La vida en rojo de Sampaoli

Trabaja de lunes a sábado, con días que comienzan a las 7.30. Impone multas. Sigue a 80 jugadores. Hace bromas. Cuando puede, juega tenis. Y esconde sus penas del resto. Así es la nueva vida de Jorge Sampaoli en la selección nacional de fútbol, y esta es la historia de cómo llegó allí y cómo ha vivido este cambio.




Hace trampa. El entrenador de la selección chilena hace trampa.

-¡Pato!

En la cancha 7 del club Balthus, golpeando con la avenida Monseñor Escrivá de Balaguer a su espalda y con el cerro Manquehue en el horizonte, Jorge Sampaoli manda una derecha cruzada ancha, en un juego hasta los 12 puntos contra su instructor de tenis. Sampaoli partió ganando 3-0, pero ahora, con ese error innecesario, quedaría abajo 7-6. Aunque eso sólo sería cierto si en esta cancha valieran las demarcaciones sobre la arcilla.

-Pato, ¿qué fue?

El canchero que recoge las pelotas en la clase del profesor Jorge Ibáñez, que se llama Patricio, se acerca a ver la marca porque Sampaoli le pide que oficie de árbitro. El bote no sólo es malo, sino que es tan malo que Ibáñez se ríe cuando el canchero se acerca a ver la marca. Pero aquí lo que manda no son los límites tradicionales del tenis. Aquí lo que cuenta es lo que pide la voz rasposa del argentino que hoy, jueves 18 de abril, llegó a jugar a las 9.00 con una raqueta Babolat y vestido todo de negro.

-Pájaro, cobrá en serio. Fijate bien.

Patricio lo mira y dice: “Profe, fue buena”. Sampaoli ríe. Hace trampa y se ríe. Después mira a Ibáñez.

Antes de que jugara en el Balthus, cuando aún era el técnico de Universidad de Chile, Jorge Sampaoli pegaba su derecha plana y su revés a dos manos en las canchas del Estadio Palestino. Gente del club recuerda verlo casi todos los días, por las mañanas, entrenando con el instructor Marcelo Caro. Pero después, como diría Marcelo Robles, el gerente deportivo del Palestino, “vino lo de la foto”. No era más que una imagen de Sampaoli conversando con Sergio Jadue, presidente de la ANFP, un domingo por la tarde, con las canchas de arcilla de fondo. El problema es que esa foto, tomada el 9 de octubre de 2011, llegó al noticiero de TVN justo después de la goleada en contra por 4-1 ante Argentina, de visita, que abolló a la “Roja” de Claudio Borghi, por la primera fecha de las Eliminatorias.

Entonces los rumores empezaron a sucederse, como una suerte de profecía que necesitaba cumplirse: Sampaoli quería dirigir a Chile.

Esa foto, podría decirse, es donde está el comienzo. Pero también esconde un final. El hombre que llegó desde Casilda con la chapa de discípulo de Marcelo Bielsa nunca volvió con su raqueta al Palestino porque, dicen en el club, ese lugar,para él, había perdido su tranquilidad.

El argentino derivó en el Balthus hace algo así como un año y allá, cuentan los cancheros, ha jugado con Fernando Carvallo y practica con varias chicas ranqueadas en torneos de menores. Pero su rival más constante es Ibáñez, que lo entrena dos veces a la semana, generalmente después de las 16.00, y que termina sus sesiones con este juego que, ahora, Sampaoli va a perder.

La última de sus derechas no supera la malla y muere lenta a sus pies. Se acabó, es 12-10. Sampaoli lo mira todo con el rostro indignado de los que estuvieron demasiado cerca. Después se habla. Se dice a sí mismo: “Puta, la conchadetumadre”.

Hasta cierto punto, eran bromas. Cosas que dicen los jugadores cuando van arriba de un avión.

-Lléveme a la Selección, profe.

El vuelo conectaba Santiago con Buenos Aires y Jorge Sampaoli todavía no renunciaba al buzo azul. Pasaba que la “U” iba a jugar contra Boca Juniors por la semifinal de la Copa Libertadores, en junio del año pasado, pero sus futbolistas ya presentían el futuro. Así que bromeaban con él en esos tiempos muertos que son los traslados, con la petición de que cuando ya no estuviera con ellos también los vistiera de rojo.

