Herta Müller: pueblo chico, Nobel grande
Si bien se arrancó del régimen de Ceaucescu, la escritora jamás pudo librarse del mundo opresivo y de la tacañería moral, física y emocional del pueblo en que transcurrió su infancia.
Composición de lugar: en el pueblo hay sólo una escuela, una peluquería, una tienda de abarrotes, una carnicería, una estación de policía, una iglesia, una oficina de correos, un cementerio y una casa de la cultura. En esta última se celebran los matrimonios y las fiestas en las que siempre toca la misma banda, bailan las mismas parejas y se come la misma comida. Schuster, Schneider y Wagner son los apellidos más comunes. En castellano significan zapatero, sastre y carretero. En el pueblo todos hablan alemán, no obstante estar emplazado en Rumania. Por dentro las casas son oscuras pero muy limpias, porque las mujeres friegan y barren todo el día. No conocen la aspiradora. Por fuera, todas las viviendas son rosadas y con cortinas café, salvo las de quienes ponen tul blanco de encaje por haber ido al extranjero o haberlo recibido de regalo. Las familias compensan un obsequio de este tipo con una pierna de jamón ahumado. Los hombres crían cerdos, conejos, abejas y gallinas. Hay palabras que en el pueblo cambian: en vez de extranjero, dicen occidente; al alcalde lo llaman juez y a los desaparecidos, deportados; el negocio de alimentos recibe el nombre de cooperativa de consumo y el proceso de estatización es, para la mayoría de los campesinos, pura y simple expropiación.
En este ambiente provinciano, opresivo y lúgubre, donde abundan los eufemismos y las relaciones atravesadas por la violencia, se desarrollan los dos libros recién llegados a Chile de Herta Müller, la flamante ganadora del Premio Nobel de Literatura. La razón es obvia: ella misma creció en Nitzkydorf, un poblado rural de Rumania del que emigró recién a los 20 años, cuando entró a estudiar filología alemana en la Universidad de Timisoara. Sus padres eran granjeros que pertenecían a la minoría germana; él había sido miembro de las SS durante la Segunda Guerra Mundial y la madre, como muchos alemanes de Rumania, fue deportada por los vencedores a la Unión Soviética, en 1945.
Müller escribió los relatos de En tierras bajas mientras trabajaba como traductora en una fábrica de maquinaria, entre 1977 y 1979. Fue exonerada por negarse a trabajar como informante para la policía secreta de Ceaucescu y el libro fue censurado, aunque no ataca ni denuncia explícitamente la dictadura de su país. El volumen recoge 15 relatos que combinan en forma magistral la ferocidad y la inocencia, lo sagrado y lo abyecto, la belleza de la naturaleza y todo lo que en ella hay de amenazante. Como Faulkner, Onetti o Fitzgerald, Herta Müller prefigura de manera ejemplar su universo creativo desde su primer libro. El texto que da título al volumen se compone de una serie de anotaciones, aparentemente sin unidad, de una niña que vive en un pueblo pequeño, infernal. Los juegos infantiles, los entierros, el despunte de la sexualidad y el cariño por los animales son plasmados por una mirada cuya ingenuidad no hace más que potenciar la brutalidad de los adultos.
MARIPOSAS Y TERNEROS
En un pasaje, el recuerdo de las mariposas reventadas con el pie da paso al momento en que comprende lo que es la muerte: "Estallaba al punto un vientre túrgido y aterciopelado, y un líquido blancuzco se esparcía por el suelo. El asco se me subía desde los zapatos y me anudaba sus lazos en la garganta, y sus manos eran descarnadas y frías como las manos de esos ancianos que yo había visto en unas camas con tapas ante las que la gente rezaba en silencio (...). De esas camas dijo la abuela que eran ataúdes, y de los que yacían dentro, que eran muertos. Y al decirlo pensó que yo no entendería la palabra. Y yo la entendí sin haberla oído nunca antes. La llevé conmigo varios días, y en cada trozo de pollo cocido en la sopa veía un cadáver".
La narradora también advierte que su padre ha herido a la ternera para conseguir la "autorización para el sacrificio de urgencia". Está prohibido matar ganado. El veterinario que entrega el permiso sabe que la herida del animal no fue casual, pero el padre inventa una historia fabulosa y le mete unos billetes en el bolsillo, a modo de coima. "Mientras hablaba -dice la protagonista con una rabia helada-, papá no dejó de acariciarle el lomo a la ternera. Yo lo miré a la cara. No se le notaba que estaba mintiendo. Quise sacar la mano del lomo de la ternera, quise tirar esa mano al patio y pisotearla. Quise que se le cayeran los dientes por decir esa mentira".
