Premios Nacionales: divorciados de su tiempo
Las recientes críticas a los galardones en Literatura, Música e Historia van más allá de un simple berrinche contra los ganadores. Para muchos, el premio no está en sintonía con el país y se debieran revisar, al menos, sus criterios y su jurado.
Tormenta perfecta en los Premios Nacionales: tres de los galardones han tenido cuestionamientos de todo tipo y las fallas parecen ser de fábrica. Es decir, en la legislación. En Artes Musicales, el chileno-israelí León Schidlowsky ha vivido más de la mitad de sus 83 años en Tel Aviv, y si en la década de los 60 su labor en el Instituto de Extensión de la Universidad de Chile fue de primer nivel, hoy es un famoso desconocido en Chile. Aun concediendo que es un compositor local de trascendencia internacional, el continuo rechazo de este premio hacia los músicos del área no clásica es para muchos un acto de porfiada soberbia de la academia.
En Literatura, el galardonado Antonio Skármeta es para muchos un autor lo suficientemente popular por las razones equivocadas. Con una brillante y vital carrera narrativa hasta los años 70, la calidad de su obra comenzó a decaer a medida que aumentaban los años, los galardones y su figuración pública. Hoy, para algunos, su premio es, al menos, un anacronismo.
En Historia, galardón que en esta versión podría haber recaído en la investigadora Sol Serrano, se alzaron voces que reclaman la continua presencia de hombres en esta categoría. También, las que hablan de la ausencia de especialistas de la materia en el jurado y, claro, la presencia del rector de la Universidad de Chile, que siempre jugaría a favor de los egresados de tal institución.
Esta última es una de las críticas transversales: la participación del rector de la Casa de Bello como jurado de todas las disciplinas.
Los Premios Nacionales más antiguos son los de Literatura, creado en 1942; Arte, 1944, y Periodismo, 1954. Tras varias modificaciones, en 1992 se estableció un jurado de cinco miembros, integrado por el ministro de Educación, el rector de la Universidad de Chile, un representante del Consejo de Rectores y el último premiado. A ellos se agrega un delegado de la Academia de la Lengua (Literatura), Bellas Artes (Artes, Música) e Historia. Un jurado, dicen los críticos, dominado por funcionarios.
En este escenario, los candidatos de la Universidad de Chile partirían con un voto a favor, dicen algunos. También, la inclusión de miembros del Consejo de Rectores es vista como un obstáculo: un rector no está obligatoriamente enterado del campo de acción y los méritos de cada uno de los postulantes. Tampoco, en ese caso, el ministro de Educación. "El ministro debería tener voz, pero no voto, excepto cuando sea para determinar una elección empatada", dice el escritor Rafael Gumucio. El autor de Platos rotos se pregunta: "¿Por qué siempre la U. de Chile? Hay universidades que tienen igual o más prestigio. Aunque podría también dejar de participar una universidad en la votación".
Una voz diferente respecto del rol de la Universidad de Chile entrega el historiador Gabriel Salazar, premio nacional en su especialidad en el año 2006. "No me consta que los rectores hayan votado sólo por candidatos de la universidad. En mi caso, antes de que me lo dieran en 2006, me postularon dos veces. La primera, y trabajando en la universidad, el jurado se lo dio a Lautaro Núñez, de la Universidad del Norte, y luego a Mateo Martinic, de Punta Arenas. Entonces, quizá sí había una visión más amplia", dice el autor de Ser niño "huacho" en la historia de Chile.
Lejos del público
Más allá de la presencia de los rectores, las críticas apuntan a la falta de especialistas o de pares de la disciplina en el jurado. El caso de Pedro Lemebel lo ejemplifica, dice Gabriel Salazar. El autor de Loco afán era el favorito de los escritores, según una consulta realizada por La Tercera. "Lo de Lemebel es señal de que falta integrar y escuchar a otras voces. Si bien siempre hay conflictos internos entre los mismos -sobre todo en los humanistas, literatos e intelectuales-, resulta necesario introducir alguna variable de votación abierta, en donde puedan expresarse lectores, escuchas de música, consumidores de arte".
La misma inquietud plantea la escritora y periodista Elizabeth Subercaseaux acerca del Premio de Literatura: "El jurado debería estar conformado por personas que saben de literatura. Debería haber críticos y escritores". También apunta al sistema de postulación, que gatillaría un nocivo lobby: "Es indigno y absurdo que los escritores deban autopostularse, conseguir firmas, contactos políticos y hacer campaña, como si se tratase de una elección de diputados".
Inexistente en sus inicios, la postulación al premio es un resabio de las prácticas ejercidas desde 1974. Si bien la ley ya no lo exige, una circular del Ministerio de Educación de este año explica que para presentarse a los premios hay que enviar una carpeta con cinco copias con estos antecedentes: carta de presentación, fundamentando la postulación; currículum vitae; cartas de apoyo, y el formulario.
Sobre este tópico, el escultor Gaspar Galaz tiene una opinión clara: "Defiendo el derecho que tiene el jurado para poner sobre la mesa el nombre de cualquiera que merezca el galardón, sin importar candidaturas". El artista, miembro del jurado del Premio de Artes en las seis últimas oportunidades, cree que la popularidad de un artista siempre será un criterio menor. Para él, lo que vale es la creatividad y el genio. "Es cierto que en el caso de Schidlowsky o en el de Alfredo Jaar, último premio nacional de Arte, el público general los conoce poco. Pero el día en que caigamos en querer premiar sólo a las figuras populares, o peor, premiar sólo a los más viejos, estaremos perdidos".
El carácter bianual del premio genera otro problema: listas de espera que pueden llegar a la tumba. "Este galardón no solamente se ha olvidado de Violeta Parra, sino que de otros ilustres, como la recién fallecida folclorista Raquel Barros, de Francisco Flores del Campo o de Clara Solovera. Y para qué hablar de don Vicente Bianchi", dice el músico Valentín Trujillo.
Consciente de que el cambio de dirección amerita una vía legal, el pianista acaba de elaborar junto al ex ministro del Interior Enrique Krauss un proyecto de modificación. "La idea es alternar: un año clásico y otro año popular", dice Trujillo, que en esta tarea es también apoyado por la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD).
Leyes creadas cuando la Universidad de Chile jugaba otro rol en el país, insuficiente presencia de especialistas en el jurado, desconocimiento de la realidad musical paralela a la académica, un levantamiento de candidaturas que propicia el lobby. Las fallas de origen del Premio Nacional están a la espera de reparación técnica.
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