Jochelo comenzó el penal de Silva
Esta es la historia de Guillermo Corominas, otrora goleador de San Luis de Quillota. Él y su padre llevaron al Gato a Universidad Católica. Ambos iniciaron un camino que terminó con el volante anotando el gol del título de la Copa América Centenario y su amigo confinado a una silla de ruedas, luego de que se le partiera la médula en un accidente.
El reloj marca las 22.52 en Nueva Jersey, misma hora en Chile. Es 26 de junio y en un rectángulo de pasto, frente al punto penal, se encuentra Francisco Silva. Se para frente al balón, mira al arquero Sergio Romero. Frunce un poco el ceño y observa el lugar donde quiere que vaya su remate. Levanta la cabeza, corre, patea y anota el tanto de la gloria, ese que le da a la Roja la Copa América Centenario y desata una catástrofe en Argentina. Sigue corriendo, abre los brazos, ríe y se dirige hacia sus compañeros, muchos de ellos amigos desde la infancia.
A 8.166 kilómetros del MetLife Stadium, en la calle Hermano Quirino Gómez, en Quillota, Guillermo Corominas se emociona. Imagina por un momento que él pudo haber pateado ese penal o, al menos, haber sido uno de los que corrió a abrazar al Gato, como cuando jugaban juntos el Torneo Agrícola con la camiseta del Río Bueno. O como el día en que él y su padre llevaron a Silva a Universidad Católica. Hoy ese pasado está muy lejos, pero eso es secundario, porque el otrora goleador de San Luis consiguió una victoria mucho más importante. Y vive para contarla.
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El 14 de septiembre de 2009, Guillermo, Jochelo para sus cercanos, acompañaba a su padre a vender verduras a Talca. El delantero regresaba de España, donde iba a jugar en un equipo de la Tercera División, pero necesitaba hacer los trámites en Chile para obtener el pasaporte comunitario.
"Le pedí a Guillermo que me acompañara. ¡Día desgraciado! Llegamos a Talca y me llama otro de mis hijos para decirme que había dos viajes para llevar madera desde Constitución a Copiapó. Tenía mi camión, y necesitaba otro; me lo consigo, pero no tenía chofer. Entonces, me dicen que me vaya a cargar y que a la vuelta iba a estar el conductor. Jochelito me dice 'papito, me voy manejando'. El problema es que manejaba muy bien, pero no tenía documentos clase A, así que yo me fui detrás suyo. Cargamos, y el cabro que iba conmigo me pide que lo deje manejar, porque supuestamente tenía licencia A2 profesional. Y yo lo dejo", relata Guillermo Corominas padre.
"El error lo reconozco y me voy a ir de este mundo pensando en que le cagué la vida a mi hijo por protegerlo de más. ¡El compadre no tenía la más puta idea de manejar! En menos de un kilómetro y medio, en el sector de San Ramón, se le arrancó el camión y se volcó", confiesa.
"Recobré el conocimiento cuando estaba en la cabina. Tenía la cara pegada al cuerpo. Fueron lapsos en los que se me iba y volvía la conciencia. Luego desperté cuando me estaban pasando a pabellón. No sabía qué tenía, ni siquiera asimilaba por qué no sentía para abajo. A la semana vine a cachar. Estuve pésimo, tuve una neumonía, me salvé de que me pusieran traqueo. Me salvé de varias dentro de la gravedad de mi lesión", dice el ex delantero sobre el corte medular entre la cuarta y quinta vértebras, que lo dejó tetrapléjico. Sólo puede mover desde el cuello hacia arriba. Nada más.
"El otro compadre nunca tuvo documentos y más encima se arrancó del hospital. Nunca más supimos de él. Pero si lo veo, no respondo. Lo que hizo no tiene perdón de Dios", lanza el patriarca de la familia, quien reconoce que la tragedia tuvo efectos colaterales en el círculo íntimo: "Al principio hubo muchos cuestionamientos internos y mi señora también me lo recordaba, hasta que un psicólogo nos comenzó a ayudar y eso quedó atrás".
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Es 1998. Francisco Silva y Guillermo Corominas integran las divisiones inferiores de Colo Colo y Universidad Católica, respectivamente. Ambos se conocen de toda la vida; habían estado en los equipos regionales; en la escuela local apadrinada por los albos y, paralelamente, terminarían levantado copas con el Río Bueno. En los tiempos libres también compartían, al punto de que Jochelo inició un pololeo de varios años con la hermana del Gato, relación que dejó una hija, Beatriz, de 13 años.
