Los nuevos genios de la moda
<img style="padding-bottom: 0px; margin: 0px; padding-left: 0px; padding-right: 0px; padding-top: 0px" border="0" alt="" width="50" height="15" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200911/586904.jpg" />Las más antiguas y respetadas casas de moda del Viejo Continente están siendo dirigidas por una refrescante camada de diseñadores, cada día menos anónima.
Karl Lagerfeld es el ídolo, Marc Jacobs el referente y John Galliano el mentor. Esta tríada de diseñadores de alto vuelo logró algo que los creadores de moda emergentes anhelan mucho: ser fichados por una casa de renombre, sueldo jugoso de por medio. Y, al mismo tiempo, alcanzar la fama necesaria como para darse el gusto de tener una línea propia, para crear moda sin tener que contar con la venia de un empleador.
Lagerfeld, por supuesto, es el rey; no en vano se le conoce como el Zar de la moda. En 1983, este diseñador alemán comenzó su relación laboral con Chanel, que aún mantiene, y en esa misma década creó su propia marca. En ambas etiquetas conjuga lo clásico con lo moderno con una maestría sin igual. Del mismo modo, el norteamericano Marc Jacobs pasa seis meses del año en París, creando para Louis Vuitton –con quien levantó el concepto de "lujo sensato"– y los otros seis en Nueva York, trabajando para su propia marca. Galliano, por su parte, ostenta el honor de haber sido el primer diseñador británico contratado como director creativo por una casa de modas francesa, cuando Givenchy lo fichó en 1995. Desde 1997 comanda las oficinas de Dior, sin dejar de velar por su propia marca, que fundó en 1984 y se mantiene como un estandarte de su particular irreverencia.
A comienzos del siglo XXI, esta exitosa fórmula se está multiplicando. Con la mayoría de sus fundadores fallecidos o en retiro, marcas ícono del diseño europeo como Yves Saint Laurent, Balmain o Lanvin han apostado sus fichas creativas por el talento de diseñadores –algunos muy jóvenes, otros, no tanto– capaces de encarnar el espíritu rupturista que las vio nacer y, al mismo tiempo, hacer de la alta moda un negocio rentable. Renovarse o morir parece ser su consigna. Y para ello, han encontrado dos semilleros perfectos, que se han convertido en su principal fuente de reclutamiento: las prestigiosas escuelas Saint Martins College of Art & Design, en Londres, y Parson´s School of Design, en Nueva York.
Pero, ¿quiénes son estos diseñadores?¿En qué piensan cuando crean? ¿Por qué los inversionistas se la juegan por ellos? ¿Cuántos han logrado trabajar paralelamente en una marca propia?
ALBER ELBAZ EN LANVIN
"La Bella Durmiente". Hasta hace poco el mundo de la moda se refería así a la casa de moda Lanvin, porque ningún diseñador había logrado devolverle el glamour que le imprimió su fundadora, la francesa Jeanne Lanvin (1867-1946), desde que comenzó a vender sombreros en 1889. Sin embargo, hoy es una de las marcas preferidas de celebridades como Nicole Kidman, Chloé Sevigny y Sofía Coppola, quienes suelen dejarse fotografiar sobre la alfombra roja con los sentadores y femeninos modelos, alejados de las tendencias más teatrales.
Tras este éxito se esconde el talento de Alber Elbaz (48), marroquí de origen judío que cree en el trabajo duro y el bajo perfil. "Siempre he huido de los divismos. No me gustan. Me siento hasta raro cuando me llaman señor Elbaz en vez de Alber", ha dicho. Elbaz asegura que este espíritu lo heredó de Geoffrey Beene, en cuyo taller neoyorquino trabajó entre 1990 y 1997, cuando, después de estudiar diseño y hacer el servicio militar, decidió instalarse en Nueva York. Luego, Elbaz se sumó a las filas de Guy Laroche, Krizia e Yves Saint Laurent, donde habría escalado muchísimo, de no haber sido porque la empresa fue comprada por el grupo Gucci, que puso a la cabeza a Tom Ford.
Elbaz trabaja en las parisinas oficinas de Lanvin desde octubre del año 2001. A tono con su temperamento, ha liderado un ascenso de esta marca talvez lento, pero sostenido. ¿Su sello? Lo femenino, delicado y elegante. El lujo, en su versión más sencilla y libre de estridencias. "Hoy las mujeres se visten para estar cómodas y sentirse bellas", explica.
PETER COPPING EN NINA RICCI
Cuando únicamente el famoso perfume L´Air du Temps, creado en 1949 –y superventas desde entonces– parecía mantener a flote el nombre de Nina Ricci, esta empresa ligada al grupo Puig contrató al diseñador inglés Peter Copping (43) para volver a poner los puntos sobre las íes.
Era abril de este año y en algunos portales de moda se bromeó sobre su look: parece un vecino, un ciudadano de a pie, un oficinista más, y no el director creativo de una glamorosa casa de moda nacida en el París de 1932. Además, quien ocupaba el puesto en ese momento, Olivier Theyskens, es un protegido de Anna Wintour, la influyente editora de Vogue. Pero Copping tiene un gran respaldo: estudió en Saint Martin´s, tiene un postítulo en el Royal College of Art y –lo más importante– fue durante doce años el brazo derecho de Marc Jacobs en Louis Vuitton. Eso, además de haber pasado por los estudios de Iceberg y Sonia Rykiel.
