses desde el cementerio hacia Alameda.
"Eramos bien artesanales en la época, nada de cosas automáticas. Por ejemplo, a fines de los 50, cuando comenzó el boom de las bolsas de polietileno, teníamos que cortarlas con prisa con una máquina, porque recibíamos rollos completos muy grandes", agrega Carvajal, mientras alimenta a René, el gato que desde hace 19 años se pasea entre los artículos de látex, nailon y el mesón de atención.
Mueblería Llull
Fundada en 1901 por el español Mateo Llull, oriundo de las islas Baleares, al noreste de España, la mueblería de esta familia atavió los salones del Palacio de La Moneda durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda -a comienzos de la década del 40- y, además, las oficinas de ministerios, embajadas e, incluso, la casa de gobierno de Bolivia.
"Todo se hace aquí: maderas como lenga y raulí las traíamos desde el sur hasta nuestra fábrica, y luego se trabajaban hasta convertirse en respaldos de camas, sillas, mesas o muebles decorados a mano", señala el ebanista y nieto del fundador, Sergio Goitía Llull, mientras enseña una licorera tallada con los viajes de Cristóbal Colón y cajones de felpa, que Goitía no tiene a la venta y guarda como un tesoro.
Aunque originalmente se ubicaba en calle Monjitas, en 1937 deciden trasladarse frente al Parque Bustamante -en la esquina con Marín- a un edificio neoclásico recién construido, con vitrinas en su primer piso para que un local comercial ocupara la planta. "De niño recuerdo haber jugado en los rieles del tren que iba desde la estación Pirque a Puente Alto, cuando venía a ayudar a mi padre", agrega Goitia.
Actualmente, parte de la antigua fábrica está siendo renovada para convertirse en una galería de diseño, al estilo del barrio Italia. "Tengo tres hijas, dos de ellas dedicadas al diseño y la arquitectura. La sensibilidad está en la sangre y queremos continuar con la tradición de la familia y nuestro lema: ofrecer muebles que se heredan. Aunque hubo un largo tiempo en el que reinó el mueble más desechable, creemos que ha surgido en los últimos años un gusto por llenar la casa de artículos con historia", finaliza el dueño.
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