"Yo estaba en la Católica y me daban pensión. El Pancho estaba en Colo Colo, pero no jugaba mucho y empezó a echar de menos. Sabía por la hermana. Y mi papá, que tenía unos contactos, lo llevó a Católica", recuerda el ex goleador, una versión que es ratificada por Alfonso Garcés, jefe de captación de los cruzados. "El Gato llegó con el papá de un chico de apellido Corominas. Ahí lo vimos y nos dimos cuenta de que tenía condiciones", apunta.
"Compré el pase del Pancho por 16.500 pesos y lo puse en la Asociación de Quillota, luego me lo traje al Río Bueno. Ya en la Católica, al principio, lo llevaba y lo traía cuatro veces por semana", afirma Corominas padre.
Las vidas de ambos jugadores volvían a coincidir en una cancha. Silva quedó en la Sub 12 y seguiría hasta el primer equipo, mientras que Jochelo comenzaba a destacar en la Sub 13. Su jugada favorita era la chilena.
Hugo Rubio se hace cargo de su carrera y lo lleva a pruebas en Italia: "Estuve en el Perugia, donde conocí a Óscar Córdoba y Fabián O'Neill, pero no llegamos a acuerdo; luego, partí al Messina, de Julio Gutiérrez. Quedaron bien contentos. Estaba terminando el campeonato italiano y me vine un mes y medio a Chile a entrenar en la Católica, y ahí me rompí el ligamento cruzado de la rodilla".
Su rehabilitación en Santiago duró tres meses hasta que un día decidió volver a Quillota. "Me vine por una semana y cuando quise regresar, Óscar Wirth, que era el jefe de cadetes, no me dejó seguir". En la UC, compartió también con Jean Beausejour, Mark González, Hugo Droguett, Iván Vásquez, Humberto Suazo y José Pedro Fuenzalida, cercanos y solidarios con él hasta hoy.
"Hice grandes amigos, con los que mantengo contacto, y Jorge Alvial (ex captador de talentos del Chelsea) con su señora fueron nuestros tutores. Íbamos al colegio con sus hijos y pasamos navidades. Me acuerdo de una con el Chico Mark (González)".
Después de recuperarse, la carrera del promisorio atacante fue tomada por el empresario Jorge Barrera. San Luis Potosí y los Potros del Atlante cobijaron al novel futbolista, para finalmente recalar en Universidad de Chile: "Fuimos campeones en la juvenil, pero me resentí de la rodilla y no seguí. Estaba decidido a retirarme, cuando justo subió San Luis de Quillota a la Primera B, por lo que estaba obligado a poner cadetes. Ahí estuve tres semanas y me subieron al primer equipo. Debuté con un gol frente a Concepción, acá".
Con los quillotanos hizo buenas campañas. Incluso, el Cobreloa de Alexis Sánchez lo quiso, pero la dirigencia no lo dejó partir. Después registró pasos por Santiago Morning y Magallanes, hasta que surgió la posibilidad de relanzar su carrera en España.
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Guillermo se encuentra en una cama del Hospital de Talca. "Asqueroso el lugar", según confesión propia. Ahí pasa algunos días hasta llegar a la Clínica Los Coihues. Sus amigos del fútbol se organizan para hacer eventos a beneficio. Chupete Suazo entrega apoyo económico, Carlos Villanueva manda implementos desde Dubai, y también Silva. "Le he ayudado de la forma en que he podido. Cuando puedo aportar, lo hago", indica el Gato. Otros ex compañeros desaparecieron.
A su hija, Beatriz, se suma Guillermo (10), fruto de otra relación. Y poco después del accidente nacería Florencia (6), de otro vínculo. Con 24 años, y tres hijos, Jochelo comienza una nueva vida.
"A los niños les costaba asimilar. Al principio me preguntaban por qué no movía las manos. Pero igual han ido aprendiendo todo. Es complejo por cómo lo toman, y para mí es complicado, porque no los puedo llevar a la playa y me gustaría hacer más cosas con ellos. Trato de hacer una vida lo más normal posible", reconoce.
Como el ex futbolista tenía contrato de trabajo, recibe una pensión de invalidez de $ 530 mil, y el Instituto de Seguridad Laboral (ISL) corre con los gastos de la rehabilitación e implementos, con una moderna silla de ruedas eléctrica. Además, se le asignó un cuidador, el paramédico Israel Codocedo (32). "Ha sido un proceso largo para adaptarnos el uno al otro y pasa a ser una relación más allá que la de cuidador a paciente. Tenemos gustos similares y nos llevamos bien", destaca el profesional, quien también revela que "a Guillermo no le va mal con las mujeres". "Eso no se quita, todavía llegamos a todos lados", se escucha del aludido, quien se esmera por lucir bien.
