La cultura a la sombra del Chavismo
Como en las calles, también en el terreno cultural venezolano se enfrentan artistas por el Proceso Bolivariano.
Es un militar carismático. El último gran caudillo de Venezuela. Es el presidente y quieren matarlo. Son guerrilleros, o algo parecido, se mueven en moto por una Caracas ensombrecida por el esmog y el humo de un incendio. Escapan. En la novela El complot (2002) nunca sale el nombre del fallecido Hugo Chávez, pero muchos creyeron que su autor, Israel Centeno, hablaba de él. Creyeron incluso que su libro era una incitación a atentar contra el verdadero presidente y pidieron sacar sus cuentos de las lecturas escolares. Según Centeno, el chavismo lo dejó sin trabajo y también estuvo tras una paliza anónima que le dieron en la calle. "No hay censura en Venezuela, mis libros pueden circular, pero por estar en contra del Proceso Bolivariano se nos califica automáticamente de la derecha fascista", dice desde Pittsburgh, EE.UU., donde vive hace cinco años.
Publicado por Alfaguara y Periférica, Centeno es uno de los más destacados narradores venezolanos contemporáneos y es parte de quienes creen que en la República Bolivariana de Venezuela opera un "régimen militarista autoritario". No son pocos los artistas que comparten su opinión, pero no son todos. Igual que en la calle, donde una ola de protestas afecta al Presidente Nicolás Maduro, en el terreno de la cultura todo está polarizado. "Mantenerse neutral apesta", dice Centeno.
Desde su llegada al poder en 1999, Chávez ajustó su política cultural al ideario popular. Tras impulsar un exitoso plan para erradicar el analfabetismo, en 2005 creó el Ministerio del Poder Popular para la Cultura y distribuyó gratuitamente un millón de ejemplares de El Quijote y Los miserables, de Víctor Hugo. Paralelamente, creó la Villa del Cine, un poderoso complejo cinematográfico que ha producido cintas como Bolívar, de Luis Alberto Lamata, y donde hoy Miguel Littin filma escenas de su cinta sobre Salvador Allende.
"Ser poeta no es escribir poemas, es crear poesía. Hugo Chávez es el gran poeta de Venezuela", decía el año pasado Luis Alberto Crespo, respetado poeta y crítico literario que hoy es embajador ante la Unesco. En esa misma ala oficial está el poeta Miguel Márquez, creador de la Fundación Editorial El Perro y La Rana, una imprenta de tirajes masivos y a precios populares, o Carlos Noguera. En el lado opuesto, el poeta y ensayista Rafael Cadenas (1930), premio FIL de Lenguas Romances 2009, a inicios de enero volvía a criticar el Proceso: "Se dan el título de bolivarianos, pero dividir el país es lo más antibolivariano que pueda imaginarse, y eso lo rezaga todo".
Cadenas, que según Israel Centeno ha sido relegado a un silencioso segundo plano por el chavismo, es uno de los próceres culturales venezolanos. Tanto como el pintor cinético Carlos Cruz-Diez (1923), que desde Francia, donde vive, ve con buenos ojos la revolución impulsada por Chávez: "El país necesitaba una transformación; sacudir la sociedad venezolana que estaba muy conforme con lo que era. Ahora tenemos la ilusión de que esto sea una transformación benéfica del país y también es para el arte", ha dicho.
Algunos creen que no todo ha sido benéfico. El jueves pasado el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas cumplió 40 años en medio de una crisis. Célebre por exposiciones de Picasso, Rauschenberg, Vasarely, Paul Klee, etc., su fundadora y directora, Sofía Imber, fue removida de su cargo por la administración chavista y el centro perdió su perfil: en los últimos siete años ha tenido 17 directores. "Basta con que se sepa abiertamente que eres opositor y las puertas se cierran. No hay manera de hacer un juicio constructivo, la polarización política llegó a las salas de los museos", le dijo el artista visual venezolano Miguel von Dangel al diario opositor El Universal.
La polarización también se extiende a la música: la pianista Gabriela Montero (nominada a un Grammy por su disco Baroque, con piezas de Bach y Haendel), hace dos semanas interpeló a su compatriota, el célebre director Gustavo Dudamel, símbolo de las Orquestas Juveniles Venezolanas, que ha apoyado el Proceso de múltiples maneras. Por ejemplo, llevó la batuta en el funeral de Chávez. "¿Hasta cuándo seguirás ciego a la lamentable realidad de tu país? ¿Hasta cuándo rehusarás ver que somos la antítesis de una sociedad en paz, justa y para todos?", le preguntó Montero.
"El gobierno está haciendo algo peor que reprimir: en la práctica, está sacralizando su violencia", decía en Twitter el viernes el escritor venezolano premiado con el Herralde Alberto Barrera Tyska. Como un eco, su compatriota y colega Rodrigo Blanco (1981), le contaba a La Tercera que sólo de una forma el arte de su país ha procesado el chavismo: "Dentro de los efectos del fenómeno de Chávez, el de la violencia es el más grave y el que más aparece como tema central en películas y novelas venezolanas", dice.
Según Israel Centeno, los artistas de oposición "han tenido que construir sus guetos", pero no han dejado de crear. Lo prueba Azul y no tan rosa, la película de Miguel Ferrari, que acaba de ganar el Goya a la Mejor Película Iberoamericana. O novelas como Chulapos mambo (2012), de Juan Carlos Méndez Guédez, una comedia negra sobre tres inmigrantes venezolanos en España que llevan consigo la memoria de su "país destrozado", como dice Blanco. Para Méndez Guédez en su libro se plasma la "caricatura de la revolución", la que añade, "es ridícula y cursi. Si no es por su componente de violencia feroz, creo que debe ser de las cosas más patéticas que se han inventado en la historia".
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