Un funcionario de Azul Azul, que fue parte de esa delegación, recuerda que Sampaoli se reía. Que no respondía nada, pero que reía con esa idea que entonces no le molestaba. Porque después, avanzado el año, era común que la gente que trabaja en el CDA lo viera contrariado con el tema. Uno de ellos, de hecho, lo recuerda molesto, revisando artículos en las secciones deportivas, que hablaban sobre las reuniones que habría tenido con Jadue y que tasaban las posibilidades de que llegara a Juan Pinto Durán -el centro de entrenamiento de la Selección- una vez que terminara el campeonato.

Quizás uno de los primeros en saber con certeza las pretensiones del entrenador fue José Yuraszeck, presidente de Azul Azul, quien cuenta que “durante el segundo semestre de 2012, él nos manifestó que quería dirigir en Brasil o en la Selección, si se lo ofrecían. Se lo ofrecieron en diciembre y tuvimos que negociar su salida con la ANFP”.

Una persona que trabajó con Sampaoli cree que “él no iba a ir a Brasil, por más tentadoras que fueran las ofertas. Jorge sabía que el jugador brasileño no se iba a adaptar a la disciplina que a él le gusta imponer”.

Si eso fuera cierto, el camino era uno solo.

Pero antes quería ganar el Torneo de Clausura y, para conseguirlo, primero tenía que vencer a Unión Española en la llave de cuartos de final. La vuelta se jugó el 25 de noviembre, en el Estadio Nacional, una tarde seca y calurosa de domingo, en la que Sampaoli observó, enjaulado en el área técnica al borde de la cancha, agarrándose la cabeza y tirando cosas al suelo, cómo su equipo quedaba eliminado por 4-1. Cuando el árbitro pitó el final, Sampaoli corrió primero que todos al camarín. En ese mismo momento, la sala donde daría su conferencia de prensa se llenaba de periodistas especulando sobre su inminente renuncia. Borghi había sido despedido hace 11 días, después de una racha de seis derrotas, y para nadie era un misterio lo que deseaba el técnico de la “U”.

Pero antes hubo silencio.

En el camarín, al que corrió cuando la derrota aún estaba caliente en las gradas, Sampaoli, junto a su técnico asistente, Sebastián Beccacece, y el preparador físico Jorge Desio se quedaron ahí, en la oficina que mantenían dentro del vestuario, sin palabras, durante 15 o 20 minutos, como tratando de digerir lo que estaba sucediendo.

Cuando Sampaoli compareció frente a las cámaras y micrófonos, sin muchas ganas de hablar, mirando hacia el suelo y diciendo que no sabía si esto era el final de su ciclo, lo hizo acarreando una pequeña maleta negra con ruedas. Era la materialización perfecta de la metáfora inevitable de su mudanza.

Después de ese domingo, un funcionario del club lo recuerda distinto. Sin el estrés de siempre, riéndose con las secretarias, incluso relajado. Fue entonces, dice la misma persona, cuando supo que el argentino se iba a ir.

El 2 de noviembre, en Collao, Sampaoli dirigió su último partido en la “U”, para el triunfo por 3-1 frente a Universidad de Concepción, por la Copa Chile.

Al día siguiente fue presentado en la ANFP. Desde ese día, no volvió más al Centro Deportivo Azul. Aunque no perdió contacto con Yuraszeck, con quien cena de vez en cuando, ni con las jugadas de sus futbolistas.

Casilda lo supo, pero Casilda no pudo celebrar. El pueblo santafesino a 56 kilómetros de Rosario, que parió a Sampaoli hace 53 años, estaba enterado de lo que perseguía su hijo pródigo en Chile por las llamadas que el mismo Jorge, que allá es conocido como “Zurdo”, les hacía a sus amigos. Sergio Abdala, que es uno de ellos, cuenta que “antes de asumir, hablaba de que la prensa deportiva de allá lo daba como favorito. Y eso le gustaba, porque quería tomar a la Selección. Jorge quiere llegar a un Mundial”.

La obsesión, admite otro amigo, llegaba al punto de que Jorge miraba los partidos de Chile, mientras aún dirigía a la “U”, con un cuaderno en mano que tenía el dibujo de la cancha, anotando todos los movimientos tácticos que hacían sus jugadores azules cuando estaban en la Selección.

En cualquier otro minuto, la noticia de que Sampaoli cambiaba el buzo azul de la “U” por el rojo de Pinto Durán habría detenido el tránsito en Casilda, de la misma forma en que allá los 40 °C de diciembre detienen el comercio de 13.00 a 16.00. Pero pasaba que Odila, su madre, estaba enferma, y eso lo hacía todo distinto. Porque la satisfacción se mezcló con las dudas que dejaba el linfoma no-Hodgkin que le detectaron hace cerca de un año y, después, con los tratamientos en Rosario que Odila debió seguir.

