Viaje a la cuna de Johnny Herrera y Humberto Suazo

La Tercera visita Angol y San Antonio para conocer el legado de dos de sus más ilustres vecinos. Familiares y vecinos de los referentes del Superclásico profundizan en sus realidades opuestas.




A uno no le queda otro remedio que asentir con la cabeza cuando, tras el saludo de rigor y las pertinentes indicaciones, se produce la esperada pregunta: "¿Vienes a visitar la casa del Johnny, verdad?". A las ocho de la mañana hay poco movimiento en las calles de Angol. En uno de los extremos de la localidad, en la confluencia de las calles Bunster y Rancagua, se erige orgullosa la vivienda que vio crecer al arquero de Universidad de Chile; una edificación de dos pisos con un restaurant sin letrero en su parte baja y un cerro amarillento como telón de fondo. Es temporada de incendios en el área de la Araucanía y el viento sopla con fuerza. "No creo que esté abierto aún. Cuando hay partido de la U, sí que se llena de azules como yo. Pero cada vez hay más colocolinos por aquí", explica José, el taxista. "Él viene poco. Todos alguna vez nos hemos mandado alguna cagada, pero él era un buen cabro cuando yo lo conocí, y no tuvo por qué cambiar eso", sentencia, esbozando una sonrisa y deteniendo el auto junto a la vereda.  En la calle contigua, un grupo de trabajadores conversa mientras una mujer riega sus cactus. El local no ha abierto aún sus puertas.

En la ciudad de San Antonio, en pleno litoral central, ha amanecido con niebla. Una tupida capa gris cubre el cielo del sector de Barrancas. Las calles están más transitadas, y también el cielo, colonizado completamente por bandadas de gaviotas que remontan el vuelo entre quejidos. La diligente camarera del café La Islita, nos da la primera pista. Es preciso tomar un colectivo y apearse al llegar a San Juan. Y es que es en esta población en donde el sanantonino más ilustre, Humberto Suazo, está construyendo una casa. Acceder a ella no es, sin embargo, una tarea sencilla. Es necesario ingresar a pie en una retirada zona forestal y caminar más de dos kilómetros por una pista de tierra.

El lugar se encuentra vacío, por lo que toca regresar a la carretera. En el sector de Llolleo nos aguarda Luis Hernández, presidente del modesto CD Torino, equipo en el que el Chupete dio sus primeros pasos como futbolista.

Raíces y huellas

El dirigente nos recibe frente a una tienda de repuestos.  Lleva 25 años al frente del club y proviene de un estrato humilde, concretamente de la antigua población Juan Aspeé, situada en un precario reducto portuario de la ciudad. De allí procede también el ariete de Colo Colo. "Todos venimos de la población, del mismo sitio, pero él no sigue siendo el mismo, se agrandó demasiado. Aquí ya nadie lo pesca, porque él nunca se preocupó por nadie". Así de contundente se muestra el presidente a la hora de evaluar la relación que existe actualmente entre el ex Monterrey y los vecinos de la localidad.

El club de fútbol amateur que Hernández dirige, recibió 20 millones de pesos chilenos por los derechos de formación del talentoso jugador. Una suma de dinero que permitió a la entidad reformar una de las galerías del estadio, pero que poco significan, en términos de afecto, para el directivo: "Nosotros recibimos un dinero por su formación, pero le habíamos dado todo cuando la familia no tenía nada. Él no nos regaló ni una pelota en todo este tiempo. Esa es la verdad, que nunca hizo nada por el club. Llegó a negar que se había formado aquí y a ir incluso con pasamontañas para que la gente no lo reconociera".

El restaurante que regenta la familia de Herrera abre a las 11. Cincuenta años lleva funcionando este negocio itinerante. Veinticuatro en su actual asentamiento. El Deportista, nombre con el que se bautizó al local por su antigua ubicación frente a una cancha de fútbol, es, a su manera, una auténtica institución en Angol. En su interior, que tiene el aspecto, al mismo tiempo, de moderno templo deportivo y boliche de siempre, todo gira en torno a la figura del guardameta. Portadas de diario, trofeos, posters,  fotos y hasta una réplica de la Copa Sudamericana, tienen cabida en el local.

"La U tuvo que pagar 220 mil pesos al CD Guacolda por el pase de Johnny (Herrera), que se formó en la Escuela de Fútbol de Angol y que salió de aquí por intermediación de Óscar Zambrano, entrenador en aquel momento", comienza a relatar el investigador e historiador deportivo, Luis "DonOso" Venegas, antes de destacar la enorme labor realizada en el anonimato por el arquero en su localidad natal. "Él siempre está ayudando, pero no le gusta hablar de eso, que eso se sepa. Todo lo que él es se lo debe exclusivamente a sí mismo y al esfuerzo de su mamá", completa. Una visión que comparte Germán Pereda, ex compañero del seleccionado chileno en dicha escuela: "De Johnny siempre se habla de lo malo, porque nadie se preocupa por buscar lo positivo, por hablar de la gente a la que ha ayudado aquí en Angol, que es mucha".

El Superclásico de todos

Paseando por las empinadas calles de San Antonio, resulta fácil encontrarse a chicos portando la camiseta de Suazo. Después de todo, el Chupete es el vecino mas ilustre de la ciudad. Sin embargo, no es tan sencillo encontrar a sus defensores en los sectores más populares de la localidad. "La gente se cansó del Chupete por fome, porque desde que se fue no volvió por aquí ni para ver jugar a los cabros chicos, y porque parece que se le olvidó de dónde viene él", confiesa uno de los empleados del minimarket Don Lalo, situado en Llolleo Alto, lugar en donde pasó buena parte de su infancia el artillero.

La familia del ariete del Cacique tampoco ayuda a la hora de tratar de lavar la imagen pública proyectada por el atacante, declinando la oferta de atender a La Tercera desde sus respectivas viviendas del modesto Cerro Placilla o del exclusivo sector Las Rocas, acentuando el hermetismo en torno a su figura.

La que no duda a la hora de invitarnos a su mesa es la madre del portero de la U, Gladys Muñoz. Con voz firme, mirada serena y absoluta franqueza, la mujer de 74 años, quien se autoproclama responsable de "la tremenda personalidad" heredada por su hijo, no duda en afirmar que son pocos los que conocen en realidad al verdadero Johnny Herrera. "La familia lo es todo para él. Es un buen hijo, un buen hermano, un buen tío y un buen amigo. La gente no lo conoce realmente, pero él no ha cambiado nada. Sigue siendo mi hijo regalón", afirma Gladys, quien suma 20 años viviendo a caballo entre Santiago y Angol, y que asegura que si alguien en la capital de Malleco tiene poca estima a Herrera es "porque pusieron en su boca cosas que nunca dijo, como que era natural de Temuco, de Osorno o de Pucón, lo cual es falso". Los habitantes de estos últimos lugares también vibrarán con el duelo de hoy, pero no tanto como los vecinos de San Antonio y Angol, de Chupete y de Herrera. Porque en eso consisten, a fin de cuentas, los clásicos, en que los juegan todos y en todas partes.

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