Las últimas horas de Pablo Neruda
A 40 años de la muerte del poeta, la justicia examinará sus restos para establecer si fue asesinado.<br><br>
Siete meses después de que Pablo Neruda fuera sepultado en un emblemático funeral en el Cementerio General, en septiembre de 1973, su cuerpo debió ser trasladado. Lo retiraron del espacio que la familia Dittborn les había cedido en su mausoleo y fue llevado al nicho 44 del módulo México. Sólo 18 años más tarde se cumplió la voluntad del escritor y sus restos se enterraron en Isla Negra, en una ceremonia que encabezó el Presidente Patricio Aylwin. El lunes 8 de abril, las osamentas de Neruda volverán a ser manipuladas: un equipo de peritos forenses buscará restos de sustancias químicas sospechosas. Quieren determinar si pudo haber sido asesinado.
La posibilidad de un crimen contra Neruda contraviene lo que hasta hoy parece una verdad inamovible: que el cáncer a la próstata que sufría se agravó hasta matarlo por el impacto del golpe de Estado. Así lo han dicho biógrafos, investigadores y su viuda, Matilde Urrutia. Sin embargo, el 2011, el Partido Comunista interpuso una querella dudando de esa versión y, tras 22 meses de investigación, el ministro Mario Carroza decidió exhumar al poeta: no ha podido establecer si fue el cáncer el que lo mató o hubo intervención de terceros.
La chispa inicial del proceso fue el testimonio de Manuel Araya, chofer del poeta en sus últimos meses: "Neruda no murió de cáncer, fue asesinado por la Junta Militar. Lo mataron con una inyección", dijo en una entrevista a la revista mexicana Proceso, en 2011, y hoy lo repite. Agrega que desde 1974 golpeó puertas contando su denuncia: ni la prensa ni la Fundación Neruda ni Volodia Teitelboim ni los gobiernos de la Concertación ni el PC lo escucharon.
En el universo nerudiano se impone la incredulidad. La Fundación Neruda desistió hablar del caso, su biógrafo más legitimado, Hernán Loyola, también prefiere el silencio. Mientras el sobrino del poeta, Bernardo Reyes, está seguro que "esto no tiene sustento", el autor de la voluminosa biografía Las furias y las penas, David Schidlowsky, plantea la duda obvia: "Resalta a la luz que nadie hubiera publicado, durante o después de la dictadura alguna mención o insinuación de un posible asesinato. ¿Se trata entonces del crimen perfecto, como lo dice (el investigador) Abraham Quezada?".
Sombras
Araya (66), como chofer de Neruda, fue de las pocas personas que estuvieron a diario con él tras el golpe y hasta su muerte. Según Matilde, en esos días la salud del poeta decayó. El cáncer lo afectaba desde 1972. Entre marzo y abril del 73, siguió una terapia de cobalto, en Valparaíso.
El 19 de septiembre, después de que su casa de Isla Negra fuera asediada por militares, Neruda viajó a Santiago en una ambulancia, junto a Matilde y Araya. En la Clínica Santa María recibió visitas, entre otros, de Aída Figueroa, Radomiro Tomic, Nemesio Antúnez, Teresa Hammel, etc. Todos lo describieron como un hombre débil, pero no moribundo. Ahí terminó, junto a Homero Arce, sus memorias, Confieso que he vivido.
Además, recibió una invitación para viajar a México. Neruda aceptó cuando Matilde le contó que la casa La Chascona había sido casi destruida en un allanamiento. Fijó la fecha del vuelo para el sábado 22, pero precisamente ese día le comunicó al embajador mexicano Gonzalo Martínez Corbalá que el viaje se posponía para el lunes 24.
Según Matilde, ese mismo sábado 22 fue con Araya a Isla Negra, a buscar libros y maletas para viajar a México. Estando allá, Neruda se comunicó por teléfono con la Hostería Santa Elena, muy cerca de la casa, y pidió que le avisaran a Matilde que se apurara: estaba mal. La viuda contó en sus memorias que al regresar, su esposo estaba en un estado febril y muy angustiado. Entrada la noche, dice, le pusieron una inyección. Luego entró en un coma del cual no salió.
La versión del chofer difiere en la fecha y algo más. "Viajamos el domingo 23 y allá nos enteramos por un llamado de Neruda que le habían puesto una inyección. Cuando llegamos vi que tenía una mancha roja en el estómago", cuenta Araya, que agrega que en ese momento un médico lo envió a comprar un medicamento fuera de la clínica. Salió cerca de las 19 horas, cuando ya caía el toque de queda, a buscar una farmacia abierta en la calle Vivaceta. En el camino fue detenido. Luego lo trasladaron al Estadio Nacional.
Según cree Araya lo enviaron a una farmacia para que dejara solo a Neruda. Sostiene que la inyección fue la responsable de la muerte del poeta. "No estaba para morirse del cáncer", insiste. Esa inyección, en todo caso, no es del todo fantasma: en declaraciones al ministro Carroza, el doctor Sergio Draper aseguró haber sido quien instruyó la inyección por el dolor del escritor: una dosis de dipirona, tal como había indicado el médico del poeta, Roberto Vargas Zalazar.
El abogado del PC, Eduardo Contreras, advierte lo que considera una contradicción: el lunes 24, la prensa informó que Neruda había muerto de un infarto a causa del shock provocado por una inyección, pero el certificado de defunción que extendió el Servicio Médico Legal (SML) indica que falleció de una caquexia derivada de un cáncer. "Ese certificado es falso", dice Contreras. "No es cierta la caquexia, que es un estado de agonía. Neruda estaba enfermo, pero lúcido", agrega.
El estado del poeta en esos días era motivo de discusión. Como registra Mario Amoros en el libro Sombras sobre Isla Negra, el doctor Juan Alvarez lo atendió en junio en Valparaíso: "Era un enfermo terminal, estaba lleno de metástasis", dijo. Pero el médico tratante de Neruda, Vargas Zalazar, le había dicho a Matilde que el poeta viviría cinco años más.
En 1974, cuenta Araya, llegó al Hotel Crillón a hablar con Matilde. Quería que denunciara que a Neruda lo habían matado con una inyección. "Me dijo: 'Si hablo me van a quitar todos los bienes de Pablo'", dice. La versión la descarta Bernardo Reyes y todos los cercanos a la Fundación Neruda, recordando el papel político que Urrutia jugó contra el gobierno militar.
El próximo 8 de abril abrirán la tumba de Neruda. Al frente de los peritos estará el médico del SML, Germán Tapia. El mismo que dirigió la exhumación de Salvador Allende y confirmó su suicidio. En el caso del poeta, los exámenes durarán cerca de tres meses.
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