Vivencial: los 21k no son para cualquiera
Luego de un par de meses de entrenamiento, un redactor de La Tercera corrió el medio maratón. Logró hacerlo con algo de sufrimiento.
A principios de año, acepté el desafío de correr el medio maratón. Era una prueba compleja, ya que mi peso corporal es cercano a los 90 kilos y mido 1,79. Nunca había hecho una prueba similar, pero logré hacerlo en un tiempo final de 2:09:53.
Sorprendió ver tanta gente puntual en una mañana de domingo en Santiago. Llegué 15 minutos antes a la carrera, y con suerte mis ojos alcanzaban a ver la línea de partida. De hecho, la logré cruzar tres minutos después de que se dio la orden de salida, y lo hice caminando por la cantidad de gente que tenía por delante. Recién llegando a Avenida España logré dar mis primeros trotes con mis Ultraboost.
Impactó ver tanta gente de otros países. Argentinas, brasileños, que se sacaban selfies hasta por si acaso. Daba algo de risa ver a ese joven que aceleraba como Usain Bolt y a los 10 kilómetros decidía retirarse de la carrera por no poder más. La mayoría era gente más adulta, que entendía sus limitaciones y que se daba aliento.
Personalmente, me tenía aburrido la gente que hablaba cerca mío. El silencio para escuchar los pasos de cientos de compañeros al lado era inspirador, aunque, para no desgastarme por completo mentalmente, la música fue imperiosa en un momento. De hecho, al kilómetro 5, apareció un doble de Freddy Mercury por el Parque O'Higgins. Algo que revitalizaba a una muchedumbre que, en cada momento, requería de un "golpecito" para no perder el rumbo.
Las subidas por Av. Matta y Pocuro eran matadoras. Ahí empezaron los primeros abandonos, y los primeros requerimientos de bebidas energéticas. Las calles terminaron hechas un desastre, llenas de vasos. No faltaba el pillo que se ganaba los insultos por intentar cruzar la calle entremedio de runners que no quería que nadie les jodiera la prueba.
Todos decían que en Eliodoro Yáñez y en Providencia iba a ser más fácil por ser los kilómetros finales y por ir en bajada. Pero el cansancio era mucho. Las motivaciones entre corredores ya eran necesarias para no flaquear. "¡Vamos, eres joven!", me gritó una señora, con tenida de experta en estas carreras, que me adelantaba. Y a quien agradezco darme ese aliento necesario para llegar a la meta. Miré para arriba y decían 2 horas 13 minutos. No era el tiempo que quería, pero la satisfacción de haberlo visto fue única.
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