La nana: cómo se hizo la película chilena más elogiada del año

La próxima semana se estrena en el país la película dirigida por Sebastián Silva y co-escrita junto a Pedro Peirano. Inspirada en una experiencia familiar, el filme sigue los pasos de una empleada puertas adentro con un desequilibrio mental.




Walt Disney decía que después de cada escena cómica tiene que haber una triste. Este consejo, o este axioma mejor dicho, está muy presente en La nana, una película que apela también a la acción constante, a la eliminación de la grasa para que quede sólo el nervio narrativo. Así podrían resumirse los principios que siguieron el director Sebastián Silva y el guionista Pedro Peirano, responsables de esta cinta ganadora del Gran Premio del Jurado y el Premio Especial de Actuación en el último Festival de Sundance. La nana se estrena la próxima semana con 17 copias y es, al 2009, lo que Tony Manero fue al 2008. Es decir, la obra chilena más elogiada y premiada en el extranjero.

"Para mí lo importante es que la película avance, que pase a la siguiente escena y no se muera. Eso es la entretención, término muy subvalorado en el cine chileno", explica Peirano, quien además codirigió 31 minutos junto a Alvaro Díaz. El filme concentra en una hora y media la historia de Raquel (Catalina Saavedra), empleada puertas adentro que se identifica con sus patrones, al punto de arriesgar su equilibrio emocional.

El filme comienza como un relato casi de horror y suspenso, con una protagonista que ante la llegada de sucesivas ayudantes (encarnadas por Mercedes Villanueva, Anita Reeves y Mariana Loyola) se encarga de hacerles la vida imposible, dejarlas fuera de la casa, humillarlas y tratarlas peor que al perro de la esquina. A tal nivel llega su celo por ser la única en atender a los dueños de casa, que Raquel suele, por ejemplo, desinfectar los baños, las llaves y las duchas usadas por sus auxiliares. "Esta es una historia que pasó en mi casa. La tenía que hacer algún día y fue, al final, el pololo de mi hermana, alguien fuera de la familia, el que me dijo '¿Y por qué no haces una película?'", explica Silva.

Gran parte de la cinta tiene una sola locación: la casa donde se desarrolla la vida de Raquel, una construcción de dos pisos, con varias escalas y un jardín con piscina. "Si íbamos a desarrollar  toda la historia ahí, había que usar bien la casa. Que alguien se cayera por las escaleras, que las puertas se cerraran accidentalmente, que algo cayera a la piscina. Es como un cuento, como La cenicienta, donde la casa es otra protagonista más", dice Peirano, que como admirador incondicional de Hitchcok,  reconoce la influencia de éste en la utilización de los objetos, llámense llaves, manijas de puertas, duchas, cortinas de baño o teléfonos.

"Además, la gran compañera de Raquel es la casa, pues es lo que ella domina. La aspira, limpia, sacude, trapea, desinfecta, etcétera", acota Silva.

EVITANDO EL COSTUMBRISMO
A la hora de hacer una película sobre este personaje, Silva y Peirano debieron escabullir al menos un par de obstáculos: no caer en la caricatura de sketch televisivo de cuarta categoría y aguantar los comentarios acerca del origen social de Silva. "Ya estoy acostumbrado a eso. Que me saquen en cara que soy cuico y más encima haga una película sobre las nanas, no es algo que podría extrañarme. Es decir, yo tenía una banda de hip hop y en el sitio web me llenaban a insultos porque se supone que el hip hop es de los pobres. Y qué le voy a hacer, si yo no elegí donde nací", explica el director de La vida me mata.

Para Peirano, quien trabaja con Silva a cuatro manos y antes también coescribió el guión de La vida me mata, el principal escollo era evitar el cliché. "No queríamos la clásica comedia criollista, esa del patrón que se mete con la empleada, del teatro en la tele. Un recurso tan fácil. Ni tampoco teníamos ninguna idea de crítica social de antemano. Claro que puede estar implícita, pero no se pensó como discurso", indica.

El encuentro con Radrigán
Con la idea de que las películas llegan al público antes que a nadie, el guión pasó por varios lectores y correcciones, buscando las soluciones que los propios realizadores no podían encontrar. "Es importante no pensar en uno mismo a la hora de hacer una película. Por lo tanto, es un alivio que los otros te den una mano y te ayuden. En primer lugar, Pedro solía corregirme todas las cosas que yo escribía compulsivamente y era bastante duro conmigo. Además, mis amigos y familia opinaron bastante", cuenta Silva.

Uno de los encuentros importantes a la hora de darle un sentido a la película fue con el dramaturgo Juan Radrigán. "Yo lo conozco, porque en algún momento quise hacer  una versión fílmica de su obra Las brutas. Nos cito en un boliche en la Plaza de Armas, el día 25 de diciembre, en plena Navidad. Me dijo que le importaba un pito la fecha y que no le gustaba la Navidad. Ahí, mientras nos comíamos un Barros Luco, nos dijo que teníamos que mostrar a la familia y no concentrarnos tanto en el personaje de la nana. Porque si bien es importante, ella se define en la medida en que está la familia. Ella vive para ellos. Aquellas palabras fueron  como una luz", recuerda Silva.

"También nos contó que él seguramente habría escrito otra cosa, con más comentario social. Pero por lo mismo, le gustaba el guión, porque era refrescante para él", precisa Peirano.

FUERA DE LA FORMULA
 A pesar de que la historia original de la película nace de un recuerdo familiar y no hay plan de análisis sociológico, el tópico de la nana ha alcanzado un inevitable comentario social donde quiera que la cinta se ha presentado. "Me preguntan por la institución de la empleada puertas adentro en todas partes. Los encuentros con la prensa en el mundo han tenido que ver en un 60 por ciento sobre esto. Al punto de que transforma en una lata y ya nadie pregunta por el filme en sí. Por otro lado, se me han acercado nanas en Estados Unidos, contándome sus problemas y es gente que no tiene nada que ver con lo que yo muestro acá. Unas cabritas rubias súper cuicas que trabajan para una familia más cuica en alguna ciudad gringa", cuenta Silva.

La película sólo tiene un segmento fuera de la casa donde trabaja Raquel; casa que es, por lo demás, el hogar de los propios padres del director. Para sus creadores era importante evitar el paisaje folclórico, un valor bastante apreciado en el circuito de festivales en Europa. "Soy un enemigo de ese cine minimalista, donde no pasa nada y hay puro paisaje. Me aburre mucho. En los festivales de cine me ha tocado ver demasiadas películas de exportación, cosas como La teta asustada, la cinta peruana que ganó en Berlín este año. Prefiero hacer una cosa ultra burda, pero contar una historia. Para mí eso es lo principal. Creo que este otro tipo de cine contemplativo que se hace en Latinoamérica es una moda que va a pasar", confiesa el director.

Junto a la intención irrevocable de entretener, La nana tiene otra característica que escapa al molde tradicional del cine local: está hecha con un actor en mente. "Si no teníamos a Catalina Saavedra no teníamos película. El guión fue hecho con ella en la cabeza. El problema es que Catalina ya no quería hacer otra nana más en su vida. Había encarnado como a  siete (contando la de la serie Los Venegas) y estaba chata. Pero finalmente leyó el guión y le gustó tanto que aceptó", dice Silva sobre esta película que, por este aspecto, por esta obsesión, también recuerda a Hitchcock. El director británico diseñaba las historias (Psicosis, Los pájaros, La ventana indiscreta) con una de sus estrellas favoritas en su retorcido paisaje mental.

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