Jesuitas recuperan influencia tras ostracismo con Juan Pablo II
Karol Wojtyla tuvo una difícil relación con la Congregación y el superior de la época, a quien le manifestó sus críticas.
Cuando el martes pasado los 115 cardenales ingresaron a la Capilla Sixtina para escoger al sucesor de Benedicto XVI, el argentino Jorge Mario Bergoglio fue el único jesuita del listado.
La consagración del cardenal transandino como Sumo Pontífice (bajo el nombre de Francisco) lo transformó en el primer miembro de la Compañía de Jesús en acceder al cargo, y de paso, selló el fin de la difícil relación que el Vaticano y la congregación mantuvieron con Karol Wojtyla.
"En el papado de Juan Pablo II, los jesuitas vivieron una situación difícil tanto interna, como en su relación con la máxima autoridad", señaló en 2010 el vaticanista Sandro Magister.
Hoy, tras la era de Benedicto XVI, la Compañía es considerada la mayor congregación de la Iglesia y sus relaciones con la Santa Sede se estabilizaron.
Pérdida de influencia
El principal conflicto de los jesuitas con Juan Pablo II se produjo a comienzos de los ´80, a raíz de la sucesión del entonces superior de la Congregación, Pedro Arrupe. El sacerdote dirigía la Compañía desde 1965 y nunca había tenido afinidad doctrinaria con Wojtyla.
"Juan Pablo II era muy conservador y no aceptaba la figura de Arrupe. Por esa razón no lo tragaba" ha sostenido el biógrafo de Arrupe, el también jesuita Pedro Miguel Lamet.
Las tensiones comenzaron a partir del mismo año en que Juan Pablo II ascendió al papado, en 1978.
Según narra George Weigel en la biografía de Wojtyla titulada "Testigo de Esperanza", a fines de 1979, durante la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita, Juan Pablo II les señaló a los asistentes que los jesuitas eran motivo de preocupación para sus predecesores y que también lo eran para él.
"Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores, y que lo sois para el Papa que os habla", fue el mensaje a los miembros de la Compañía de Jesús que asistieron a la asamblea.
Con posterioridad remitió a Arrupe una carta escrita por su antecesor, Juan Pablo I, que contenía duras críticas a la Compañía y que no había alcanzado a ser enviada debido al deceso del Pontífice. Wojtyla dijo estar de acuerdo con el contenido de la misiva.
De acuerdo con Weigel, Juan Pablo II, al igual que varios sectores del Vaticano, veía con recelo el trabajo que algunos jesuitas desempeñaban en movimientos de izquierda latinoamericanos y las críticas que algunos de sus teólogos y de centros de formación hacían respecto de algunas enseñanzas de la Iglesia.
El superior de los jesuitas planteó en varias ocasiones su dimisión, pero Juan Pablo II rechazó tal posibilidad, pese a que, de acuerdo con las constituciones de la Compañía, no le correspondía a él esa decisión.
Para la dimisión de Arrupe por motivos de salud en 1980, Juan Pablo II no aceptó que el superior vicario fuese el norteamericano Vincent O´Keefe. Se trataba del sucesor natural de Arrupe, pero el Papa optó por intervenir la Compañía y nombrar como "comisarios" a dos jesuitas italianos mientras elegían a su superior.
Los vaticanistas calificaron el episodio como la mayor intervención papal en los jesuitas desde que Clemente XIV suprimiera la orden en el siglo XVIII.
La congregación respondió. Y en el siguiente consejo no eligió a ninguno de los delegados papales, sino al holandés Peter Hans Kolvenbach, quien dirigió a los jesuitas hasta 2008.
Según el vaticanista español José Manuel Vidal, la pérdida de protagonismo de los jesuitas también se acrecentó por la opción de Juan Pablo II de recurrir a nuevos movimientos religiosos para la conformación de la Curia, en desmedro de congregaciones tradicionales.
El ascenso
El vaticanista Sandro Magister ha señalado que la pérdida de influencia de los jesuitas también se alimentó de las divisiones entre conservadores y progresistas en la congregación.
Magister da un ejemplo de ese factor. Tras el cónclave que eligió a Benedicto XVI en 2005, los dos jesuitas que participaron, Carlo María Marini, entonces arzobispo de Milán, y Jorge Mario Bergoglio -actual Papa-, se posicionaron en veredas opuestas. El primero lo hizo en el ala progresista, al contrario de Bergoglio.
Fue en el pontificado de Benedicto XVI donde, a juicio de los expertos, los jesuitas volvieron a escalar en la Curia. Ratzinger volvió a dar relevancia a las congregaciones tradicionales y dos miembros de la Compañía ocuparon puestos clave. Federico Lombardi reemplazó al vocero Opus Dei de Juan Pablo II, Joaquín Navarro Valls. Y el arzobispo español Luis Ladaria fue designado como segundo hombre de la Congregación para la Doctrina y la Fe.
En 2008, además, asumió Adolfo Nicolás como jefe de los jesuitas. El sacerdote mantiene buenas relaciones con las diversas corrientes de la orden y ha ordenado el variado escenario interno.
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