Letras de Chile y Perú: caminos que se abren

De cara al fallo de La Haya, Jorge Edwards y Mario Vargas Llosa redactaron en 2012 un documento conjunto, tal como en 1979. Es parte de la relación de amistad e influjos entre la literatura de allá y de acá.




No fue cosa del año pasado ni del anterior. Ya en junio de 1979, honrando la amistad que los unía y procurando extenderla a las relaciones entre los países que los vieron nacer, el peruano Mario Vargas Llosa y el chileno Jorge Edwards redactaron un documento conjunto: la "Declaración sobre la Guerra del Pacífico" fue firmada por "intelectuales, artistas y científicos peruanos y chilenos" (11 de cada lado de la frontera, incluidos los redactores).

El breve manifiesto arranca dando cuenta de que "hace cien años tuvo lugar entre nuestros países una guerra que causó terribles daños materiales y morales a nuestros pueblos". Y proclama "nuestra voluntad de obrar decididamente para que Chile, Perú y todos los pueblos de América vivan siempre en paz y amistad y nunca vuelva a surgir entre nosotros una guerra" que no sea la guerra contra el subdesarrollo, contra el hambre o la ignorancia, entre otros males.

Pasaron 33 años y, ante la proximidad del fallo que zanjará una nueva contienda limítrofe, Edwards y Vargas Llosa volvieron a unir fuerzas en un "Llamado a la concordia". Firmado por 15 personalidades de lado y lado, el texto plantea que "la experiencia de un pasado de discordias y desconfianzas, deberá servirnos para impedir que esos fantasmas nos sigan persiguiendo y paralizando nuestras mejores iniciativas".

Sin ignorar a las letras (de las chilenas asoman el 79 Luis Sánchez Latorre y Roque Esteban Scarpa, mientras en 2012 firmaron Isabel Allende, Arturo Fontaine y Cristián Warnken, aparte del propio Edwards), ambas iniciativas convocaron a gente de distintas actividades. Fueron, así las cosas, más allá de las estrecheces del ámbito literario para instalar la voz de los escritores en el debate público. Y supusieron un nuevo episodio de los estrechos vínculos chileno-peruanos en lo que toca a escritores, poetas y obras. A amistades, complicidades, influjos y admiraciones.

"El mundo de las letras ha demostrado que existe una transversalidad entre ambos países, tendiendo puentes que nos muestran lo cerca que estamos los unos de los otros", plantea el peruano Gabriel Sandoval, director editorial del Grupo Planeta México. Hay historia ya antes de 1923, cuando José Santos González Vera ofició de redactor honorario del primer número de la revista Claridad, "órgano de la juventud libre del Perú" y par indesmentible de su homónima chilena.

"Chile recibió a escritores peruanos como Ciro Alegría, José María Arguedas y Luis Alberto Sánchez en épocas muy duras de sus vidas", complementa el novelista limeño Alonso Cueto. El autor de La hora azul recuerda que Alegría postuló como obra chilena El mundo es ancho y ajeno al premio Farrar and Rinehart de novela, que terminó ganando. Arguedas, en tanto, dedicó una de sus novelas a "Santiago de Chile, donde encontré la resurrección", mientras Sánchez dirigió la editorial Ercilla.

Por otro lado, remata Cueto, "escritores chilenos han trabajado y vivido en Lima. Como Jorge Edwards, quien contó en Adiós, poeta cómo fue que los estudiantes peruanos cargaron en vilo el automóvil en el que iba Neruda, después de su recital en favor de los damnificados por el terremoto en el Perú, en 1970". Añade su compatriota Iván Thays que a partir el boom de los 60, a José Donoso se le ha tenido "especial cariño en el Perú" y que hay quienes, como sus coetáneos Enrique Planas y Ricardo Sumalavia, "lo consideran como su mayor influencia".

En tiempos más recientes, el influjo de Alberto Fuguet ha sido significativo. "Por favor, rebobinar y Mala onda se convirtieron en referentes para mi generación y Fuguet, en ese escritor que uno quería seguir como un groupie sigue a una estrella", señala el editor Sergio Vilela, del Area Andina de Planeta. "Tinta roja se convirtió no sólo en su libro más leído en el Perú, sino también en una taquillera y premiada película del peruano Francisco Lombardi". Asimismo, tanto Thays como Vilela y Sandoval constatan la sostenida presencia de Alejandro Zambra en los escaparates peruanos. Otros nombres que se han agregado con fuerza son los de Roberto Bolaño, Marcela Serrano y Alvaro Bisama. Para no hablar de Isabel Allende, por añadidura nacida en Lima.

¿Y qué pasa en sentido inverso? Por de pronto, informa Andrea Viu, directora editorial de Alfaguara Chile, "nuestros autores, tienen buena recepción localmente: Santiago Roncagliolo, Fernando Iwasaki y Jaime Baily". Para Vilela, tanto Vargas Llosa como Julio Ramón Ribeyro han dejado huella entre sus pares chilenos. Con el último de los señalados concuerda Rodrigo Rojas, director de la Escuela de Literatura Creativa de la UDP, quien agrega el nombre de Daniel Alarcón, limeño que escribe desde EE.UU. Y también el de dos poetas ya fallecidos: José Watanabe y Antonio Cisneros.

Porque si las líneas se cruzan en el ámbito de la prosa, más lo hacen en la poesía, incluso si se pudiera obviar a tótemes como Vallejo y Neruda, cuya Alturas de Machu Picchu son lectura obligada en los colegios peruanos. "Ambos países poseen, incluso antes que Argentina, la mejor poesía que dio la vanguardia en Sudamérica y también en los años posteriores", plantea Thays. Y si se trata de acercamientos, cabe destacar las actividades enmarcadas en el proyecto Poesía Chilena Viva, al alero de la Academia Chilena de la Lengua. En diciembre de 2012, la iniciativa hizo posible un homenaje al peruano Carlos Germán Belli, con lecturas suyas, de Pedro Lastra y Oscar Hahn. Un año más tarde se hizo una lectura de poesía chilena y peruana: aparte de Belli, entre los peruanos estuvieron Marco Martos y Rosella Di Paolo. Por Chile fueron invitados Rafael Rubio, cuyo último libro tiene un prólogo de Belli; Rosabetty Muñoz y Juan Cristóbal Romero. Hubo "lleno total", comenta Adriana Valdés, responsable del proyecto.

Por ese lado, con más o menos prensa, hay caminos que se abren. Al decir de Cueto, hay "lazos profundos basados en la convivencia social, cultural e histórica. No hay un tratado de límites que pueda romperlos".

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