"Siempre estaba la posibilidad de que me mandaran cuidadoras, pero no me servía mucho, porque necesitaba a una persona con fuerza que me pasara de la cama a la silla y de la silla de la camioneta", precisa el ex futbolista, bajo un sol que entibia la multicancha ubicada al lado de su casa. Esta condición climática se complica más en Guillermo, pues no logra termorregular bien.
Israel se encarga de todo durante el día, hace dos años y medio. Antes, día y noche, la madre del goleador tenía que hacerse cargo de sus ejercicios.
"Ha sido difícil el proceso, sobre todo en los primeros años. Ya estamos acostumbrados y pudo salir adelante. Tiene su escuela, sus hijos y hace su vida casi normal. Desde que tuvo el accidente, nunca lo vimos como un hombre que nunca se iba a levantar. Él siempre se puso metas y todos en la familia lo hemos apoyado. Los amigos se empiezan a distanciar y al final los que quedamos somos nosotros, la familia", destaca María Lauga, la matriarca.
Gracias al consejo de Álex Bahamondes, un antiguo utilero de la UC, Guillermo gestionó el patrocinio cruzado para su escuela, el que cada vez es más escaso: "Antes del accidente soñaba con armar mi escuela. Álex habló con los dirigentes para que armara la filial. Compramos materiales y empezamos con 10 niños y ahora tengo 50. Varios me han dicho que le cambie el nombre. Acá tengo entre 15 y 20 niños becados, he sacado niños del Hogar de Niños Callejas. Pero nunca vi esto con el afán de ganar plata. Siempre lo vi porque me gusta y porque también me saca de mi situación. Es un escape a mi estado".
Su rutina ya no comienza tan temprano como antes. Una úlcera por presión en un glúteo le impide estar sentado mucho rato. "Tuve dos cirugías y una se me infectó y estuvieron a punto de cortarme la pierna. Estoy yendo a curaciones ahora y estoy preocupado, porque la cirujana quiere operar, pero la enfermera me dice que la herida tiene posibilidades de sanar sin operar. Odio estar hospitalizado, porque ahí me viene la depre", lamenta. En casa puede trabajar en el computador, donde arma las planillas, los carnets de los jugadores, las estadísticas y actualiza sus cuentas de Facebook.
A pesar de su condición, hay esperanza: "Lo asimilé súper bien. Bueno, al principio, el doctor me dijo que no iba poder moverme nunca más. Es triste, pero me propuse mejorar; hace tres años me hice un trasplante de células madre en Guatemala. Cuando me accidenté no había nada, ni una pizca de opciones. Después, aparecieron estas cosas. Allá me hice un trasplante de dos días, que no me dio tanta movilidad como pensaba, pero me vinieron más síntomas por dentro: o sea sentir el esfínter, la orina... Ahora estamos en campaña de juntar fondos, porque en la Clínica Las Condes hay un transplante de células madre que es mucho más efectivo. A lo mejor puedo bajar uno o dos niveles de lesión. Y ya bajándome un nivel podría mover los brazos y las manos, y eso me generaría una independencia. No pierdo la fe de que algún día pueda caminar, porque siempre están saliendo nuevos avances".
También está construyendo un campo de fútbol en un terreno aledaño a su casa, donde instalará su escuela. "La cancha es nuestro proyecto. Mi sueño es que él quede con su escuela definitiva y pueda comprar el terrenito. Ahora sólo alcanza para arrendarlo", manifiesta su madre.
"Queda la nostalgia de acordarse de cuando jugabas, pero se me quitan las ganas cuando voy a la escuela y veo jugar a los niños. Nunca me picaron las patas después. Verlos jugar me llena ese vacío", complementa Jochelo.
Y quizás no pudo estar en Nueva Jersey, pero siente suyo ese logro. "Me hago parte, porque crecí con varios de ellos. Pienso, por ejemplo, que el Chapa Fuenzalida era banca en la categoría en que estaba yo y tú ves que por el esfuerzo, responsabilidad y constancia él está donde está. Estoy feliz y orgulloso por todos los que están ahí", declara, con la convicción de un campeón. Porque al final su triunfo es tanto o más épico que cualquier vuelta olímpica.
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