"No pudimos huir del huracán porque aquí todos somos pobres, y ahora no nos queda nada"

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Entre los escombros dejados por el huracán Harvey, el más potente en impactar a Estados Unidos en más de una década, en Rockport, una ciudad costera de Texas, llama la atención una pincelada de rojo, blanco y azul.




Se trata de una bandera estadounidense empapada, medio enterrada por el verde de las hojas de los árboles arrancados de raíz.

A pocos pasos de distancia Judie McRae, de 44 años, inspecciona el daño provocado por el fenómeno, ya degradado a tormenta tropical, a su casa remolque.

Ha pasado en ella más de media vida, pero es la primera vez que ha tenido que hacer frente a un huracán desde su interior.

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Lo hizo acurrucada en la cama, incapaz de dormir. Y dice que no quiere volver a pasar por ello.

"Sentía que el techo iba a salir volando en cualquier momento", cuenta y describe el "terrible crujir" que no dejó de oírse mientras la tormenta pasaba literalmente sobre su cabeza.

"Tuve mucha suerte de que sólo se me rompieran un par ventanas".

En efecto, una mirada a su alrededor evidencia lo afortunada que es.

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El destrozo en Rockport, una de las localidades más afectadas por el paso del huracán Harvey, salta a la vista.

Las casas remolque de tres de sus vecinos quedaron en ruinas.

La lámina de metal que las recubre se dobló y la espuma aislante del interior de las paredes cuelga ahora de los árboles.

De una de las caravanas, la de color azul empolvado, sólo queda el esqueleto, roto y expuesto.

Mientras examinamos el desastre, se nos acerca un hombre joven, visiblemente agitado.

Nos pregunta si hemos mirado en el interior del remolque, si está allí su dueño. Pero no lo hemos hecho.

"Dan, ¿estás ahí?", grita.

Trepamos a los escombros para ayudar a buscar a Dan y revisamos con cuidado lo que queda de sus posesiones. Pero no hay nadie allí.

"Fue feroz"

McRae, mientras, está preocupada por otros dos vecinos.

Ambos salieron de la comunidad antes del huracán y aún no regresaron a ver cuán destrozados quedaron sus hogares.

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Pero está especialmente inquieta por la anciana que vive dos caravanas más allá.

"No tiene dinero y esa era su casa. Ya era un desastre (antes del huracán), así que…", dice Judie, alejándose y dejando la frase a medio terminar, como si no encontrara la forma, como si no tuviera esperanza que ofrecer.

Mientras tanto, en la costa de Rockport, Robert Zbranek, de 56 años, está tratando de amarrar su bote al muelle, después de que se soltara durante la tormenta.

Frente a él, un pequeño yate permanece sumergido.

Esa embarcación, explica Zbranek, era su hogar.

Estaba dentro cuando el temporal lo arrancó del embarcadero, rompiéndole el casco.

Ante eso, y en medio de la tormenta más poderosa que ha golpeado Texas desde 1961, con vientos de hasta 215 kilómetros por hora, tuvo que salir del yate y correr a su coche.

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Pero tampoco se sintió seguro en el interior del vehículo, ya que el fuerte vendaval lo levantaba del suelo.

¿Cómo fue?

"Muy duro", dice riéndose.

Ante su reacción, le digo que habrá quien cuestione su cordura.

"Lo sé, estoy loco", me responde.

"Pero se suponía que iba a ser de categoría dos, tal vez tres", se justifica.

"Aunque no fue así. Fue feroz", reconoce.

"Pero aún tengo casa, aunque algo rota", añade.

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Mientras conversamos, aparece su amigo Craig Hack, de 56 años.

Él también tuvo que hacer frente a la tormenta a bordo de un yate.

"Estuve a punto de perder el mástil", recuerda. "Y el cerebro".

Ambos explican que decidieron no ser evacuados porque querían quedarse con sus barcos, que son sus casas, y con sus vehículos.

Y concuerdan que muchos como ellos perdieron todo lo que tenían por no poseer un seguro.

"La vida es dura aquí"

En este pueblo costero la historia de los que luchan por salir adelante y terminan siendo abandonados a su suerte suena familiar.

Rockport fue fundado como matadero de ganado y puerto en el que se empacaba carne tras la Guerra de Secesión (1861-1865).

Debe su nombre a la geología local, ya que se asienta sobre un lecho de roca sólida.

Durante años fue una localidad próspera, como también la vecina Fulton, gracias al comercio de carne primero y a la pesca, especialmente de camarón, después.

El siglo XX trajo también otra actividad: la del turismo.

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Los visitantes siguen llegando, y gastan tiempo y dinero navegando y observando aves, desde grullas a colibríes.

Pero esos dólares no parecen haber hecho mucho por los residentes del puerto y de los boscosos suburbios.

Rockport es una localidad eminentemente blanca. Así lo son el 88,7% de los que viven aquí, según el último censo, de 2010.

Y la mayoría votó por el candidato republicano, ahora presidente, Donald Trump, en las elecciones de 2016.

"La vida es dura aquí", dice Judie McRae. "Y nunca lo ha sido tanto como ahora".

Mientras lo dice, nos llega una buena noticia. Al parecer, Dan, el hombre desaparecido, se fue con sus familiares o amigos antes de que el huracán tocara tierra.

"Dios estuvo con nosotros", exclama la mujer, agradecida de haber sobrevivido, a la vez que observa la destrucción del entorno.

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A pesar de las alertas del gobierno y los llamados a evacuar la zona, ella se quedó.

Y lo hizo porque no tenía medios para huir ni ningún lugar al que ir, asegura.

"Tuve problemas para salir de la ciudad. Algo se me estropeó y tuve que regresar a casa… Ya sabes, es difícil", relata.

"No pudimos huir de aquí porque aquí todos somos clase obrera, todos somos pobres, y ahora no nos queda nada", prosigue.

"Somos esos que acuden a los restaurantes, te esperamos y recogemos tu basura. Hacemos todos esos trabajos y no tenemos mucho dinero", explica.

"Luchamos por el sueño americano".

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