Alienación y poderes fácticos
Por Hugo Herrera, profesor titular de la Facultad de Derecho UDP
Salidos de algo así como el propio centro, se viven vidas desparramadas; en el trámite, las planificaciones; en la conformación prediseñada, funcionaria de las horas. El orden no es el problema, sino el tipo de orden: el orden configurado hacia metas en último trámite banales. En uno o diez años no le importarán a nadie.
Los pobres, precarios grupos medios, buscan sobrevivir sin entender la dinámica del proceso. Los acomodados, cuadros profesionales y técnicos, tampoco saben mucho. Estudian para hallar empleo y empleados se percatan de que durante un año no podrán volver a disponer de su tiempo, de su tiempo vital, de su vida. Los capitalistas, empresarios, suspendieron los días espontáneos, mientras persisten en la agotadora disputa por no perder posiciones ante la competencia. No quieren caer en las clases medias acomodadas, así como los medio-acomodados no quieren caer en los emergentes o pobres y estos últimos, no en la franca miseria. ¿Miseria? Basta pasearse por las comunas que recepcionan inmigrantes o hasta por el bandejón central de la principal avenida de la nación para hallarla.
Todo un sistema se operacionaliza por el afán de no caer. No se articula por una plenitud intrínseca, no por el despliegue de los poderes internos y la satisfacción plena de las necesidades humanas.
Consta una impotencia, la sensación de que la plenitud está en otra parte, que hay alguien ocultando algo, dándose el festín con lo ajeno. El festín, empero, no existe. No como se lo imagina: satisfacción honda, real, completa, de un llamado auténtico.
Los ricos se divierten como niños, en el mejor, o sádicos, en el peor de los casos. Los videos y pantallas compensan, para los demás, los altos costos del esparcimiento adolescente de la lancha en verano y el esquí en el invierno. Muchos, en el borde de la vida, tras las risas insanas, rezan por las noches.
La impotencia se mezcla a veces con la pregunta, ¿y quién digita los hilos? Pero otras, ni eso. En su agobio cotidiano, muchos no tienen la fuerza para ensayarla.
La operacionalización suma esbirros, activistas, testaferros, saltimbanquis, tratando de obtener algo en la pasada. E instituciones. Poderes fácticos; prensa; “think tanks” vendidos, organizaciones destinadas a lavar la imagen del poderoso. Partidos políticos son sujetos a los grillos del dinero. Un sistema entero viene haciendo dar y dando estertores, en Chile, pero el asunto es planetario también.
Vale la pena preguntar, del inmenso esfuerzo desarrollado por el aparato: ¿para qué?
“En la pasada” algunos efectivamente ganan. Pero, ¿qué ganan? ¿Independencia? ¿Independencia como tiempo libre para vivirlo bien, libre y plenamente? ¿Para satisfacer de manera honda, completa, eficaz, necesidades profundas, auténticas? Da la impresión de que lo que se compromete y pierde “en la pasada” es, precisamente, todo eso. Justo lo que debiera ganarse.
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