Muere Francisco Porrúa, el editor de Cien años de Soledad

Leyenda de la edición en Latinoamérica, murió a los 92 años en Barcelona. Publicó a Cortázar y tradujo a Tolkien y Bradbury.




La carta venía fechada el 30 de octubre de 1965, en México. Desde el DF, Gabriel García Márquez respondía al editor de Sudamericana en Buenos Aires, Francisco Porrúa, quien le había consultado por los derechos de sus primeros libros. El escritor colombiano le explicaba que aquellos aún estaban comprometidos en otras editoriales, pero le contaba de un nuevo proyecto. "Estoy trabajando en mi quinto libro: Cien años de soledad. Es una novela muy larga y muy compleja en la cual tengo fincadas mis mejores ilusiones", decía.

"A pesar de las dificultades con que trabajo en este libro que he planeado durante unos 15 años, estoy haciendo esfuerzos para terminarlo a más tardar en marzo", proseguía García Márquez.

Cuando Francisco Porrúa recibió las primeras páginas, no tuvo dudas. "La publicación ya estaba decidida con la primera línea, con el primer párrafo. Simplemente, comprendí lo que cualquier editor sensato hubiera comprendido en mi lugar: que se trataba de una obra excepcional", contaría el editor. La novela salió a la calle en junio de 1967 y cambió el paisaje de la narrativa latinoamericana.

Porrúa murió la noche del jueves en el Hospital de la Esperanza de Barcelona. Tenía 92 años y una leyenda que seguramente lo sobrevivirá.

Nacido en La Coruña en 1922, Paco Porrúa -como sería conocido en el medio editorial- era hijo de un marino mercante. A los dos años llegó con su familia a La Patagonia Argentina, donde vivió hasta los 18, cuando viajó a estudiar literatura en Buenos Aires. Lector voraz, traductor de inglés y francés, en 1955 fundó el sello independiente Minotauro. Su primer título fue Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, con prólogo de Jorge Luis Borges.

Minotauro fue el primer catálogo dedicado a la ciencia ficción en Latinoamérica. Publicó autores fundamentales como J.G. Ballard y Philip K. Dick, así como la primera edición en español de El señor de los anillos, de Tolkien.

Asesor y luego director literario de Editorial Sudamericana, publicó Las armas secretas de Julio Cortázar en 1959. Tres años después lanzó el libro más experimental del narrador argentino, Rayuela.

El hito que inscribió su nombre en la historia de la literatura llegó en 1967. "Creo que Cien años de soledad se ha convertido en mi segundo apellido, porque todo el mundo lo añade a mi nombre. Es parte de mi destino", decía en 2009 al diario Página 12.

Arturo Infante, ex editor de Sudamericana en Chile, recordó ayer su sencillez y su mordaz sentido del humor. "Toda mi admiración y afecto por él", escribió.

Instalado en 1977 en Barcelona, en 2001 vendió Minotauro al Grupo Planeta.

Hombre reservado y de bajo perfil, eludía la figuración. "El editor debe ser anónimo, el editor no es más que su catálogo, no cuenta más que con eso. Si el catálogo es bueno, tú eres un buen editor; si no, lo eres malo (...). El editor desaparece con su muerte y no deja más que unos libros editados", dijo en el libro Aquellos años del boom.

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