La obra más política de Aravena
Hoy se abre al público la que de todas maneras será una muestra de arquitectura que dará para mucho análisis, crítica y ojos bien abiertos. La nueva versión de la Bienal de Arquitectura de Venecia, cuyo director artístico es el chileno recién premiado con el Pritzker, Alejandro Aravena, llegó para molestar, cuestionar y generar una discusión sobre qué tipo de vida estamos llevando.
Venecia bulle. Está –como siempre- llena de gente, de máscaras y de expresiones culturales llenas de belleza, estilo y señorío. Pero esta vez se agita más allá de los palacios, las plazas y las palomas, y se remece por un hombre venido de Chile. Alejandro Aravena, el director de arte y curador de la Muestra Internacional de Arquitectura, pareciera que pone el énfasis de su propuesta en una especie de manifiesto que finalmente plantea por qué no somos felices. Su pregunta es radical, y llama la atención que la haga desde una disciplina como la arquitectura que para el ciudadano común es algo tan alejado como una escultura abstracta o la casa de mil metros cuadrados de un millonario.
Desafiando a las estrellas que construyen espacios más para mirar que habitar, Aravena decidió abrirle las puertas de la Bienal a los dolores más profundos de la sociedad contemporánea y llenó los pabellones de soluciones para los desplazados, los indigentes, los refugiados, las víctimas de la guerra y de los desastres naturales. Esta no es una muestra social, que nadie se pierda, esta es una propuesta política, una bofetada a la arquitectura embobada en la frivolidad, al urbanismo preocupado de segregar y a las políticas públicas incapaces de hacerse cargo de a quiénes debe servir con eficiencia. No contento con eso, Aravena obliga al visitante a cuestionarse para qué queremos tanto si podemos vivir con menos. Porque recorriendo los 88 proyectos que se exhiben, y que hoy se abrirán a todo el público, uno entiende que en pocos metros cuadrados se puede desarrollar una vida más que digna, una conexión con la naturaleza más auténtica y un manejo de los recursos escasos, más solidario.
La propuesta de la Bienal, que en esta versión número quince se llama "Reporteando desde el frente", es coherente en todos sus aspectos. Acá se invitó a profesionales de 37 países a compartir las soluciones que ellos han encontrado desde la experiencia; en el terreno y no necesariamente en las discusiones encerradas en lujosas oficinas londinenses o berlinesas. En las 10 hectáreas de superficie, repartidas entre el parque Giardini y el antiguo astillero y base naval del Arsenal hay diseños para combatir problemas de hacinamiento humano o abundancia de basura. De igual forma, hay soluciones de ingenieros para enredos de infraestructura, o los mejores materiales de resistencia al fuego, las tormentas y las sequías en la creatividad de un químico que también propone productos y procesos productivos que eliminen de frentón los desechos, algo en armonía con las personas y el medioambiente.
Es imposible destacar un proyecto sin hablar de todos, porque es tal la riqueza de las propuestas y tan variadas las temáticas que es mejor dejar el juicio a quien tiene la suerte de poder visitar la muestra, que cierra en noviembre. Sin embargo, hay trabajos que llaman la atención. Por ejemplo, el del israelita Eyal Weizman sobre "Arquitectura forense". Junto a un equipo, él -quien se define como un "detective que investiga el crimen a través de la arquitectura- se dedica a producir y presentar pruebas legales en el contexto de las violaciones a los derechos humanos y los conflictos armados. Con videos y fotografías que obtiene de la prensa o de ciudadanos afectados, reconstruye a partir de la destrucción que deja un bombardeo, las huellas de lo que allí existió. Así determina edificios, calles, y lo más impactante, los cuerpos de las víctimas, y obtiene evidencia necesaria para que se puedan demandar ante la justicia los casos que los organismos internacionales persiguen. Mezclando animaciones computacionales didácticas y atractivas, Weizman presenta en la Bienal de Venecia elementos de cuatro investigaciones en curso, entre ellas el ataque a la ciudad de Rafah en la Franja de Gaza en agosto del 2014.
Impresionante es el proyecto que expone el arquitecto alemán Manuel Herz junto a un grupo de mujeres de la Unión Nacional del Sahara Occidental. En vez de esperar que algún gobierno las acogiera, estas refugiadas decidieron diseñar un campamento con toda la organización política y social que rige a un país. De ahí que no sólo hicieron de un hábitat temporal algo definitivo, sino que construyeron casas, escuelas y hasta un parlamento con todas las de ley. Herz, que contribuyó con ellas, es joven y por lejos el arquitecto más activista de la muestra.
Otro espacio digno de ver es el de "Arquitectura de la evidencia" que reconstruye a partir de los dibujos técnicos y los contratos de los edificios del campo de exterminio nazi en Auschwitz, los diseños de las piezas y las puertas de las salas de gas. Más allá de la presentación que vuelve a recordar una parte vergonzosa y cruel de la historia, queda demostrado que hubo arquitectos que participaron en el Holocausto y que trabajaron con macabra perfección.
De los invitados de Aravena, 33 tienen menos de 40 años, y son ellos los que han llenado de entusiasmo los pabellones de la Bienal. Pertenecen a una generación que si bien se beneficia con creces del desarrollo, también le hace el quite al derroche. Junto a los más viejos, varios de ellos sus mentores, premiados y reconocidos en el mundo, están aquí llenos de buenas intenciones, haciendo camino para recuperar los lugares que ya nadie quiere, para apoderarse y ensanchar los espacios públicos, reformular las escuelas y sus prácticas, mejorar la convivencia social, acoger a los que no tienen o no saben adónde ir. En el fondo, y en lo que repite una y otra vez Aravena, haciendo de la arquitectura un arte y una técnica a escala humana. Una vuelta a valorar el sentido común, la simpleza, la creatividad y la innovación observando las prácticas de las personas; una arquitectura con los otros y para los otros.
Por eso, cuando hace algunos días Paolo Baratta, presidente de la Bienal, afirmó que "necesitamos involucrar al público y a todos quienes tienen responsabilidad en las decisiones y acciones en el espacio de vida individual y comunitaria", da la sensación de que al menos con los visitantes sí lo van a lograr. Esta es una muestra que toda persona puede entender, no se necesita tener conocimientos específicos para apreciarla. Lo que no está claro es qué irán a pensar los iniciados. De alguna manera, Aravena rompió con una tradición que hacía de este evento un lugar de exhibición de una arquitectura más elevada a una muestra más comprometida con los problemas concretos y terrenales de las comunidades. El chileno no cree que con eso esté cambiando el paradigma sobre el que habitualmente se sostiene la bienal, sino que es al revés: "Cambiaron las preguntas. A la arquitectura, por tanto, no le queda otra que reinventar paradigmas", dice.
El resultado es que acá hay más grupo que individuo; más crítica que acomodo. Y no sería mala idea que los ministros, subsecretarios y equipos de gobierno que tratan con asuntos de vivienda, energía, educación o urbanismo vinieran a conocer las soluciones que otros han encontrado a los mismos problemas que tanto dolor de cabeza causan en las reuniones de gabinete. Al menos eso ha pensado el primer ministro italiano, Matteo Renzi, quien aseguró que estará en la inauguración oficial de la Bienal, en una decisión inédita en la historia de esta muestra.
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