Nadal Garros
El español arrolla sin piedad a Wawrinka, vuelve a conquistar París tres años después y confirma que es el mejor tenista de la historia sobre arcilla.
Épico. Histórico. Sobran adjetivos para catalogar lo hecho por Rafael Nadal (4°, aunque hoy aparecerá ya 2°) en París. El español consiguió su décima corona, las que nadie había sido capaz de lograr en un mismo Grand Slam, tras vencer cómodamente a Stanislas Wawrinka (3°) por 6-2, 6-3 y 6-1. La historia en la Philippe Chatrier la escribieron las cuerdas españolas. Rafa y Roland Garros, uno solo.
El español llegaba a una nueva final con la escalofriante marca de sólo haber cedido 29 games. "Medirte a Nadal en forma en la final de París es el mayor desafió del tenis", declaraba Wawrinka previo al duelo. No pudo con él. El español ganó desde la planificación: tirar hacia atrás al suizo y mandar dentro de la línea de base tanto de derecha como revés. Evitar que su rival golpeara plantado, fue la consigna. Todo le salió de ensueño, porque Wawrinka sólo conectó 19 tiros ganadores y 29 errores no forzados.
Nadal quebró el servicio en el quinto juego, 2-3. El rostro de Wawrinka todavía estaba compuesto y con la ilusión de conseguir su cuarto Grand Slam. Pero lentamente se fue desfigurando, no encontraba respuestas. Con un ritmo frenético, Rafa se llevaba el primer set en 42 minutos. Y su si esto ocurre en Roland Garros (71 victorias y 0 derrotas), no hay nada que hacer.
Con el ritmo avasallador que lo caracteriza, Nadal consiguió rápidamente el quiebre en el segundo juego del segundo set. No daba respiro. Con el revés se generó aperturas para meterse dentro y atacar a los espacios vacíos. Wawrinka no entendía nada, mordía la pelota. Ofuscado, el suizo nunca se sintió a gusto: tuvo que correr de lado a lado y cuando atacaba, se encontraba con una respuesta alta que lo hacía retroceder. En la búsqueda de golpes ganadores fue donde erró.
El público intentaba echarle una mano de ánimo, pero cada vez que alguna luz aparecía, Nadal las apagaba con tiros increíbles. Su revés, derecha y servicio conjugaron de tal manera que Wawrinka parecía de categoría inferior, un cualquiera.
Tras 1 hora y 22 minutos, Nadal se llevaba el segundo parcial por 6-3 y su rival ya mostraba impotencia. Su raqueta lo pagó. Fue con 5-2 y 30-15 cuando la lanzó al piso. Se quebró y con sus rodillas la terminó de destrozar. Buscando aires nuevos y encontrarse a sí mismo, Wawrinka fue al baño para regresar con energías recargadas a la tercera manga.
Pero los buenos deseos se esfumaron rápidamente. Rafa se puso 1-0 con quiebre. Siguió firme y sin fisuras. En el quinto juego la bandera de batalla de Wawrinka cayó. Fue tras ceder su saque por segunda vez, 4-1. Al final, el español quiso cerrar el partido con un tiro ganador paralelo, pero falló. A continuación, el suizo dejó la volea en la red y Nadal se desplomó de felicidad. Puso sus manos en su rostro y miró al cielo. El décimo Roland Garros ya ocupaba espacio en su exitoso palmarés. La leyenda año a año crece en París. La del mejor tenista sobre la tierra.
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