Tren lleva a época de reyes, zares y princesas en Holanda
Hasta el 5 de septiembre, todos aquellos pasajeros que quieran ''tomar'' estos trenes tienen la oportunidad de comprar un billete "en clase real" para emprender este viaje en el tiempo.
Por primera vez en la historia, los trenes en los que reyes, zares y princesas cruzaban Europa en el último siglo y medio se han detenido en una misma estación, el Museo del Ferrocarril de Utrecht (Holanda), donde los visitantes pueden revivir el lujo que supone viajar en "clase real".
Una alfombra roja adornada con pétalos de rosa cubre el anden donde una comitiva espera la llegada de la reina Beatriz de Holanda, invitada de honor a la inauguración de esta muestra.
Este tren -perteneciente a la casa de Orange desde 1993- es el último en incorporarse al museo del Ferrocarril (Railroad Museum), que celebra el quinto aniversario de su reapertura con la exposición "Clase real, viajes majestuosos", que reúne once trenes usados por monarcas desde 1848 hasta hoy.
MUSEO
Dentro del museo -una antigua estación que ahora incorpora una montaña rusa que hace las delicias de los más pequeños- los viejos andenes se vuelven llenar por un día por nobles, cortesanos y lacayos cargados con añejas maletas de cuero, interpretados por cerca de trescientos actores.
En un lado descansa el tren azul eléctrico que perteneció al archiduque Francisco Fernando, el heredero al trono austrohúngaro (cuyo asesinato en 1914 en Sarajevo fue el detonante de la Primera Guerra Mundial), un decorado privilegiado para la pequeña obra de teatro que explica a los invitados la historia de tan distinguidos ferrocarriles.
Como en cualquier fiesta de la alta sociedad, no puede faltar la música. Varias parejas giran al compás de un vals en un onírico salón de baile, recreado a partir de la original puesta en escena en la que un juego de luces proyecta majestuosas lámparas de cristal sobre una pantalla diáfana que cubre el escenario.
El broche de oro corre a cargo de la actriz Pia Douwes, protagonista del musical "Sissi Emperatriz" en Holanda, que emociona al público al entonar un canto en el que confiesa sus deseo de viajar y escapar de los grilletes que conllevaba su estatus de emperatriz, para lo que usaba a menudo el tren.
Una vez finalizado el espectáculo, la monarca holandesa, acompañada por una auténtica comitiva real, visita diferentes vagones y se detiene para subir, tras la gentil reverencia de unas cortesanas, a la réplica del tren de la reina de Holanda Anna Paulowna, de 1864.
Esta delicada obra de ingeniería es uno de los mayores orgullos del museo, tal como explica Yolanda García, una de las encargadas del centro, que señala que esta majestuosa recreación ha costado cerca de 300.000 euros (cerca de 210.740 pesos).
CARROZAS REALES
Es difícil imaginar que todas estas bellas criaturas, que ahora descansan en el hangar del museo, traqueteaban hace años sobre los raíles que cruzaban Europa, envueltas en una nube de humo y a una velocidad de vértigo para la época.
"Hay que tener mucho cuidado con ellos" señala García, tanto que estos centenarios llegaron a Utrecht en su mayoría en camiones porque ya no pueden rodar por las vías, "pero porque tienen otro ancho", ya que en el museo han restaurado algunas locomotoras que sí podrían andar.
La luz arranca destellos de los trenes al posarse sobre sus maderas policromadas de verdes brillantes, azules, rojos y dorado, que esconden unos interiores recubiertos con telas finas, muebles robustos y una decoración exquisita.
Todo lo necesario para satisfacer los caprichos de un rey, incluso los de un sibarita como rey Luis II de Baviera, apodado "el emperador de los viajes", quien hizo decorar con oro puro las paredes y el mobiliario de su tren personal, al que se conocía como el "Versalles sobre ruedas".
De éste se exponen varios muebles y objetos, como unas tazas de café especiales para evitar que se derramara su contenido debido a los vaivenes del tren; una cuestión que también molestaba mucho al archiduque Francisco Fernando, que hacía parar su tren todas las mañanas de 6.30 a 7.00 para afeitarse convenientemente.
Otra "joya" es el tren real que perteneció a la reina portuguesa María Pía, un regalo que recibió de su padre, el rey italiano Víctor Manuel II, cuando se desposó con apenas quince años con el monarca portugués, Luis I.
"Es muy bonito por dentro, para una niña (...) todo rosita y con azul, muy clarito", explica García.
Pero la pieza más delicada de la muestra -y una de las más antiguas del mundo, de 1848- es el vagón que perteneció a la reina Adelaida de Inglaterra (1792-1849), un "juguete" de pequeñas dimensiones que parece antes una carroza que un tren, al estilo de los primeros diseños ferroviarios que se hacían en la época.
CUESTIONES DE ESTADO Y DE ALCOBA
El célebre zar Alejandro II, conocido por su carácter reformista y su impulso modernizador a Rusia, adquirió toda una flota de trenes sólo para sus viajes oficiales a Finlandia (entonces parte del imperio zarista), uno de los cuales forma parte de la exposición.
Por motivos semejantes se construyó otro de los trenes de la muestra, el que recibió al rey Eduardo VII de Inglaterra en una visita oficial a Irlanda en 1902 -entonces provincia bajo su mandato- con la reina Alejandra.
El monarca inglés volvería a utilizar con frecuencia estos vagones cada vez que visitaba estas tierras, con la diferencia de que en muchas de estas ocasiones no viajaba por cuestiones de protocolo, sino "a la aventura" y de la mano de sus queridas.
Entre tanto boato, Yolanda García confiesa que lamenta especialmente -por sus orígenes gallegos- una ausencia: la de la Casa Real Española. Afirma que intentó traer alguna de estas piezas a Utrecht, para lo que visitó las instalaciones del museo ferroviario de Vilanova i la Geltrú (Barcelona), el único que guarda vagones usados por monarcas españoles.
Sin embargo, el grave deterioro de los coches, que pertenecieron a Alfonso XIII, la disuadieron de esta idea; mal estado que han confirmado a Efe fuentes del mismo museo, que explican que carecen de medios para restaurarlos y que, mientras esperan a esta intervención sin fecha, los vagones se encuentran al aire libre.
EL FIN DEL BAILE
De vuelta en el museo, la Reina se despide de los invitados y cede a los figurantes todo el protagonismo. Varios jóvenes, ellas vestidas de blanco perla y ellos con frac, ejecutan un bonito baile de parejas, girando a lo largo de la alfombra roja.
Como si hubieran sonado las doce campanadas de la Cenicienta, la banda pasa de interpretar clásicos de época a clásicos de los setenta y ochenta como Abba, mientras los personajes ficticios y la alta sociedad holandesa comparten mesas y brindan con champán.
En el museo, los modelos de Dior, Armani y Prada no pueden competir con los majestuosos trajes repletos de encajes y bordados con hilos de plata y oro que lucen los actores, confeccionados cada uno de ellos a mano por estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de Utrecht.
Los más jóvenes, aún caracterizados con pelucas y maquillajes del siglo XVIII, degustan unas merecidas cervezas tras una "dura jornada de trabajo" que, tal como explica uno de ellos, comenzó a las cinco de la mañana para tener todo listo a tiempo.
Hasta el 5 de septiembre, todos aquellos pasajeros que quieran "tomar" estos trenes tienen la oportunidad de comprar un billete "en clase real" para emprender este viaje en el tiempo, rodeados de oro, sedas y lujos, pero sobre todo, de historia.
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