Luisella Castaño: "Mi marido murió en el accidente de Juan Fernández"
"Siempre le tuve susto a los aviones, y Jorge sabía que si volaba, tenía que llamarme apenas aterrizara. Era como un acuerdo tácito".
A Jorge (Palma) lo conocí en el verano de 1992, en Calafquén cuando yo estaba pasando a segundo año de diseño. Pololeamos cuatro años y nos casamos.
Él tenía tres amigos, Nico Boetsch, Carlos Alessandri y Joaco Arnolds, eran íntimos, todos muy deportistas. Hacían parapente, montañismo, camping, windsurf, de todo. Yo sobre todo antes de que nacieran Diego, Max y Santi, lo acompañaba harto. Pero siempre le tuve susto a los aviones, y Jorge sabía que si volaba, tenía que llamarme apenas aterrizara. Era como un acuerdo tácito.
En 2008, en febrero, al Nico lo atropelló una lancha en Panguipulli y murió. Un mes después, a Carlos le dio hanta tras haber estado en la Carretera Austral y también se murió. Fue muy duro.
Jorge también corría carreras de aventuras, de varios días y en las que combina nadar, subir cerros, andar en kayak. Joaco, que era miembro del Desafío Levantemos Chile, le pidió que lo ayudara a armar una en Juan Fernández para promocionar la isla que seguía deprimida tras el terremoto.
Ese viernes 2 de septiembre de 2011 se fue a mediodía, y cuando se estaba subiendo al avión me llamó. "Va manejando una mina, ¡seca!", dijo y me contó que estaban esperando a Felipe Camiroaga. Como a las cinco calculé que ya debía haber llegado, pero como no tenía noticias le pregunté a la Maca Schuster, la señora de Joaco que me explicó que en la isla hay mala señal. "Es que siempre avisa cuando aterriza y no lo ha hecho", le dije. "Relájate", contestó.
Partí al supermercado cuando me sonó el teléfono y era la señora de Nico que quería saber si Jorge se había ido a Juan Fernández y si iba en el "avión de Cubillos". Me avisó que había pasado algo, que prendiera la tele, pero cuando le dije dónde estaba, se tupió y me pidió que nos juntáramos en mi casa. No supe bien qué hacer avancé a la caja, llorando en silencio. "Usted tiene mucha pena", me dijo la niña. Pasando frente a servicio al cliente escuché a alguien diciendo que el avión de Camiroaga estaba perdido.
En esa época yo me había aburrido del diseño gráfico y con una amiga y vecina vendíamos pan a domicilio. Éramos yuntas y pensé: "Si está su auto en mi casa es que pasó algo grave". Doy la vuelta y veo en mi estacionamiento el de su marido. Ahí caché… Yo lo di por muerto altiro. No sé qué fue. Entré a mi casa y desde ahí pierdo la noción del tiempo. Me dieron un Ravotril y me tiré a la cama y no me pude levantar en mucho rato. Se llenó de gente pero no salí de la pieza. Los niños se quedaron en las casas con amigos, pedí que no les prendieran la tele ni vieran el diario.
Vino la incertidumbre, llegaron los marinos, nos decían que si alguien que se podía haber salvado eran Joaco y Jorge porque eran buzos tácticos de la Armada. Tengo todo mezclado. Como a los seis días me llamó mi suegro: "Encontraron a Jorge, Lela". Alguien, no me acuerdo quién, me trajo su anillo, su billetera, su reloj. Eso fue un regalo para mí. Tenía su carnet de identidad siempre con el mío, pero me robaron la cartera y lo perdí. Fue muy triste.
Tuvimos un super buen matrimonio, íbamos a cumplir 15 años casados y habíamos armado un viaje a Tahití. Creo que estábamos en nuestro mejor minuto. El accidente fue devastador, además, tan mediático, tan expuesto. Los primeros días me dolía el cuerpo de la pena, como si me hubieran aporreado en el suelo. No se me va a olvidar nunca. Después vino un proceso lento, de caer, de aguachar a los niños. También tocó hacerme cargo de la oficina de Jorge. Él era ingeniero agroindustrial y distribuidor de una empresa de alimentos. Yo, diseñadora gráfica, vendía pan a domicilio con una amiga y lo pasaba chancho, y de repente era responsable de una empresa de ventas y distribución con 90 personas. El primer año no entendía nada, había ido una vez al lugar y Jorge nunca me había contado cómo funcionaba, pero tenía 38 años, tres hijos de 4, 8 y 10, tenía que hacer lucas y esa era la mejor forma.
Pasó el tiempo y el papá de Jorge me invitó con mi suegra y cuñadas a Miami. Lo pasamos increíble y cuando veníamos de vuelta, me subo al avión y en mi asiento veo a un sujeto muy bien sentado. Le pedí que se corriera, nos pusimos a conversar y hablamos toda la noche. Me pidió mi email y ese mismo día me escribió para que saliéramos a comer, pero yo acababa de conocer a alguien y no le contesté. Cinco meses después les conté la historia a unas amigas que me convencieron de que le escribiera. "Ahora sí que sales conmigo", contestó y a la tercera salida nos pusimos a pololear. Nos casamos en mayo de 2014.
Fue loco conocernos en un avión y nos pasaron más cosas así. Por ejemplo, la semana antes del matrimonio nos acordamos de que había que comprar las argollas y partimos al Parque Arauco. Me probé una, y estaba en la duda y en eso me la saco, y veo que está grabada. La niña que atendía me dijo que era imposible, que era nueva y había llegado ese día del taller. La miré bien, y ¿qué decía? Jorge… Me quedé helada. "Ese es tu anillo", anunció Sergio también impactado y pidió que pusieran su nombre junto al de Jorge. Y aquí está la argolla, con los dos.
Sergio es doctor anestesista, 14 años mayor que yo, estaba separado hace 12 años y tenía tres hijos. No ha sido fácil armar esta familia "ensamblada" como dicen los sicólogos pero lo hemos pasado bien, él le dio vida a esta casa, mis niños lo quieren mucho y yo creo que los de él también a mí. Nos hemos propuesto hacerla entretenida para todos.
En la empresa me ha pasado de todo, pero creo que si Jorge me la dejó es porque tengo que aperrar y sacarla adelante. El 2015 fue terrible, pero te diría que este año ya estoy a caballo. Mis amigas no daban ni un peso por mí cuando empecé, porque era fundida de Jorge y muy dependiente de él. Pero las cosas de la vida te dan la oportunidad de crecer, de sacar de lo malo, lo bueno. Si no hubiera pasado el accidente quizás nunca hubiera conocido este otro lado de mí. A veces ni yo me reconozco.
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