Enrevesado
Un hombre de Estado extranjero de cuyo nombre no debo acordarme, mirando el actual panorama político que tiende a prevalecer en el mundo, decía hace poco tiempo: "Somos los últimos dinosaurios de la ilustración, somos el racionalismo, hoy es tiempo de actores, payasos, oportunistas, llorones en la televisión, marquetineros y yerbas parecidas".
Naturalmente, hay excepciones, todavía hay quienes creen en los valores de la ilustración, poseen convicciones democráticas profundas y tienen la capacidad de no ceder ante la tentación facilista del populismo en cualquiera de sus formas.
Sin embargo, la búsqueda de salidas políticas constructivas que no obedezcan al dictado del gran dinero, pero tampoco al impulso de cerrarse al mundo, que comprendan el valor de la riqueza y de la diversidad, son cosas que no podemos abandonar como atributos de un pasado jurásico, ni siquiera cretácico.
Son valores indispensables para construir una modernidad del futuro capaz de preservar la acumulación civilizatoria y resguardarnos de una regresión a la barbarie, por más que ese mundo bárbaro desborde de tecnología.
Esas excepciones ilustradas se reflejan en el accionar de políticos en los países nórdicos, en la Alemania de hoy, en Portugal y quizás se abra un espacio en Francia,
Sin embargo, en esta fase difícil de la historia tienden a predominar en política personajes menores, baste mirar nuestra América Latina, donde los nombres respetables que dirigen los actuales gobiernos son relativamente pocos, y eso pese a que algunos de los menos frecuentables ya no están.
"De todo le tenemos", cómicos estafadores, farsantes con lenguaje revolucionario, tontorrones autoritarios y caraduras sin límites. Algunos de ellos, aunque fueron elegidos en elecciones democráticas, se volvieron poco amigos de las reglas democráticas y desean quedarse largo tiempo en el poder.
Esta situación todavía no tiene efectos dramáticos en la región en los aspectos económicos y sociales, porque hasta el 2013 tuvimos 10 años de bonanza, en la cual los países tuvieron la posibilidad de crecer económicamente y mejorar sus indicadores sociales. Solo Venezuela lo despilfarró y terminó en una verdadera crisis. La crisis de Brasil es diferente, obedece a un fenómeno de corrupción gigantesco.
Pero ya han pasado cuatro años de un crecimiento menor en la región, incluso dos años de decrecimiento como promedio. La recuperación se anuncia lenta y las aspiraciones y el descontento amplio, especialmente en los sectores que habían abandonado la pobreza, pero no la precariedad y que sienten el piso crujir bajo sus pies.
Para enfrentar esta situación se requerirá una gran capacidad política, que es justamente lo que escasea cruelmente.
De otra parte, el entorno internacional es incierto. Aun cuando las proyecciones económicas tienden a mejorar muy parsimoniosamente, el cuadro geopolítico se vuelve cada vez más complejo.
En Europa se tienen que conjurar muy bien los astros en Francia y Alemania para invertir la actual tendencia al debilitamiento. A Putin ya lo conocemos, no jugará sus cartas por un fortalecimiento de la democracia ni de la apertura a nivel mundial. Xi Jinping nos mirará sonriente, preocupado solamente por el potenciamiento de China, sin que nunca sepamos en qué está pensando, por supuesto no es en la democracia.
Pero la incertidumbre mayor es con Donald Trump. Como señala el periodista de República Vittorio Zucconi, "no es el primero de los presidentes que entra a la Oficina Oval sabiendo poco del mundo", pero los anteriores al menos lo sabían y se esforzaron por aprender, incluso Reagan, a quien la lectura no atraía, mostraba gran paciencia para escuchar los informes y que después se los explicaran.
El Foreign Policy nos señala que Trump, pese a sus 71 años, tiene algunos rasgos infantiles, entre ellos que su capacidad de concentración sobre un tema no se extiende más allá de cuatro minutos, esto hace que sus consejeros deban presentarle solo una hoja por tema, pero la hoja debe ser tamaño carta y a doble espacio.
En cualquier negociación puede decir una frase inoportuna, pues el bagaje político cultural de Trump puede pasar por el ojo de una aguja, pero no para ir al cielo, sino para armar un infierno.
"El mundo está en las manos de un niño", ha dicho David Brooks en el New York Times, y no pareciera ser un niño prodigio.
Conviene quizás dejar de criticar a los demás y preguntarnos cómo andamos por casa. Parecería que más o menos no más.
Es cierto que los personajes de sesos menos avivados y de alto colorido parecieran ser marginales en la actual campaña presidencial. Entre los aspirantes con posibilidades, si bien ninguno deslumbra por sus dotes de estadista, tampoco ninguno provoca espanto.
Pero el cuadro político que se ha conformado por múltiples causalidades, pero no del todo ajeno a la acción del gobierno y de los partidos que lo sustentan, no es muy brillante para el progresismo. Nos encontramos con tres realidades configuradas en los últimos cuatro años.
La primera es que la derecha, que estaba en pésimas condiciones, con divisiones profundas y dramas electorales, hoy aparece en lo grueso unida tras un candidato a quien la economía acompañó en su gobierno con ternura, pero que políticamente fue malito. Hoy, sin embargo, quizás injustamente, la gente lo encuentra mejor de lo que fue, por vía comparativa. La desenvoltura del candidato en el manejo de sus negocios, tal vez por costumbre, parece solamente indignar a sus opositores convencidos.
La segunda realidad es que la centroizquierda está dividida y su nombre de fantasía periclitado, pero, sobre todo, su horizonte está herido. De tanto menospreciar su historia, acelerar su ritmo, perder la buenas costumbres, pelearse a más no poder y despreocuparse de la solidez reformadora en pos de una ansiedad refundadora, sus candidatos tienen dificultades para encarnar aquello que fue el corazón del éxito, la conjunción de una socialdemocracia moderna y un socialcristianismo progresista.
La tercera realidad es la conformación de un bloque de izquierda radical que se conformó al calor de los excesos discursivos de un sector de la izquierda cuyo amor no fue correspondido. Los líderes de este bloque, que puede ser competitivo, dan muestras hasta ahora de un radicalismo simplista, que puede encender pasiones, pero no convencer con razones. En verdad se sabe poco de la contundencia de las fuerzas que lo apoyan y en qué consiste su mirada larga más allá de la crítica a casi todo lo que se mueve.
Quién sabe cómo se desarrollará este cuadro en los meses por venir. En todo caso, quienes con autonomía nos ubicamos en un espacio de una centroizquierda abierta a la modernidad, democrática y progresista, no la tenemos fácil.
Por ahora estamos enrevesados
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