Entre la tradición y el mercado: las difusas fronteras del arte actual
El grafitero Banksy ofreció anónimamente su obra en Nueva York a US$ 60 y le fue mal. El artista callejero mejor cotizado revive el viejo debate sobre el valor de la obra artística.
En 1998, Banksy corría por las calles de Bristol para huir de la policía, los únicos interesados en conocer la identidad del grafitero que hacía de las suyas, rayando los muros la ciudad inglesa. Diez años después las cosas habían cambiado bastante. Ya no era la policía, sino la prensa la que perseguía al artista, que cultivó su fama pintando satíricas imágenes como la de un guardia real orinando en una pared o a la Mona Lisa portando un lanzagranadas, pero que insistía en mantener su anonimato. Si bien hasta ahora el británico ha esquivado tratar con las grabadoras y los flashes, no ha sucedido lo mismo con el mercado del arte, que ya valora su obra en cientos de miles de dólares.
Fue quizás por esta alza en su trabajo, que Banksy realizó la semana pasada un ingenioso ejercicio de venta en Nueva York, ofreciendo lienzos originales por 60 dólares, pero con el detalle de que no iban firmados. Tras un día de venta, el artista sólo recaudó 420 dólares y el anciano que atendía el puesto se retiró con gran parte de la mercancía. La jugarreta del artista abrió el debate: ¿El público valora su trabajo o la marca en que se ha transformado? Lo cierto es que a los días, Banksy vivió la otra cara de la moneda al enterarse que uno de sus murales, ubicado en una estación de gasolina de Los Angeles, será literalmente cortado de la pared y rematado en diciembre en Beverly Hills a un precio estimado de US$ 300 mil.
"No ha habido otro artista callejero que genere este tipo de especulación financiera", señala el curador chileno y crítico del The Village Voice, Christian Viveros-Fauné. "Hay mucha más manipulación hoy en el arte que en cualquier otro momento de la historia. Hoy el mercado está desvinculado de la calidad de la producción de arte y del mensaje que intenta comunicar el artista", agrega .
Claro que la pregunta sobre las fluctuaciones del mercado remiten a una discusión mucho más antigua, que tuvo su punto álgido cuando en 1917 un irreverente Marcel Duchamp presentaba, bajo el seudónimo de R. Mutt, su última creación en el debut de la muestra de la Sociedad de Artistas Independientes: un urinario al revés que cambió los paradigmas del arte. Décadas antes de que Warhol convirtiera imágenes de la cultura popular, como la botella de Coca-Cola y el tarro de sopa Campbell's, en obras artísticas, Duchamp ya había creado los readymades y lanzado las preguntas clave: ¿Quién decide qué es una obra de arte? ¿Basta con que se exhiba en un museo para que un objeto sea considerado arte?
"Las fronteras del arte se ampliaron y es imposible dar una definición única. A lo que uno se refería tradicionalmente como arte cambió y quizás debiéramos buscar nuevos conceptos que no tienen que ser aquellos con los que trabajábamos hasta hace 15 años atrás", señala el académico y presidente de la Fundación Itaú, Milan Ivelic.
El arte del siglo XXI aspira a establecer una conexión con el espectador más allá de lo retiniano, para generar reflexión. Por eso, muchas veces el arte no es un objeto, sino una idea. Es el caso del cubano Wilfredo Prieto quien para hablar de la carencia económica de su país expuso en 2011 un pan dentro de otro pan, obra que hoy pertenece a un coleccionista holandés; o la británica Tracey Emin, quien en 1999 fue finalista del prestigioso Premio Turner con una réplica de su cama sin hacer.
Para Viveros-Fauné, la única verdad que existe hoy es que cualquier cosa puede llamarse arte. "La pregunta de qué es arte y que no, es un callejón sin salida. Lo que sí vale la pena discutir es cómo diferenciamos una obra buena de una mala".
LA PALABRA DEL DINERO
Es un hecho que en los últimos años los precios del mercado del arte se han disparado. Prueba de esto es que la obra El grito del noruego Edvard Munch, rematada en 2012, por Sotheby's de Nueva York, en la cifra récord US$ 120 millones. O otras ventas privadas incluso han sobrepasado ese precio, como el lienzo La Reve, de Pablo Picasso, vendido, en marzo de este año, en US$ 155 millones, y la más cara de todas, Los jugadores de carta de Cézanne, adquirida en 2011 por la familia real de Qatar en US$ 250 millones.
Pero ¿son estos números indicadores de calidad artística? "El arte pasó de ser un bien de uso a un bien de cambio. Hoy los precios altos se deben a que el mercado se ha dado cuenta que para un inversionista es más seguro comprar un Van Gogh o un Picasso, que no se devaluará, sino que seguirá aumentando su precio", dice Ivelic.
Para Denise Ratinoff, representante en Chile de la casa de subastas Christie's, el mercado sólo refleja lo que ya ha sido avalado por críticos y curadores. "La obra no tiene reposición, es un bien único, irremplazable por lo que especular es negativo. El arte no es un commoditie, ni menos una inversión a corto o mediano plazo, como se cree. Como la calidad es objetiva, una buena obra mantendrá o incrementará su valor en el tiempo", señala.
En los últimos años el mercado también ha sido testigo de grandes caídas, como la de Damien Hirst, quien en 2007 se convirtió en el artista vivo más caro al vender una calavera humana con incrustaciones de diamantes en US$ 19 millones, pero que hoy es cuestionado por su calidad artística. "Warhol decía que el mejor arte era el arte de hacer negocio. El lema lo heredaron sus hijos, artistas como Hirst, Jeff Koons o Takashi Murakami que tratan de manipular el mercado con una obra que habla sobre el mercado mismo", dice Vivero- Fauné. "El problema del mercado es que te vende unas papas fritas de la misma forma que una obra de arte, pero las papas fritas no pretenden reflejarte un mundo cultural ni interior".
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