Héctor Aguilar Camín: "Adiós a los Padres es la historia de la ruptura de mis padres con los suyos"
El último libro del periodista narra la historia de su familia, desde sus abuelos al matrimonio y separación de sus padres.
"Recuerda como quien respira", dice Héctor Aguilar Camín (1946) sobre su madre, en alguna parte de Adiós a los padres, al escuchar unas grabaciones de la voz de ella. "No hay nostalgia ni melancolía en ese ejercicio. Hay brío y juventud, y una sonrisa final ante los hechos invencibles de la vida". De esos hechos habla su libro, en el que sí hay algo de nostalgia y melancolía.
Es la recuperación de su historia familiar: quiénes fueron sus abuelos, cómo se conocieron sus padres y porqué se separaron. La presencia de la madre y la tía, la ausencia del padre (desaparece en 1959 y reaparece en 1995). Relatos de amor y odio, generosidad y mezquindad, riqueza y penuria, en que la voz o el recuerdo de los seres queridos aparece como un alivio.
¿Por qué llama novela al libro?
Porque está escrito a la manera de una novela. El primer capítulo plantea un enigma que los demás resuelven, a la vez que cuentan completa la vida de al menos dos generaciones. El enigma es , ¿quiénes son estos antiguos marido y mujer, separados desde hace medio siglo, que coinciden unos días de noviembre de 2004 en el Hospital de la Ciudad de México, y quedan internados exactamente uno arriba del otro, en el tercer y el cuarto piso? ¿Cómo han llegado aquí luego de haberse separado para siempre en el año de 1959? ¿Qué les pasó? ¿Quiénes son? Lo interesante de Adiós a los padres no es que sea verdad, sino que tiene la unidad dramática y la extensión temporal de una novela.
Reconstruye la historia de sus padres pero también de los padres de ellos. ¿Qué fue más complicado?
Lo nuevo para mí fue entender hasta qué punto la historia de la ruptura de mis padres fue también una ruptura con sus propios padres. El centro de la historia es que mi abuelo paterno despoja a mi padre de un negocio que iban a hacer juntos. Esto destruye económica y sobre todo moralmente a mi padre, que queda lleno de deudas y en un desconcierto del que no se recobrará. El despojo sucede en los años que siguen a la destrucción física de mi pueblo, Chetumal, por el ciclón Janet, en 1955, hecho que determina la mudanza de la familia a la Ciudad de México. Mi abuelo materno se opone a que sus hijas, Emma y Luisa, dejen Chetumal y lo dejen a él también, que vayan en seguimiento de mi padre, que lo ha perdido todo. La ruptura familiar queda sellada: mi padre separado de su padre y sus hermanos, mi madre y mi tía de los suyos. Adiós a los padres es en buena medida la historia de esa ruptura de mis padres con los suyos y de la reconciliación que, con el tiempo, la vida les regaló.
En él dice que el sino del padre es "no estar o estar demasiado". ¿Qué es peor?
No lo sé, depende del padre. Héctor Abad ha contado el paraíso de la cercanía absoluta, física, de su padre. En cambio Sartre contó famosamente en Las palabras su dicha por la ausencia de su padre. Claro, tuvo la sustitución del abuelo, lo mismo que García Márquez. Mi experiencia del padre ausente no se la recomiendo a nadie. Es la de millones de mexicanos que han crecido en hogares que encabeza una mujer: hogares de padre ausente. Me sabía la cifra, creo que eran 7 millones de hogares donde el padre falta en México. En el caso de mi padre, la presencia del suyo fue peor, lo avasalló toda la vida, no pudo salir nunca de la inmensa sombra del padre. Extrapolo un poco y pienso en el horror que debe haber sido ser hijo de Napoleón, de Stalin o de Fidel Castro. No quiero ni pensarlo.
Su abuelo paterno toma el negocio de su padre y se queda con todo. Eso no parece afectar mucho a su papá...
Que mi padre no pueda volverse contra el suyo y reclamar el despojo, es parte de su servidumbre a la sombra del padre. En la última escena de su vida, mi abuelo paterno, Don Lupe, hace venir a Héctor, lo acerca a su rostro y le pide perdón dos veces. Mi padre me contó esa escena varias veces, ya en su disminuida vejez. Siempre agregaba: No sé de qué tenía que perdonarlo. Yo me dediqué mucho tiempo a llevarlo a la respuesta. Ese interrogatorio socrático ocupa algunos de los pasajes para mí más conmovedores y divertidos de Adiós a los padres. Porque se trata de hacerlo llegar al reconocimiento del despojo que ha marcado su vida, y él lo ronda pero nunca lo asume. Vivió hasta el final sumergido en la sombra del padre. Era su opresión y su refugio.
¿Por qué le avergonzaba que su casa fuera una casa de huéspedes?
Porque había la noción de casas de citas, de burdeles, asociadas a la de casa de huéspedes. Y porque la idea de una casa de huéspedes refrendaba una disminución del estatus económico de la familia, era como bajar del rango de autonomía del dinero en que habíamos vivido hasta entonces. Yo iba a una escuela de ricos, mis amigos tenían casas solventes y algunos verdaderas mansiones. Que la mía fuera una casa de huéspedes, era humillante. Supongo que había bebido en mi infancia un brebaje de superioridad clasista adherida a la superioridad de mi casa. En mi pueblo, Chetumal, mi familia era riquilla, y mi abuelo el rico del pueblo. En la ciudad, estábamos quebrados y hasta nos perseguía la justicia. Había que ocultar eso. La casa de huéspedes lo exhibía.
¿Desde cuando pensó en este libro?
He encontrado entre mis vergonzosos papeles de juventud algunos primeros esbozos de lo que iba a ser una novela faulkneriana con la historia de mi casa. De modo que puedo decir que quería escribir esta historia desde los 16 años. Tardé 50 más.
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