Rafael Gumucio revive a su abuela en el teatro y en novela

Aristócrata, izquierdista y lectora de Proust, Marta Rivas inspira La grabación, obra con Delfina Guzmán y Elisa Zulueta.




"Empecé a escribir por mi abuela. Fue mi gran defensora, pero cuando me empezó a ir bien me quitó su bendición. Siempre me dijo que si uno no era Proust, no era nadie". Rafael Gumucio, escritor, 43 años, director del Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales, se enfrenta al recuerdo de Marta Rivas (1914-2009), su abuela paterna, una mujer adelantada a su época, de alcurnia y de izquierda al mismo tiempo (exiliada durante los regímenes de Ibáñez del Campo y Pinochet), amante de Montaigne, Tolstoi, Chéjov, estudiante de teatro, partidaria del aborto, del divorcio y la eutanasia, pero quien jamás se separó más de una semana de su esposo. "Mi mejor amiga de la adolescencia, mi única profesora", dice sobre la protagonista de su próximo libro, Mi abuela, Marta Rivas González.

Ese libro, un texto de 400 páginas que se lanzará en diciembre por Ediciones UDP, da pie también al debut del autor de Memorias prematuras (1999) y La deuda (2009) en la dramaturgia. Un debut de la mano del director Alvaro Viguera, las actrices Elisa Zulueta y Delfina Guzmán, los dos primeros parte de un grupo que ha destacado en los últimos años por las obras Pérez y Gladys, y un teatro que instala las contradicciones al interior de las familias.

De hecho, la inquietud por hacer una obra de teatro con la historia de Marta Rivas nació de Elisa. La dramaturga leyó Los platos rotos (2003) y quedó fascinada con las páginas que Gumucio le dedicó a su abuela. "Le dije que hiciera una obra de teatro con la vida de ella, y como es trabajador, la escribió muy rápido. Luego, con Alvaro, le fuimos dando una forma más dramatúrgica. Me interesó, porque era una mujer contradictoria, de familia aristócrata, pero de izquierda y a veces no tanto".

La obra pone en escena la relación de una joven y su abuela en torno a la memoria, con una grabadora encendida y el fantasma de la muerte rondando. Propone un choque generacional, con una mirada desde lo vivido y otra desde lo estudiado, que se extiende a las decisiones que conformaron el destino de la familia. No es propiamente una obra testimonial sobre Marta Rivas, sino una ficción que aborda una realidad que se extingue con el paso de los años, de la que también es parte Delfina Guzmán, una de sus buenas amigas, de origen social privilegiado y ex militante del Partido Comunista.

"Son súper parecidas, personas muy cultas. Por eso en la puesta en escena hay cosas que le ocurrieron a Delfina, quien tiene una relación más aclanada con su familia y es más femenina que mi abuela, quien era más distante. Detestaba a las personas que defendían la propiedad privada, pero también roteaba a la clase media y baja, odiaba a los niños y a los pobres, decía: 'Siempre están pidiendo'", cuenta Gumucio.

Aunque en La grabación hay varios pasajes cómicos, el autor no la define como una comedia. "Prevalece la intensidad emocional al humor", explica. Porque el tema de fondo es la herencia de esa aristocracia de izquierda. Una generación que resultó clave en el devenir de Chile en las décadas previas a 1973.

Lo concluye el autor: "Estas mujeres son parte de esa arista que logró que Allende llegara al poder. No es baladí que Carlos Altamirano Orrego sea el enemigo más grande de la derecha en esos años: el aristócrata que ayuda al éxito y al fracaso de la Unidad Popular, y que junta dos cosas que todo el mundo desprecia, la izquierda y el clasismo. Sin embargo, la historia de Chile no se puede explicar sin este núcleo que se pasó desde el grupo privilegiado al otro bando. Allende también lo era: un marxista, pero también un caballero, y su suicidio no es otra cosa que un acto decimonónico de gran señor".

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