Desde que decidió ser un entrenador profesional y partir a Perú, el dolor de Jorge Sampaoli ha sido el tener que desprenderse de un pueblo que nunca quiso abandonar del todo. El mismo Abdala aún recuerda las dudas del “Zurdo” cada vez que lo llevaba al aeropuerto y los costos familiares que debió aceptar: el éxito deportivo de Sampaoli llegó a cambio de vivir lejos de sus dos hijos, perder un matrimonio y, ahora, de estar lejos cuando Odila le hacía frente a la quimioterapia, y lo único que podía hacer él era llamarla dos veces al día.

Pero al mundo exterior que lo observaba sobre el césped, Jorge nunca le dijo nada. Como dice un amigo en Santiago: “El buscaba olvidar esa tristeza ganando en la cancha”.

Odila asimiló, con pena, la sincronía maldita en la que se cruzaron los episodios disímiles en la vida de ella y su hijo.

-La verdad es que esto se mezcló todo con lo mío -cuenta ella-. Con las preocupaciones. Igual, no dejamos de lado el logro, la alegría de que haya asumido la Selección. Porque no se lo regalaron, se lo ganó. Pero como te digo, lamentablemente, se fue mezclando y no alcanzamos a disfrutar lo que deberíamos haber disfrutado. Esperemos que ahora sí. Yo ya le dije: “Jorge, como sea, en junio quiero ir al partido contra Paraguay”. Yo lo seguía. Me iba a Chile para cada partido. Pero ahora realmente siento que me estoy perdiendo todo. Entonces, es una de las cosas que me amargan, no poder estar al lado de él.

Antes de Navidad, después de una gira a Europa, Jorge Sampaoli regresó a Casilda. Se quedó con su madre, y una noche salió toda la familia a comer a un restorán frente a la casa de Odila. Claudio Casarotto, su cuñado, recuerda que esa vez Jorge no habló nada sobre fútbol ni de la Selección. Que todo lo que salió de su boca tenía que ver con la familia.

-Yo le pregunté un par de veces por el tema -dice Casarotto-. Pero me eludió la pregunta.

Previo a su regreso, lo último que hizo Sampaoli fue ver la final de la liga casildense. Jugaba Alumni, el equipo que entrenaba cuando aún era amateur, y 9 de Julio, un club de Arequito, que es un pueblo a 40 kilómetros de Casilda. Después de empates en la ida y en la vuelta, la tercera final se jugaba en la cancha neutral de Huracán de Chabas, que tiene graderías de madera y capacidad para unas cuatro mil personas.

Sampaoli se sentó a verlo con su hermano Marcelo, en uno de los codos.

El gol de 9 de Julio cayó al final. Cuando sólo quedaban 10 minutos.

Los días de Jorge Sampaoli hoy parten cuando la mayoría de sus colegas duermen. Si mientras estaba en la “U”, y vivía cerca del Portal La Dehesa, fue rara la vez en que llegó a entrenar al CDA a las 8.30, y tuvo que meterse al predio por una ventana porque todos estaban acostumbrados a verlo a las 9.00, a Pinto Durán el de Casilda llega, desde su nuevo hogar en Lo Curro cuyo arriendo también es pagado por su empleador, cuando aún está oscuro. Su BMW 5201 negro está siempre a las 7.30, aunque a veces llega a tomar desayuno a las 7.15. Lo mismo hacen Desio y Beccacece, que lo siguieron como parte de su cuerpo técnico.

Los tres tienen oficinas con puertas cerradas, que dan a un área común donde, según Felipe Correa, gerente de Selecciones de la ANFP, trabajan unas 10 personas haciendo seguimiento, a través de videos, a algunos de los 80 jugadores que Sampaoli tiene en carpeta. Todos los lunes, a primera hora, Sampaoli, Desio y Beccacece se reúnen para repasar lo que les prepara esa semana.

El almuerzo se sirve a las 12.30 y comen todos juntos. No llegar a la mesa a la hora, al igual que aparecer después de las 7.30, se castiga con una multa, a pedido del entrenador. Felipe Correa explica que es poco. Unos “500 o 1.000 pesos, casi simbólicos, para establecer orden y organización”. Sampaoli trabaja hasta las 16.00. Aunque después se puede quedar haciendo algo de deporte. Dice Correa que ahí dentro el argentino lidera con un estilo que combina el rigor de querer planificarlo todo, dejando la menor cantidad de variables al azar, con un humor ingenioso, que también tiene algo de sarcasmo.

