Jorge González: En el umbral de la historia
Quedó claro que bajar la cortina de la actividad pública es la mejor decisión, y por lo mismo sobraron las palabras del animador y la entrega del premio.
Es difícil el juicio porque no hay punto de comparación. Hasta ahora ningún ícono popular chileno de esta envergadura se para con los restos de su salud para decir adiós en el Estadio Nacional. Con Jorge González ha sido siempre así, desde el comienzo en 1984. No hay muchos símiles ni referentes, solo singularidad. Ahora, claro, sabemos que está en la misma línea de Violeta Parra y Víctor Jara, tras alterar el curso de la cultura pop chilena en los últimos 30 años.
El artista de San Miguel ha manejado el tiempo que le queda y anoche escogió varias canciones con mensajes entre líneas, y a la vez exponentes de sus diversas facetas, como una muestra final de lo más selecto de su obra. Cuando cantó Nada es para siempre se provocó un silencio y de pronto un aplauso porque era evidente el esfuerzo y lo que estaba diciendo junto a su banda en plan acústico. Después viene e interpreta Hombre y dice cosas como "quítenme la vida (...) no quiero fiestas" con el rostro endurecido, con las secuelas del accidente que cambió radicalmente su existencia al punto de arrebatarle sus habilidades.
Justo cuando parecía que todo se tornaba algo fúnebre, Jorge González cantó Una noche entera de amor y Nunca te haría daño, dos títulos representativos de su cariz romántico, tan relevante como su lado contestatario. Luego jugueteó con un cover de Bob Dylan y giró hacia Cumbia triste y Brigada de negro. Por supuesto, con esta última se produjo un quiebre. La gente reaccionó ante uno de los primeros clásicos de Los Prisioneros.
Las siguientes, incluyendo Mi casa en el árbol, Amiga mía, Tren al sur y El baile de los que sobran fueron perfectas como pudieron ser muchas más. Pero también quedó claro que bajar la cortina de la actividad pública es la mejor decisión, y por lo mismo sobraron las palabras del animador y la entrega del premio como si se tratara de un festival de verano cualquiera transmitido por televisión. Jorge González, sentando, ahí, inmóvil, nos miraba por última vez y nosotros éramos testigos de cómo un artista nacido en este país, elocuente y seductor como ninguno, se tomaba el escenario por última vez para decir adiós de frente.
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