En colección debut, para la Primavera-Verano 2010, Copping se adueñó de todos los símbolos de la coquetería femenina: flores, vuelos, lazos y encajes. Pero, aun así, su propuesta posee una sorprendente liviandad, gracias al uso de transparencias y telas vaporosas, y la preferencia por colores muy pálidos. Una apuesta totalmente elegante, discreta y con un charme parisino. Se trataba, quizás, de un homenaje a la semana de la moda de la Ciudad Luz, donde esta colección se presentó. Y se robó los aplausos.
CHRISTOPHE DECARNIN EN BALMAIN
La edición francesa de Vogue ha sido el motor y el puntal de la marca Balmain –creada por Pierre Alexandre Claudius Balmain (1914-1982)– desde sus inicios. En 1947, la poeta Gertrude Stein escribió en sus páginas que los diseños de este modisto (por entonces instalado en la localidad de Molyneux) constituirían el nuevo look francés. Y en mayo de 2008, Carine Restoin –directora de la revista– y su hija Julia fueron al Festival de Cine de Cannes vestidas con la silueta hit de la marca: pitillos lavados al ácido, brillos y tops y chaquetas de hombreras altas, algo triangulares y muy, pero muy marcadas. Desde entonces, el look Michael Jackson ha sido imitado hasta la saciedad por el mundo del retail. Es comprensible: una simple polera de algodón de Balmain puede costar más de 1.500 euros (aproximadamente $1.102.500) y cada día más personas quieren abrazar esta propuesta inspirada en el rock glam y cargada de guiños ochenteros.
Su creador, Christophe Decarnin (46), pasó brevemente por Paco Rabanne antes de ser contratado, en 2005, por la casa Balmain. Seguro de sí mismo, ha dicho que los altos precios de la marca son reflejo de la calidad de las telas y del trabajo de su equipo, además de su producción en pequeña escala. Cierto o no, está claro que sus prendas se convierten rápidamente en objetos de deseo, preferidos –entre otras celebridades– por Maddona y Charlotte Casiraghi, hija de la princesa Carolina y reina de la noche europea.
ESTEBAN CORTAZAR, DESCARRIADO
Esteban Cortázar (25) nació en Colombia y pasó su adolescencia inmiscuido en el taller del diseñador Todd Oldham en Miami, simplemente porque quedaba cerca de su casa. Apadrinado por Oldham, se convirtió, a los 15 años, en el creador más joven que ha presentado una colección en el Miami Fashion Week. A los 18 presentó una colección propia en Nueva York y a los 24 fue contratado por Ungaro.
Su primera colección para esta casa de modas francesa fue presentada el 2008 en la Semana de la Moda de París. Recibió un aplauso cerrado al jugársela por las curvas y la femineidad. Modelos de cuerpos sinuosos se dejaron ver con vestidos mínimos, que derrochaban sensualidad. En plena crisis económica, Cortázar apostó por el color y Ungaro cobró los bonos.
Pero el romance duró poco. En julio, el niño prodigio de la moda terminó su relación con Ungaro, porque –según información no oficial– esta casa contrató a Lindsay Lohan en su equipo de diseñadores. Al parecer, el estilo hollywoodense de esta chica no es del gusto de Cortázar, admirador del aura de la moda francesa. Por estos días trabaja en sus colecciones propias. Pero, según blogs franceses, estaría por comenzar a trabajar con Karl Lagerfeld. Sería el cruce perfecto entre dos excéntricos.
CHRISTOPHER BAILEY EN BURBERRY PROSUM
Si el año pasado comenzó a notarse el despegue de esta tradicional empresa británica, la última Semana de la Moda de Londres no hizo más que confirmar que Burberry Prosum la lleva. Su presentación fue la más esperada, aplaudida y comentada. Y su gestor es Christopher Bailey (38), quien pertenece a las filas de esta firma desde el año 2001 y tiene a su cargo no sólo el diseño de la ropa y la producción de los desfiles, sino también la supervisión de la publicidad, el interiorismo de las tiendas y la dirección de arte corporativa.
Bailey nació en Yorkshire y cursó un postítulo en moda en el Royal College of Art. Máster en mano, este joven talento emigró a Estados Unidos y trabajó para Donna Karan, entre 1994 y 1996. Luego partió a Milán, donde trabajó para Gucci hasta que, en el 2001, fue fichado por una alicaída Burberry. Ahí comenzó a hacerse a notar lentamente, pero a paso seguro: el año 2005 obtuvo el premio al diseñador del año en los British Fashion Awards, que entrega el Consejo Británico de la Moda. En 2007 y 2008 fue reconocido por la misma institución como el mejor diseñador de ropa de hombre. Y éste, dicen, es su año de consagración internacional.
Bailey es, probablemente, el responsable de que el trench sea hoy una pieza tan indispensable en el clóset de las mujeres. Presente en Burberry desde los inicios de esta marca, en 1856, esta prenda es hoy un ícono de la moda de comienzos del siglo XXI. Y Bailey la considera una fuente inagotable de inspiración.
"Bailey ha conseguido situar esta tradicional firma británica en una posición privilegiada en el mundo de la moda", apunta Pedro Zozaya en la versión española de Vogue. "Lo que lo hace verdaderamente especial es su extraordinaria capacidad y esfuerzo por transmitir una imagen muy cuidada del glamour que rodea a la campiña inglesa y de la integración entre modernidad e historia. Le encanta combinar aspectos de la ciudad y el campo en un solo concepto de moda".
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