Jorge Tacla: "Mi obra siempre hace un juicio duro a los problemas más agudos de la sociedad"
El pintor exhibe Informe de lesiones: 23 obras, entre ellas tres inéditas, en la sala Nemesio Antúnez de la UMCE. Radicado en EEUU desde 1981, Tacla explora en sus pinturas la destrucción de las ciudades y la violencia humana.
"Todo acto de creación es primero un acto de destrucción", dijo una vez Picasso, sintetizando lo que varios artistas, antes y después de él, utilizarían como método de trabajo. Algunos parten de la destrucción de sus propias obras para crear nuevas piezas, y otros, como es el caso de Jorge Tacla (1958), ven en la devastación misma un motor de inspiración. El pintor chileno, radicado en EEUU desde 1981, lleva más de una década trabajando en temas como las ciudades en ruinas, la fragilidad de la memoria y la violencia de la guerra, para componer escenas que simulan el registro de esos traumas.
A Tacla le gusta definirlas como pinturas de una nueva arquitectura que surge como consecuencia de una catástrofe natural o de origen humano. Así, cada lienzo puede leerse como la fotografía de una construcción en ruinas, que refleja la decadencia del mundo y el ser humano.
Conectado con Chile, pero siempre desde el mundo global, en 2001 el artista vino a exponer su primera serie de cuadros inspirada en la caída de las Torres Gemelas; en 2007 se basó en el bombardeo que sufrió Beirut un año antes, y en 2011 su pintura recogió la destrucción en Irak.
Ahora, invitado por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, exhibe hasta el 30 de noviembre en la galería Nemesio Antúnez de esa casa de estudios la muestra Informe de lesiones, donde reúne 23 obras de su serie Identidades ocultas, la que profundiza en la relación entre víctima y agresor desde un punto de vista más sicológico, además de tres obras inéditas elaboradas en torno a la quema de libros: un video donde Tacla registra sus propios archivos incendiados, una vitrina con los restos de sus documentos y una pintura.
¿Por qué decidió exponer su obra en un contexto universitario?
Fui muy cercano al Pedagógico, ahora UMCE, en los años 70. Aunque yo estudié en la Universidad de Chile, fue un referente importante en mi formación intelectual. Pasaba mucho tiempo en el Pedagógico, buscando libros y en parte a eso se debe el video que produje para esta muestra, que, de alguna manera, hace memoria de la quema de libros que se produjo en 1973. En este video ocupo esa manera feroz de destrucción cultural, quemando archivos personales cargados de un alto significado emocional. Mostrar en esta sala es revivir un pasado. Además en un lugar universitario te conectas con los estudiantes y la libertad que eso implica.
¿Cómo diría que ha evolucionado su trabajo en estos últimos 20 años?
Siempre exploro nuevas y antiguas materialidades. Diferentes elementos y diferentes quehaceres, como ahora donde está presente el fuego, las cenizas, hay video, pintura y documentos, haciendo de esta mixtura un saber antierudito, confuso, crudo y cercano a nuestros traumas emocionales y físicos. Eso es solo una parte, porque principalmente mi trabajo evoluciona por mi propia estructura mental y el confrontamiento con la vida: el pasado, el presente y lo que viene. En mi trabajo, siempre hago un juicio duro a los procesos que involucran los problemas más agudos como la injusticia, el racismo y la intolerancia social.
Se lo asocia a la generación de pintores de los 80, pero Ud. se fue a EEUU. ¿Con quiénes se relacionó antes de partir?
Egresé de la escuela el 79 y me interesaba relacionarme con las diferentes propuestas de la escena cultural de la época. Fue importante mi relación con Adolfo Couve, Francisco Smythe, Gonzalo Díaz, Jaime León, Rodolfo Opazo y Eugenio Dittborn. Compartí los estudios en la universidad con Samy Benmayor, Matías Pinto e Ismael Frigerio. En el 80 fundamos el Taller Maruri, donde la práctica de la pintura era lo fundamental. Asimismo, otros compañeros de ese entonces nos visitaban y teníamos una comunicación constante en torno al arte. Pero, claro, yo me fui a Nueva York en mayo de 1981, por lo tanto, la generación de los 80 la viví allá. Más bien, lo que sucedió a fines de los 70 fue lo que marcó una etapa generacional entre mi obra y Chile.
¿Por qué decidió irse del país, hace ya 35 años?
Quería vivir en una ciudad donde la cultura tiene un peso específico. También me motivó la idea de vivir en una ciudad multicultural. Al principio fue difícil, pero luego una galería importante comenzó a representarme y logré insertarme en el circuito. Eso no significó que las dificultades fueran menos agudas. Mi campo de batalla, que es el arte, siempre es duro.
¿Es cierto que en esos años el arte conceptual se robaba la escena en desmedro de la pintura?
Nunca sentí que el arte conceptual se robara la escena. Más bien, sentía que el arte conceptual era un gran aporte para el proceso social y político que se estaba viviendo en el país. La propuesta del arte conceptual influenció a muchos artistas que se dedicaban a la pintura, como a mí. Sí había un deseo de opacar las propuestas pictóricas, pero yo eso lo entiendo, ya que muchas de esas propuestas carecían de fuerza. Muchos de los artistas conceptuales eran muy buenos pintores, pero la escena en Chile era restringida. No había espacio para la transversalidad.
Después de sólo ocho meses trabajando en Nueva York, Tacla quedó bajo la representación de la prestigiosa galería Nohra Haime, que le ayudó a consolidar su obra dentro de la Gran Manzana y fuera de ella. Tacla ha expuesto desde Venecia a Dublín, pasando por Beijing y Emiratos Arabes. A fines del 2017 producirá una muestra para la Fundación CorpArtes, que será exhibida en el CA660 para luego itinera por otras ciudades del país. Al mismo tiempo exhibirá nuevas obras en la Cristin Tierney Gallery de Nueva York y, en lo más inmediato, en diciembre, publicará un libro por la editorial Metales Pesados, en el que ocho expertos hablan de su trabajo.
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