Los cuentos Día laborable, Los barrenderos y El parque negro transcurren en un entorno urbano y permiten adivinar la existencia de una dictadura. Se trata de relatos desesperados, donde el vino aplaca el miedo, la jornada comienza a las cinco de la mañana y la ciudad aparece "impregnada de vacío".
El atractivo de Müller radica en su tono abiertamente testimonial, pero también en la capacidad para pasar de lo real a lo fantástico, imprimiendo un carácter alucinado y misterioso a las experiencias narradas. Así, en La oración fúnebre le arrancan el brazo a una mujer en pleno velorio y en la novela El hombre es un faisán en el mundo, un manzano que devora sus propios frutos es ajusticiado por la "comisión de una noche de verano". La autora incluso ha señalado que las novelas de García Márquez la afectaron profundamente ("Macondo era para mí Nitzkydorf").
El hombre es un gran faisán en el mundo, el tercer libro de Müller, es rico en supersticiones y acontecimientos que parecen salidos de un sueño. Publicado en 1986, el texto aborda la desintegración de una comunidad de alemanes en Rumania: Windisch, el protagonista, está casado con una mujer que fue deportada a la URSS y tiene una hija adolescente. Todos se encuentran a la espera de conseguir los pasaportes para emigrar.
Como en Esperando a Godot o El desierto de los tártaros, aquí el tema central es la espera. Una espera que dura tanto que Müller tiene tiempo para registrar la cólera fría que separa a Windisch de su esposa (nunca le perdonará que ella se haya acostado con soldados soviéticos para conseguir algo de alimento o una manta cuando era prisionera), la muerte de la madre del carpintero, las cavilaciones del guardián nocturno y el infame chantaje que ejercen el policía y el cura del pueblo: quien desee un pasaporte, debe entregar a una mujer joven para se acueste con ellos. "Tu mujer es demasiado vieja para él", le dice el guardián nocturno a Windisch. "A tu Kathi la dejará en paz. Pero ya le tocará el turno a tu hija. El cura hará de ella una católica, y el policía, una apátrida". Luego, ante un Windisch que empieza a arredrarse, se escucha la voz segura de su esposa: "Lo que importa no es la vergüenza, sino el pasaporte".
Después de leer estos dos libros, es evidente que Herta Müller es mucho más que la escritora que se opuso a la dictadura de Ceaucescu. Posee una obra singular y aislada, que arroja luz sobre aquellas comunidades donde los aspectos más miserables de la cotidianidad se entrelazan con el mito, con lo ancestral. Es posible que no se trate de novelas ni de cuentos propiamente tales. Poco importa. Ahí están las imágenes, centelleantes y enigmáticas a la vez, de una lechuza que regresa al pueblo cada noche, de una mujer que anhela tener un jarrón y de una familia que se lava en la misma bañera, con la misma agua, antes de ver la película del sábado. Sólo Herta Müller es capaz de colocar ese mundo ante nuestros ojos. Sólo Herta Müller establece que la opresión del Estado es una suerte de correlato de los abusos sufridos en la infancia. Sus palabras son el fruto de un crimen, de un crimen público y de otro secreto.
Persecución, huida y triunfo
Herta Müller nació en 1953, en el pueblo germanohablante de Nitzkydorf, en Rumanía. Su padre sirvió durante la II Guerra Mundial en las Waffen-SS y su madre fue deportada a la URSS.
Estudió literatura alemana y rumana en la Universidad de Timisoara, entre 1973 y 1976. Después trabajó en una fábrica, de la que la expulsaron por no colaborar con la policía.
Ha publicado 19 libros entre 1982 y este año, y antes de ganar el Nobel había recibido los premios Franz Kafka (1999) y Würth (2006), entre otros.
En el año 1987 emigró junto con su marido, el escritor Richard Wagner, a Alemania Federal.
Ha sido profesora de las universidades de Hamburgo, Gainsville (Florida) y Zúrich.
En 2005, las autoridades de su pueblo natal le propusieron cambiar el nombre de la escuela por el de Müller. La escritora rechazó indignada el ofrecimiento.
Actualmente vive en Berlín.
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