Mantos Paracas: tejidos para la otra vida

Tienen dos mil años, pero parecen bordados ayer. Los notables telares de esta cultura peruana que practicaba la momificación se exhiben en el Museo Precolombino.




Aparecieron en mercados ilegales de Lima a inicios de los años 20, pero nadie sabía de dónde provenían, ni quiénes eran los artesanos. Los rumores de estos notables telares llegaron a oídos del arqueólogo Julio César Tello, quien luego de comprobar la sofisticada ejecución de los bordados, decidió reunir a un equipo de investigadores para ir en buscar del origen de las piezas. La expedición se instaló en la bahía de Paracas, en la costa sur de Perú, para en julio de 1925 inscribir el hallazgo de una eximia cultura indígena, que practicaba la momificación, envolviéndo los  cuerpos en enormes telas de complejos diseños bordados con misteriosos símbolos, de diversos colores. Lo que realmente encontró Tello, al pie de un promontorio rocoso conocido como Wari Kayán, fueron dos cementerios subterráneos, que contenían en total 429 fardos funerarios. Eran cuerpos momificados envueltos en finos tejidos y enterrados junto a sus enseres, como cerámicas, plumas y otros objetos personales, a cinco metros de profundidad. Tello bautizó el sitio como Paracas Necrópolis.

El hallazgo constituyó un hito para la emergente arqueología peruana, la que de un momento a otro se encontró frente a una de las expresiones artísticas más notables del mundo Andino.

Entre los años 30 y 60 muchos de estos fardos fueron abiertos y estudiados, para recién en 2008 conformarse la primera muestra itinerante de mantos Paracas que partió exhibiéndose en el Museo Quai Branly de París y el Museo de América de España. Una parte de esa muestra se exhibe ahora en el Museo de Arte Precolombino. Son 52 objetos, pertenecientes al Museo Nacional de Arqueología, antropología e Historia del Perú, que incluye tejidos y ocho mantos fúnebres (que van del 100 a.C. - 200 d.C), además de cerámicas, plumas y objetos de metal, que tras dos mil años de antigüedad siguen en perfectas condiciones.

“La envergadura de estas piezas es invaluable. Nunca antes en Chile habíamos tenido una exposición donde se pudieran juntar tal cantidad de tejidos Paracas. Los mantos son las joyas de la colección por su conservación, pero también por lo que simbolizan, la creencia de que más allá de la muerte puede haber vida”, explica la curadora del Museo Precolombino, Carole Sinclaire.

El recorrido parte con el contexto geográfico e histórico en el que se hallaron las piezas y una explicación sobre cómo funciona un fardo fúnebre. Los Paracas, momificaban a sus altos gobernantes, chamanes y personas de la clase alta. Los cuerpos eran flexionados y depositados en canastos, vestidos con lujosos atuendos como pieles de animales y collares de concha, además de rodearlos de  vasijas con semillas de quinoa y otros alimentos y sus objetos más preciados, para luego envolverlos en varias capas de estas telas bordadas. La exquisita forma de huevo de estos fardos simboliza sin duda la posibilidad de renacer. La estructura de estos fardos son exhibidos a través de un mapping en 3D, especialmente diseñado para la muestra.

Luego se despliegan en vitrinas selladas los ocho mantos Paracas, donde se puede apreciar la rica serie de símbolos bordados en las telas. Algunos motivos son abstractos, otros aluden al entorno natural y a metáforas visuales. Hay personajes enmascarados y dotados de atributos zoomorfos como felinos, aves y orcas. También hay un personaje mitad hombre, mitad animal que porta una cabeza humana tirada de los cabellos, que representaría los trofeos ganados en combate. Muchos de estos símbolos fueron heredados más tarde por la cultura Nasca, quienes los siguieron representando en el arte de la cerámica. “Este tipo de trabajo textil nació y murió con la cultura Paracas, quienes desaparecieron en el 200 d.C. Los incas sin embargo, recogieron parte de estas técnicas, admiradas por los españoles durante la conquista. Es que realmente estos tapices no tienen nada que envidiarle a los gobelinos de los siglo XVI y XVII”, afirma Sinclaire.

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