Paul Thomas Anderson: nostalgia de California
El jueves se estrena Vicio propio, capítulo paranoico de la serie de filmes sobre Los Angeles del autor de Magnolia y Boogie nights.
Sentado en su oficina disfrazada de consultorio médico, fumando hierba en su pequeña casa frente a las playas de Venice Beach o buscando la pista de un magnate en un asilo para lunáticos, el detective Doc Sportello nunca termina de resolver nada. Obstáculos imposibles, mujeres fatales, policías fascistoides y mucha, mucha droga corre bajo el puente en una historia donde cualquier dato es el equivocado y un error puede no serlo. Todo es un caos en Vicio propio, película que en su caleidoscópica estructura es bastante fiel a la novela original de Thomas Pynchon.
Cada vez menos limitado por las historias clásicas e interesado en abrir otras rutas narrativas, Paul Thomas Anderson parece haber encontrado un alma gemela en la polisémica prosa de Thomas Pynchon. Su nueva película es un retorno a los elencos corales que tanto brillaron en Boogie nights y Magnolia, aunque un paso en otra dirección en su intento de narrar a través de sensaciones y atmósferas, tirando a un lado la acción tradicional que Hollywood crea y digiere día a día. En esta gran galería de personajes, destaca Doc (Joaquin Phoenix), un investigador privado mezcla de Bugs Bunny, Philip Marlowe y Neil Young.
A su alrededor orbitan personajes y mundos paralelos de múltiples calañas: una clásica femme fatale (Katherine Waterston), un policía rígido y conservador (Josh Brolin), un potentado de los bienes raíces (Eric Roberts), un saxofonista transformado en soplón del FBI (Owen Wilson), una fiscal que también le sirve de amante (Reese Witherspoon), un sindicato de dentistas traficantes manejado por el doctor Rudy Blatnoyd (Martin Short), un abogado que viene de vuelta de todo (Benicio del Toro). En principio, Sportello es contactado por su ex novia Shasta para dar con el paradero de su nuevo amante Mickey Wolfmann, el millonario del que nadie sabe nada. Al poco rato Doc se pierde en la maraña.
La película, que se estrena en Chile el próximo jueves, es hasta ahora el más desorbitado de los puzles de Paul Thomas Anderson, quien ya se echó al bolsillo las historias lineales en The master. Quien busque seguir el hilo de la trama sólo terminará enredado en una trampa. Como Mulholland Drive de David Lynch, Vicio propio es más bien un filme sensorial, con escenas vigorosas e historias nebulosas. Es, además, la confirmación de que Anderson ha entrado en una nueva fase: la del cineasta sordo a los requerimientos comerciales. Que una película así se estrene en Chile es un evento en una cartelera que en general sólo admite productos de comprensión básica.
LA CONEXIÓN LITERARIA
Con la excepción de su primera película Sydney, todas las obras de Anderson se ambientan en California, explotando el paisaje cultural, humano y físico de una manera incomparable. Ha logrado darle a las calles del valle de San Fernando (Los Angeles) una personalidad propia: las piscinas y las casas soleadas donde transcurre su retrato de la industria del porno en Boogie Nights; las avenidas (una de ellas llamada justamente Magnolia Boulevard) y los bares de Magnolia; las oficinas de Canoga Avenue en Embriagado de amor. En este contexto, Vicio propio es un animal diferente, mirando los mismos años 70 californianos de Boogie nights, pero a través del lente de la decepción y el fracaso. Si en su fábula del mundo porno había bastante de cariño, en su digresión sobre los detectives privados hay más que nada fatalidad y humor negro.
Aunque Doc Sportello sea capaz de tomarse sus experiencias con ligereza, los personajes que lo rodean no: el duro policía "Bigfoot" Bjornsen carga con un extraño complejo de inferioridad, la ex novia de Doc es pura inestabilidad emocional, el saxofonista que interpreta Owen Wilson sólo respira inseguridad. En contraste con Boogie Nights, Vicio propio es un fresco poco optimista sobre los 70, vistos acá como una resaca de los gloriosos 60. El fantasma del gobierno de Nixon y del psicópata Charles Manson se asoma por todos lados.
Lector compulsivo desde su infancia y consumidor ávido de cine y televisión, Anderson nunca ha escondido sus filiaciones. Públicamente ha proclamado su deuda con el cine de Martin Scorsese, Orson Welles, Stanley Kubrick y, sobre todo, Robert Altman, a quien ayudó a terminar su última cinta antes de morir. Aquel interés en los elencos gigantes ("me gusta trabajar en grupos grandes"), es el más evidente de sus lazos con el director de MASH.
En literatura, ya demostró ser un hábil adaptador al recrear en imágenes la prosa de Upton Sinclair para Petróleo sangriento. Pynchon, sin embargo, es otra cosa: al escritor de Nueva York lo viene leyendo desde hace años. "Soy un fanático gigante de Pynchon y estuve bastante tiempo dándole vueltas a la idea de adaptar Vineland o Mason y Dixon. Finalmente me di cuenta de que era imposible y opté por Vicio propio: encapsula perfectamente todo lo que Pynchon ha dicho en sus libros. Es la tercera de sus novelas sobre California y, por supuesto tiene la paranoia necesaria de las obras de Pynchon", afirmó al periódico The Guardian.
Es probable que la paranoia clásica del autor de El arcoiris de gravedad sea lo que más aleje a Vicio propio del resto de las cintas de Anderson. Muertas y enterradas las epifanías de Magnolia, el romanticismo de Embriagado de amor y los aires mesiánicos de Petróleo sangriento y The master, Vicio propio es más bien el territorio de una triste resaca ambientada en 1970.
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