La electrónica y el rock clásico coronan el Lollapalooza más difícil
La merma de público y las cancelaciones de última hora marcaron una cita que totalizó más de 100 mil personas. Ayer, los puntos altos fueron The Specials y Robert Plant, mientras que el Movistar Arena se desbordó con Rudimental y Cypress Hill.
Atrás de Quique Neira está Robert Plant. En rigor, cuando ayer al mediodía el ex Gondwana abrió la segunda jornada de Lollapalooza en uno de los escenarios principales, el telón de fondo que decoraba su escenario no remitía a su historia, sino que exhibía la carátula de Lullaby and... The Ceaseless Roar (2014), el aplaudido álbum que el ex Led Zeppelin mostraría horas más tarde en un impecable espectáculo. El mensaje era claro: la presencia del inglés merodeaba desde temprano el evento, advirtiendo de modo explícito sus jinetas, su peso en el line-up y que la edición 2015 de la cita tendría el sabor final del rock clásico.
Pero ni el retorno del propio Plant, quizás la voz de rock duro más influyente de la historia, logró sepultar una sensación que durante sábado y domingo cruzó la quinta edición local de la franquicia: fue un evento siempre cuesta arriba y que debió enfrentar su versión más difícil, batallando contra la evidente merma de público y las cancelaciones de última hora, aunque en el saldo final cumplió con el piso mínimo de una buena convocatoria y de shows principales marcados por la solidez.
Según la productora Lotus, encargados del encuentro musical, ayer nuevamente llegaron cerca de 60 mil personas –aunque estimaciones de Carabineros cifran un porcentaje menor-, totalizando 120 mil en ambas jornadas. En perspectiva, se trata del Lollapalooza con menos público desde su debut en 2011, cuando se contabilizaron 100 mil espectadores; en las versiones siguientes, el cómputo definitivo siempre superó los 140 mil.
Tal como en la jornada inaugural, la gente –abatida por un termómetro que sobrepasó los 30 grados- arribó a paso lento, de modo mucho más paulatino que en las veladas de los años anteriores, dejando que el tránsito dentro del Parque O'Higgins fuera lo más semejante a un paseo sin mayores apremios.
Una audiencia que de a poco multiplicó su volumen, ganando en densidad en las presentaciones de Pedropiedra, Astro y, sobre todo, el rapero Portavoz, el gran triunfador local del espectáculo, con una propuesta incendiaria detonada como bomba de racimo en un evento emblema de la música más corporativa.
En contrapunto, otros nombres debieron lidiar con la falta de público de las primeras horas, como Mass Mental, el proyecto de Robert Trujillo, bajista de Metallica, quien desde el escenario Acer desplegó sus habilidades instrumentales –ese bajo golpeado y robótico, interpretado a modo de un guerrillero en pleno asalto- ante no más de 200 personas.
Curioso: en un país donde el heavy metal luce un feudo histórico, las secuencias de masas agolpadas y sudorosas estaban reservadas para la electrónica. Cerca de las 16.00 horas, el conjunto inglés Rudimental, los nuevos zares del drum 'n'bass, encendió el Movistar Arena con una fiesta a punta de beats resonantes y coreografías de gimnasio. El reducto debió ser cerrado ante una cancha cerca del desborde, lo que se repitió en la noche con Cypress Hill, con un sitio colmado hasta su último rincón.
En las tarimas situadas en la elipse, la victoria fue para The Specials, el rock hipnótico y de baja frecuencia de Alt-J y, sobre todo, la efervescencia de Bastille y Kasabian. En lo medular, lo de The Specials fue un síntoma: generaciones veinteañeras ovacionando con asombro a una institución nacida en los 70. Un abrazo aún más latente en el show de Robert Plant, cuando sus flamantes composiciones y las versiones profanadas de los clásicos de Zeppelin detonaron el grito de "¡Roberto!, ¡Roberto!".
Pero las nuevas huestes también reservaron fanfarria para los sonidos más contemporáneos y convirtieron el lugar en una discoteca con el DJ Calvin Harris, demostrando que, como un péndulo, Lollapalooza puede ir del baile a las guitarras sin problema alguno. Fueron los estilos que reinaron en la jornada final, con Kings of Leon -otros músicos de raigambre rockera tradicional- encargados de concluir la fiesta al cierre de esta edición.
Dos caras de la moneda que también tuvieron su faz menos dulce en la cancelación a última hora de la banda africana Tinariwen –favoritos de la crítica en los días previos-, lo que se sumó a las presentaciones abortadas de Jorge González, NOFX y Power Peralta.
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