Los dilemas que planteó la filosofía y la ciencia está logrando explicar

La relatividad del paso del tiempo, la empatía, la individualidad y hasta la identidad a lo largo de la vida hoy tienen una explicación biológica. El indudable vínculo entre la mente y el cerebro ha alentado a la neurología a buscar sus propias respuestas.




Richard Restak está convencido de que las grandes preguntas, que por cientos de años se han hecho los filósofos y pensadores, se están respondiendo. Aunque no desde lo profundo de nuestra alma, ni de la meditación, ni del abandono del placer mundano, ni del pensamiento o el conocimiento, ni siquiera de la mente. Las respuestas están en el cerebro, dice. Luego de más de 30 años de carrera en neurología y neuropsiquiatría y de haber escrito más de 20 libros al respecto, el científico es ahora consejero de la escuela de filosofía de la U. Católica de América, en EE.UU., lo que no es una casualidad.

La percepción del tiempo, la identidad, la empatía y hasta el libre albedrío -según explicó en el ensayo Empatía y otros misterios, publicado en The American Scholar- pueden entenderse mejor que nunca antes gracias a recientes descubrimientos de la neurociencia. "Las preguntas filosóficas se formulan en el cerebro y los conceptos que usas para hacerlas también. Sin entender el funcionamiento del cerebro estás siempre saltando sobre tu propia sombra", argumenta Restak a La Tercera desde su consulta en el hospital médico de la U. George Washington.

Ya no me gusta
El existencialismo, la pregunta de "quién soy", tiene una respuesta neurológica: tal y como simplemente cambiamos de opinión, la ciencia dice que somos siempre distintos a lo largo de la vida. Y que eso lo evidencia el cerebro.

Hace sólo 10 años los neurólogos aseguraban que al llegar a la adultez, el cerebro ya no experimenta mayores cambios y la sabiduría popular había concluido que "la gente no cambia", a modo de consejo. Pero se ha descubierto lo contrario. Ahora el cerebro se describe como "mutable" o "plástico", porque recientes investigaciones han demostrado que incluso en la tercera edad es posible adquirir nuevas habilidades.

Eso explica que, por ejemplo, al volver a leer un libro o ver una película que antes nos encantó, hoy nos damos cuenta -muchas veces con vergüenza- de que nunca la debiéramos haber recomendado, o peor, nunca haberla visto. ¿Por qué? Fácil, "como resultado de una vida de plasticidad de nuestro cerebro, somos una persona realmente diferente a la que leyó el libro la primera vez", escribe Restak.

El otro yo
La búsqueda de uno mismo y la empatía, presentan otra verdad neurológica: al menos en el cerebro, "uno mismo" está física y literalmente donde está "el otro". En la parte frontal del cerebro, justo detrás de la frente, está la corteza prefrontal medial y ahí se procesan los sentimientos y las emociones de sí mismo, pero también las de los demás. Esto explica lo que los pensadores han postulado por siglos, que somos criaturas profundamente sociales y capaces de imaginar las experiencias internas de otros y ponernos en su lugar. Según explica Restak, en este proceso también actúan las neuronas espejo, que hacen que imitemos automáticamente lo que vemos en los demás, haciendo más eficiente aún la compresión. Así, sólo mirando podemos entender los sentimientos ajenos como si fueran nuestros.

Pero la corteza prefrontal medial también nos permite imaginar lo que otros piensan de nosotros. En un estudio, distintas personas se enfrentaron a una cámara a veces encendida y otras apagada. Mientras la cámara estaba grabando, se sintieron inquietos: "Siento que alguien me está mirando" y "me pregunto cómo me veo", fueron los principales comentarios. En este lapso, además, los segmentos de la corteza prefrontal media se activaron.

Cuando la cámara estuvo apagada, en cambio, la concentración interna desapareció. En un instante el foco de concentración cambió de preocuparse de lo que otras personas podrían pensar de su desempeño a intentar realizar lo mejor posible una tarea que se le había designado. "Es el viejo conflicto entre la razón y la emoción", dice Restak. "Afortunadamente, las investigaciones en el cerebro han sugerido una solución en que la razón es capaz de sacar su mayor rendimiento", agrega haciendo referencia a la técnica a través de la cual, sólo identificando y etiquetando las emociones, se puede aumentar el poder de razonamiento. Es decir, al ver una cara enojada, la amígdala -un área del cerebro importante en la experiencia emocional y la respuesta al miedo- se activa al estado de alerta. Pero, tras identificar y clasificar esa emoción de rabia en los demás, la amigdala disminuye la actividad y por lo tanto, baja el estrés, y es posible actuar con mayor tranquilidad y de manera más acertada.

La relatividad del tiempo
Esta visión de nosotros mismos y nuestro entorno es la que nos permite sentirnos socialmente adecuados y, además, tener la noción del tiempo y el espacio. Las investigaciones de la neurocientífica Lera Boroditsky, del departamento de Cerebro y Ciencias Cognitivas del Massachusetts Institute of Technology (MIT), midieron las diferencias de la percepción de cuánto tiempo pasa mientras la gente estaba en una sala de espera o viendo una película de acción, y los resultados mostraron que las personas sienten que el tiempo pasa cerca de un 20% más rápido si no se han movido de la silla esperando y 20% más lento si la película ha entregado una amplia batería de emociones. También  probaron que la idea del tiempo varía dependiendo de cómo nos visualizamos en el espacio.

En otro experimento, los investigadores concluyeron que cuando una persona recibe información sobre plazos mientras está en una posición estática, es probable que interprete los datos como posibles hacia el futuro o hacia el pasado. Sin embargo, cuando esa misma información la recibe mientras se traslada de un lugar a otro, por ejemplo entre Viña y Santiago, la proyectará hacia el futuro. Lo que sugiere, este estudio, es que nuestra forma de concebir el tiempo está directamente relacionada con cómo nos visualizamos en el espacio.

Las mismas investigaciones del MIT descubrieron que, mientras los lóbulos frontales y parietales son importantes y participan en la noción del espacio, la del tiempo no tiene un área determinada en el cerebro. El tiempo es siempre relativo a otros conceptos y, más que a cualquier otro, está vinculado al espacio y al desplazamiento.

Einstein no estaría sorprendido con este resultado. Aunque en física, él ya había comprobado la misma teoría: el paso del tiempo depende de dónde está y cuáles son las circunstancias de quien lo está midiendo. Ahora también para la neurología cada quien tiene su propio reloj.

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