Mercedes y banderas mapuches

Colo Colo es mucho más que el prototipo. La transversalidad se siente. Basta con darse una vueltecita por el Monumental, sin una credencial colgando en el pecho.




Me sentía como el protagonista del video de Lonely Boy, el single de mayores resonancias de The Black Keys, al menos en este país. Metido en un escenario nada de habitual y tratando de moverme a un ritmo poco natural.

La mañana, sin embargo, era una invitación, con bastante menos de 20 grados y mucha nube: caminar cuadras y cuadras, sin meterse en el móvil de prensa, era el ejercicio planteado para determinar qué tan distinto es sacarse la coraza del oficio, de dejar la credencial guardada en un cajón y enrielarse hacia un lugar que el estereotipo define como difícil, riesgoso.

El entorno del estadio Monumental, sin embargo, se alejaba de aquella imagen nefasta que, muchas veces, es exagerada en la anécdota por el interés de los rivales de turno.

Controlar a más de 30 mil personas no debe ser asunto sencillo, pensaba, mientras sacaba el carné para comprobar que yo era yo. Pero el asunto funcionó tan rápido como era necesario para evitar atochamientos.

Aunque faltaba algo menos de dos horas para el Superclásico, ya éramos 12 mil tipos mirando una cancha vacía, matando el tiempo con una cuartilla publicada por el club local, pero a cargo de la editora que hace el mismo trabajo para los rivales cuando los papeles se invierten.

Y, segundo desmentido del día: aparte de la calma, el público -que llegaría a 32 mil- es tan transversal como la popularidad de Colo Colo. Tantas formas de hablar, de vestirse, de reaccionar, como nuestra sociedad puede ofrecer.

A mi izquierda, el pasillo lo suficientemente limpio para una eventual evacuación. A la derecha, dos tipos jóvenes, con la obligatoria camiseta blanca, pero tan tranquilos como se puede ser en un estadio. Tanto, que sólo se suman a los habituales agravios corales -varias veces surgidos como respuesta al canto del adversario-  cuando el partido está por comenzar. Nada me resulta incómodo, la verdad. Sí... ellos son como estos, como aquellos, como todos nosotros. Iguales, pero diversos en la individualidad.

Después, con el partido avanzado, el "vecino" más locuaz acierta con más de un vaticinio, incluyendo un desesperado "Villar, no seas huevón... le estás regalando el palo"... Premonición que terminaría en el 2-2 de la "U" con el tiro de Ramón Fernández. También, con su más feliz augurio: "Sólo falta que ganemos con gol de Flores". Y así nomás fue, pese a que el delantero era auténtico trending topic de los insultos desde las tribunas.

Al final, le pregunto su nombre y en qué se gana la vida: "Christian Abarca, 32 años, supervisor de servicios generales. Y el también es Christian, mi cuñado...". Le explico que soy periodista, y que no soy hincha albo. Me responde: "Mi mujer y mi hija, de 12 años, son de la 'U' y por eso no les gusta venir para acá. Están en la casa, viéndolo en el cable".

Luego, en las calles, suenan las bocinas y flamean los emblemas del "Cacique" por todos lados, incluyendo muchas wenufoye (banderas mapuches). Dos de ellas, asomándose de un SUV Mercedes, negro, del año. Adiós prototipos, bienvenida diversidad.

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