-Jorge -dice Correa- es un tipo con el que puedes jugar al fútbol-tenis, y si te ganó, tienes tres días en los que te va a recordar la jugada con la que te ganó.

Esa rutina, que lo obliga a despertar aún más temprano que cuando hacía la cimarra en Casilda y se iba a jugar con Sergio Abdala a un descampado, se extiende de lunes a sábado. Aunque los sábados salen a las 13.00, porque después Sampaoli maneja hasta el Nacional, Monumental, San Carlos de Apoquindo u otro estadio, para ver los partidos del torneo nacional. Siempre pide una caseta donde nadie lo moleste y pueda observar si en la cancha los jugadores que sigue logran hacer los movimientos que él imagina en su cabeza.

Ese método de seguimiento de jugadores y visualización de partidos fue lo que hizo que la ANFP confiara en él la suerte de Chile en las Eliminatorias a Brasil 2014, después de que Sampaoli presentara su idea en un PowerPoint.

Cristián Varela, vicepresidente de la ANFP, explica que “cuando nos juntamos con él, en diciembre pasado, comentó cuál era su esquema de trabajo y que pensaba funcionar con un equipo de sparrings, con gente que está investigando el desempeño de los jugadores, haciendo seguimiento, tratando de ver el trabajo específico para cada uno, en función de la labor que cumplen en los clubes en que ya están. Nos gustó que planteara un trabajo ordenado y conversando con los jugadores para entender cómo veían la situación”.

Justamente para eso fue la primera gira a Europa que realizó, antes de Navidad, con Sebastián Beccacece y Felipe Correa. Para reunirse con jugadores que quería en su selección por algo así como una hora en oficinas de sus clubes o en salones de hotel, presentarles su proyecto y preguntarles qué pensaban de todo lo que estaba sucediendo. Correa veía que a pesar del viaje, de los amistosos pactados con Senegal, Haití y Egipto, lo único que estaba en la cabeza de Sampaoli era el duelo en Lima. Sabía que era así porque, en los ratos muertos en aeropuertos y estaciones de tren, “veía que Jorge miraba partidos de Perú en su iPad”.

Por eso es que el gol de Farfán, a los 87’, dolió tanto.

El partido ya moría en Lima, el 22 de marzo pasado, y en vez de cerrarse con un empate, sucedió lo de Alumni en la cancha de Chabas: se perdían los puntos cuando no quedaba más que un suspiro. Después de que Jorge perdiera, la casa de Odila quedó tan callada como el avión que trajo a Sampaoli y al equipo de vuelta. Ella no dice mucho. Sólo que “fue muy triste”. Cuatro días después, en la víspera del partido contra Uruguay en Santiago, mientras hablaban por teléfono, Odila le dijo, bromeándole un poco, que debía ganar porque tenía un compromiso grande con ella. Ese día, Odila cumplía 77 años y en un par de semanas tendría que volver a la clínica en Rosario, durante una semana, para que le extirparan el bazo. Los médicos adivinaban que ahí se escondía el origen de sus bajas defensas.

Al día siguiente, un reportero del diario La Cuarta que observó a Sampaoli contra Uruguay le contó 6.750 pasos y 27 gritos durante los 90 minutos. La explicación lógica era que el casildense vivía el fútbol con intensidad y que este era un partido decisivo. Pero en su cabeza los goles de Paredes y Vargas tienen que haber producido algo parecido a la liberación, porque cuando el árbitro lo terminó, el teléfono sonó en la casa de Odila. Frente a la tele, en una mesa donde suele tomar mate dulce y donde guarda una réplica en miniatura de la Copa Sudamericana 2011, la madre atendió el llamado.

-Era Jorge. Llamó para decirme que me había cumplido.

Pero ahora se hace trampa. Jorge Sampaoli se hace trampa porque a la salida del Balthus, camino al estacionamiento, sigue respondiendo mecánicamente -al igual que en las conferencias de prensa-, como si fuera posible separar al fútbol del mundo que lo sostiene, diciendo que “una cosa es la incertidumbre de su enfermedad, otra el partido. Son cosas distintas”.

Después acelera y su BMW desaparece entre los árboles, rumbo a Macul, para más tarde tomar un avión a Concepción. Ahí vería el partido de Huachipato con Gremio. Pero más que en el encuentro, su mirada estaría en Eduardo Vargas, pues Sampaoli ya está pensando en el partido amistoso contra Brasil de este miércoles 24. Así es su estilo.

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