Hermanitos, la película sobre la infancia de Lalo y Roberto Parra

El director Andrés Waissbluth rueda el filme en las afueras de Santiago. Es una ficcionalización a partir de relatos de Lalo Parra.




Son tórridas las tardes en Pudahuel, sobre todo en verano, sobre todo al pie de la Mina Lo Aguirre, empotrada en aquellos cerros que, llegando al túnel Lo Prado, encajonan Santiago. Sólo cuando atardece, una suave brisa refresca, en este caso al equipo y elenco de la película Hermanitos, del director Andrés Waissbluth (Los debutantes), quienes están rodando ahí, a la vera de un camino de tierra que conduce a las excavaciones.

"Esta película no es una biografía de Roberto y Eduardo Parra, es en realidad una ficción inspirada en una historia que Lalo me contó", explica Waissbluth, acomodándose el jockey azul que lo protege del sol demencial. La historia a la que se refiere, tanto pudo haber pasado como no. "Lalo siempre me la contaba de manera distinta, llena de cuentos, mentiras", agrega.

En algún lugar indeterminado de Chile, en una época que en ningún momento se explicita, los niños Roberto y Lalo Parra (Tomás Arriagada y Joaquín Saldaña) atienden la última voluntad de su abuelo: dejar libre a Elefante, su caballo. Así lo hacen. Pero dos rufianes, miembros de un circo itinerante que pasa por ahí, encuentran al animal, lo roban y lo suben a su colorido camión. Roberto y Lalo se percatan y, en un arranque de coraje, corren al vehículo para rescatar al caballo. En ese instante el circo parte, y con él, ambos niños. Luego vendrá la aventura.

La escena que se está rodando es precisamente esa transición, cuando los niños se suben al camión. Los personajes son fantásticos: Ramón Llao, quien interpreta a uno de los rufianes, lleva en la cabeza un turbante y va vestido como Aladino; Miguel Rodarte, en tanto, cuyo papel corresponde al del otro rufián, luce un pantalón apretado, dos trenzas enormes, media docena de pendientes y el torso desnudo, salpicado de tatuajes.

"Es una película para niños", dice Waissbluth luego del corte, "y para mí ha sido difícil cambiar el switch: ya no puedo interpretarla como la interpretaría yo, debo interpretarla como lo haría un niño".

A la sombra del camión, protegiéndose del calor, el actor italiano Salvo Basile (Holocausto caníbal), se sienta y enciende un cigarro. Lleva un bigote azabache que le atraviesa la cara de mejilla a mejilla, la camisa negra abierta, unas bermudas verde militar sostenidas por un cinturón cuya hebilla es un águila dorada hundida en el vientre. Mantiene esa pose de absoluta propiedad, de italiano con espaldas.

"Andrés sabe bien lo que hace", dice con su español tosco, y luego agrega mirando a los dos niños que siguen revoloteando por el set, como gallinas inquietas. "Y estos hijoputas también", bromea. Basile es César Pavón, el dueño del circo en el que, circunstancialmente, viajan Roberto y Lalo; el circo que ambos terminarán quemando.

La cinta es producida por Invercine, en coproducción con México y Colombia. Waissbluth espera que esté terminada en diciembre, para luego ser distribuida por la cadena mexicana Televisa.

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