Muere Lemmy Kilmister, la voz legendaria y aguardentosa de Motörhead

El cantante falleció a los 70 años, víctima de un cáncer sólo detectado en los últimos días.




Durante años personificó la  figura del rockero cuya vida sucumbe en un constante epílogo, pero jamás en un final. Seres  como Keith Richards o Charly García, que parecen burlar una y otra vez los vicios, las caídas y los cara a cara con la muerte. Un olimpo de ilustres que parecen destinados a la inmortalidad, pero que ayer finalmente vio partir a uno de sus representantes más insignes: Ian Fraser "Lemmy" Kilmister, el cantante de los bigotes largos, de las verrugas asomadas como heridas de guerra en su rostro, del sonido troglodita y de la garganta aguardentosa, el hombre que mantuvo una fidelidad casi conservadora al viejo rock and roll, falleció a los 70 años, los que apenas había cumplido el pasado jueves 24.

Según reportaron las redes oficiales de Motörhead, el conjunto donde despachó su leyenda, su fallecimiento se debió a un cáncer extremadamente agresivo, del que sólo se habría enterado el sábado 26. "El estaba tranquilo en su casa, sentado frente a su video favorito", explica el documento, para luego borrar la tristeza e impulsar el tributo: "Hay que escuchar en alto su música.  Celebremos la vida de este hombre maravilloso".

Pero, en el último año, el propio vocalista había sentido que su vida venía cuesta arriba, sin mayores huellas de festejos. Mientras en 2013 y 2014 debió cancelar una serie de presentaciones ya agendadas, en agosto de este año, para la salida del último título de su banda, Bad magic, debieron suspender un show en Salt Lake City a sólo un par de minutos de su inicio, debido a los problemas respiratorios que Lemmy acusó en escena.

Ya en el mismo 2013 había tenido que batallar con un hematoma y se le había implantado un marcapasos, aunque su ritmo en la ruta jamás varió: siguió programando giras con la misma intensidad que sus días de juventud. Sin ir más lejos, el  5 de mayo llegó junto a Judas Priest para encabezar un espectáculo de alto voltaje en Movistar Arena, en  su última vez  por Santiago.

De alguna manera, Kilmister fue criado en el rock de vieja escuela, en aquellos principios donde sólo vale tocar y tocar sin entregar muestras de flaqueza y derrota. El ejemplo más cercano lo tuvo a los 16 años, a principios de los 60, cuando vio a los propios The Beatles realizar uno de sus últimos recitales en el club The Cavern. Siempre se enorgullecía de haber presenciado historia pura. Luego se contagió con otro caso cercano, cuando en 1967 se mudó a Londres y ofició como roadie de Jimi Hendrix, otro héroe que tenía al trabajo como único destino posible.

Quizás ese primer roce con entornos derivados de la psicodelia y los excesos alucinógenos lo llevó a formar su primera banda de renombre, Hawkwind, inclinada hacia la imaginería espacial y los bordes progresivos, casi en las antípodas del carácter cavernario perpetuado por Motörhead. De hecho, el propio Lemmy partió en 1975 para formar su conjunto definitivo, el que agregó un estilo rudimentario y de filosofía vividora al heavy metal que por esos años empezaba a dominar los gustos planetarios. Ace of Spades, en 1980, fue el mazazo más certero de una carrera que lo mantuvo vigente hasta los últimos años, cuando el documental Lemmy, su paso por festivales como Coachella y la reverencia de crías como Metallica o Foo Fighters lo reinventó para las nuevas generaciones. Fue el último suspiro artístico de un ilustre que ahora sí parece ser eterno.

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